martes, 30 de enero de 2018

PERFECT




     A través de las vidrieras puedo comprobar que fuera del bar musical la tormenta no afloja. ¡Es lo que tiene la primavera! No hace demasiado frío, pero las gotas que el viento estrella contra el cristal resbalan acariciándolo hasta llegar al suelo. Así me siento cuando la veo, como una gota a la deriva que se precipita hacia el vacío sin poder hacer nada para remediarlo. Tal vez sea la escasa luz, tal vez la copa de más que llevo encima o tal vez mi vista no me engañe y realmente este perfecta esta noche. No llama la atención. Es una chica discreta que viste tejanos, botas de tacón bajo y camiseta azul celeste, pero cuando veo su sonrisa, me resulta imposible apartar la mirada. Apenas hemos hablado un par de veces. Creo que me saluda sin tener muy claro si me conoce o simplemente lo hace por costumbre, por verme cada fin de semana en su local favorito disfrutando del ambiente como ella hace.




     Un amigo me pasa un chupito de tequila. Me pongo sal en el dorso de la mano y cojo un trozo de limón. Oigo su risa. Es imposible. La música está alta, pero me parece oír como ríe por encima del regeatton, por encima de la tormenta. Chupo, bebo, muerdo y cierro los ojos…




     -Sé que te puede parecer una locura, pero si pudiera, esta noche sería realmente especial. Vámonos. Salgamos y paseemos hasta la playa bajo la lluvia. Quiero que hagamos el amor en la arena mientras el cielo entero se precipita sobre nosotros. Que los relámpagos iluminen cada gota que se deslice por tu cuerpo desnudo. Quiero que los truenos silencien nuestros gemidos o que nuestros gritos venzan su estruendo