martes, 13 de diciembre de 2016

PILOTO 25




     El invierno era más duro de lo que había imaginado. Diciembre cambió drásticamente la rutina de todo el pueblo, aunque allí ya estaban acostumbrados a eso. No hubo lluvias, y apenas un par de días de nieve con la primera bajada de las temperaturas, pero el frío llegó para quedarse. La fisonomía de la localidad, aparentemente no había variado demasiado. Tan sólo el embalse vacío y los árboles del paseo sin hojas mostraban que el invierno ya estaba aquí. Si salías a las afueras todo seguía más o menos igual, ya que la mayoría de árboles eran de hoja perenne y se mantenían verdes a pesar de las adversidades. Por el río bajaba más agua que en verano: en la sierra si que había nevado y los dos pantanos más cercanos estaban al cien por cien de su capacidad.


     El mayor cambio se encontraba en la gente y su actitud, y todo por una sencilla razón: había comenzado la temporada de recolección de aceituna. El movimiento de extractores y todoterrenos comenzaba poco antes de la salida del sol. Había que estar en las fincas al amanecer para poder aprovechar las máximas horas de luz solar posibles. Algunos terminaban a la hora de comer, pero otros grupos seguían hasta que a media tarde, el astro rey comenzaba a ocultarse.

     David lo intentó, pero una semana después de empezar, se dio cuenta de que no estaba hecho para eso: manos magulladas, piernas cansadas y un horrible dolor de espalda le habían obligado a abandonar. Para colmo seguían con los mismos entrenamientos, con lo cual su cuerpo no tenía forma de recuperarse. Por suerte, el presi le propuso trabajar en el bar. El matrimonio tenía que pasar un tiempo fuera por asuntos familiares y Marta estaba haciendo una sustitución en una academia de un pueblo cercano, así que, aunque por la tarde la pelirroja estaba con él (cuándo volvían del olivar el bar solía llenarse) por la mañana se encontraba prácticamente solo y sin apenas clientes.


     Todavía no entendía como la mayoría de sus compañeros eran capaces de entrenar con intensidad después de su jornada en el campo. El aprovechaba los ratos muertos en el bar para preparar informes de los rivales, en un inicio para Marta, pero últimamente también se los pasaba al Pelijas por si les podía sacar provecho, y por la mejoría de los resultados del equipo, parecía que así era. Lo cierto es que su vida personal sí que había cambiado, más que por el invierno, por lo que le había hecho reflexionar la redada de finales de verano. Apenas salía de noche y su relación con Ana estaba definitivamente zanjada. Se lo había tomado mejor de lo que esperaba, y de vez en cuando, tomaban un café y hablaban, sobretodo de la situación de su primo.

    
     En una de sus carreras por las afueras advirtió la presencia de una casa que le llamó mucho la atención: una sola planta con un pequeño local-garaje en uno de los laterales. A diez metros de la carretera, y a su vez, dentro de un parte del bosque sin apenas desniveles. El alquiler no resultaba muy caro, ya que pertenecía a unos amigos del presidente que no la utilizaban nunca, así que ahora que contaba con el sueldo del bar, estaba decidido. Se trasladaría allí durante el parón de la liga de finales de diciembre.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

EL INTERNADO



No me gusta el puré. Ellas se empeñan en que me lo coma, pero nunca me ha gustado, así que no pienso comerme ese plato. Un par de cucharadas y lo removeré todo para que no me insistan tanto. Cuando estoy en casa tampoco me como el que me hace mi madre. No me gusta esa sensación pastosa en mi boca y casi siempre es de verduras y tiene hilos verdes que me provocan arcadas. Si estuviese con mi abuela todo sería distinto. Seguro que me haría algo rico porque a ella le encanta mimarme y siempre me da chocolate con pan para merendar. Aquí nunca me dan chocolate.

Hoy me levanté con la cama mojada. Dicen que es normal, que a los que venimos nuevos al internado suele pasarnos, pero a mí me ha dado mucha vergüenza y la señora que ha tenido que limpiarlo me ha mirado con mala cara. Una de las profes ha estado hablando conmigo mientras paseábamos por el patio y al volver a la habitación las sabanas limpias ya cubrían el colchón. Me he dejado caer de golpe y he rebotado un poco. Ha sido una sensación agradable notar elevarse mi cuerpo entre el olor a flores que desprendía la ropa limpia. Es cómoda, pero realmente, no es mi cama…

¡Esta tarde he hecho una nueva amiga! Es una niña guapísima, muy simpática con la que he congeniado en seguida. Parecíamos viejas amigas, jijijiji!!!!. Hemos estado paseando por el patio y nos hemos sentado un rato junto a la fuente del jardín trasero. No paraba de hablar de su cole y su familia y de lo que le gustaría que pudiéramos estar juntos. Por un momento me ha encantado la idea, pero lo que yo quiero es terminar y volver a casa con mi madre. Cuando se iba me dio un abrazo y dos besos y me dijo “Hasta el domingo abuelita” ¿Te lo puedes creer?  ¡Está como una cabra!
Su mamá me miraba con ojos tristes y me dio un beso en la mejilla al despedirse.

martes, 6 de diciembre de 2016

Añoranza



La luz de la mañana comienza a filtrarse por los escasos agujeros que quedan abiertos en la persiana que protege la ventana de mi habitación. Uno de los rayos cruza el habitáculo para aterrizar en mi rostro y lograr desvelarme mientras el resto, baña la parte vacía de la enorme cama que ocupo. Estoy solo y lo que es peor: te echo de menos.

    Miro la parte del colchón que solías ocupar y te imagino despertando. Abriendo esos preciosos ojos con la eterna sonrisa adornando tu cara e iluminando todo lo que te rodea. Te acercarías con el pelo revuelto,  me darías los buenos días con tres dulces besos justo antes de lanzarte riendo sobre mí y provocar una de esas batallas cuerpo a cuerpo que tanto nos ayudaban a afrontar el tiempo que estábamos sin vernos. No había mejor forma de comenzar la mañana ni nada que pudiese lograr pintar de tristeza el resto del día.

    Pero ya no estás. Marchaste hace cien vidas y por mucho que busco, tu silueta no se dibuja entre las sábanas. Tu pelo no se recorta en mi almohada. Tu olor no inunda mis pulmones alegrándome la existencia.

    Aspiro aire profundamente, pero sólo el aroma del café me devuelve a la realidad. Estás ahí. Observando divertida desde el quicio de la puerta con una taza en la mano. Saliste de mi cama para preparar el desayuno y la tortura se ha prolongado durante diez minutos eternos. Sigues mirándome sin avanzar. Tres metros nos separan, todo un mundo. Me duele en el alma tenerte tan lejos.

domingo, 4 de diciembre de 2016

PILOTO 24



     La celda era fría. Llevaba cuatro horas tumbado en un duro catre, pero no había pegado ojo. Sus contactos dentro del cuerpo no le habían servido de nada esta vez. La brigada antivicio había llegado de la capital y actuado sin informar a las autoridades locales. Unos cuantos agentes de paisano llevaban un par de horas dentro del club, pero nadie les prestó atención hasta que se identificaron tras la entrada del resto de la brigada. Toni se encontraba en uno de los reservados con sus socios, dos chicas bailando para ellos, tres gramos de cocaína sobre una bandeja y otros quince en el bolsillo de su americana. Lo llevaron al cuartelillo, y mientras le interrogaban, le informaron de que acababan de solicitar una orden de registro. Eso suponía un auténtico problema, sobre todo teniendo en cuenta que dos días antes había recibido el material para la venta del próximo mes: si encontraban la trampilla (y estaba seguro que la encontrarían) el quilo y medio de farlopa que hallarían en su interior le iba a enviar una larga temporada a prisión. Nunca había tenido que preocuparse de la policía excesivamente, los numerosos contactos que tenía en el cuerpo le proporcionaba la seguridad suficiente para guardar la mercancía en su propia vivienda a pesar de que sabía lo que eso podría suponer.

-No pasa nada. La peso y en un par de días la tenéis, os la lleváis y me la quito de encima- le había dicho alguna vez a uno de sus distribuidores finales.


     A pesar de todo, sabía que tenía que haber sido más cuidadoso. Seguro que los de narcóticos habían seguido el rastro de la droga desde su entrada por Galicia, y esta vez, habían preferido romper la red de distribución antes que detener a los importadores. Por suerte no tenía antecedentes, así que le caerían de 8 a 10 años, y con buena conducta, tal vez en 4 volvería a estar en la calle.



     La crónica estaba lista. No había sido un partido bonito, no había que engañarse: ni el rival era sencillo, ni el campo ayudaba, y la tensión acumulada por no haber conseguido ninguna victoria hacía que muchas veces los jugadores se precipitaran demasiado. Seguían supliendo las carencias con sacrificio y ayudas continuas, y lo más importante, se comportaban como un bloque.

     Tenía que hablar con David de cara a la semana siguiente. Desde el diario le habían pedido que comenzase su colaboración la próxima jornada, y como el Mogón jugaba fuera, les sería complicado desplazarse. Si el jugador se involucraba le podía venir bien, porque su conocimiento del fútbol y de los equipos rivales, le podría ayudar a redactar previas más precisas.

     Todavía era pronto para que la gente llegase al bar, pero sabía que a partir de las doce comenzaría a llegar gente.

-¿Necesitas ayuda dentro?- preguntó asomándose a la cocina

     Su madre trasteaba los fogones preparando algunas de las tapas que tendrían que servir después. El paso de los años había ido dejando huella en su rostro, pero se apreciaba en sus rasgos que había sido una mujer hermosa. Se movía con soltura, y al girarse para hablar con su hija, un mechón rojo se escapó del gorro blanco que utilizaba cuando iba por faena.

-El panadero todavía no ha pasado. Escápate un momento al horno y traes unas cuantas barras para que no nos pille el toro.

     En ese momento, el claxon de un coche sonó en el exterior del bar.

-Me ahorro el paseo –sonrió Marta- Te lo entro en un minuto y te echo una mano para ir preparando todo.

martes, 29 de noviembre de 2016

LA PUERTA



No había cenado demasiado, pero la verdad es que no tenía hambre. Como cada noche durante los últimos cinco días, subí hasta la segunda planta del hospital dispuesto a dar el relevo  a mi hermana. Mi padre llevaba diez días ingresado, y durante los últimos días, la enfermedad parecía ganar terreno en la batalla por la vida.

            Di dos besos a mi hermana y uno a mi padre, que dormía en la única cama de la habitación. Había pasado la tarde tranquilo, pero normalmente la morfina le hacía desvariar a cualquier hora, sobretodo de noche. Nos despedimos y me preparé para pasar una larga velada. Puse una botella de agua en el suelo, junto al sillón en el que pasaría las próximas nueve horas y enchufé el cargador conectado al teléfono a una toma de corriente cercana. Sintonicé una emisora deportiva y me dispuse a escuchar las opiniones de los expertos sobre la recién acabada jornada de Champions. Los equipos españoles habían ganado, así que todo serían bondades hacia los jugadores de nuestros equipos.

            Sobre las dos de la mañana salí un momento para tomar un café de la máquina que había en una sala de espera cercana. Los pasillos estaban desiertos y aunque antaño había sido de los hospitales más modernos del país, el paso de los años había convertido aquel corto paseo en algo casi tétrico. Las monedas resonaron en el silencio, y hasta el sonido del café al caer en el vaso sonaba como el de los saltos de agua que abundaban en las montañas cercanas al pueblo natal de mis padres. Durante la vuelta a la habitación, sólo el retumbar de mis pasos y el zumbido de un tubo fluorescente que parpadeaba en mitad del pasillo alteraban la quietud de la galería norte. El olor a hospital, una extraña mezcla inconfundible pero difícil de describir, inundaba un ambiente espeso, que a esas horas de la madrugada prácticamente se podía masticar.

            Al entrar me encontré a mi padre con los ojos abiertos. No tenía muy claro si estaba despierto o no, pero de todas formas le di dos besos y comencé una conversación que enseguida vi que no llevaba a ninguna parte.
-Cuidado con ése –me dijo señalando un rincón vacío- Ten cuidado con ése que es malo. Mientras estén ellos tres aquí no pasa nada, son buenos y me cuidan, pero él es más fuerte…-La mirada perdida viajaba del rincón más alejado de la habitación, a los pies de la cama, donde sus protectores velaban por él.- El problema es cuando se abre la puerta….

La supuesta puerta estaba junto a la esquina del malvado. Sin duda, la morfina cumplía con su cometido, aunque los efectos secundarios no dejaban de ser curiosos.

Volvió a dormirse al momento y después de jugar un rato con el móvil, me coloqué uno de los auriculares (siempre dejaba un oído libre por si me llamaba) y comencé a escuchar una lista de canciones relajantes en Spotify.

Noté un leve tirón de mi mano y al abrir los ojos, toda la escena había cambiado a mí alrededor. De una puerta abierta en la nada surgía una fría luz y una densa niebla comenzaba a llenar la habitación. Una figura alta y oscura tiraba de la otra mano de mi padre, al que apenas le quedaban fuerzas para resistir. Dos siluetas blancas intentaban frenar a la sombra sin demasiado éxito, y poco a poco, notaba como se alejaba de mí comenzando a adentrarse en la fría bruma. De repente apareció ella, pequeña, brillante. Con una determinación y una fuerza inusitada, la imagen de mi abuela se lanzó contra las sombras equilibrando la lucha. La sombra retrocedió lentamente entre la niebla y con el empuje de las tres figuras luminosas, terminó por desaparecer con la puerta por la que había entrado. Los hermanos de mi padre me miraron preocupados, pero al ver sus ojos comprendí que cuidarían de él, tanto en esta vida, como en la que iniciaría en breve.

Desperté bañado en sudor. Cansado. Mi padre descansaba a mi lado, con su medicación puesta y la cara de serenidad que sólo puede poner alguien que sabe que vaya donde vaya, nunca estará solo.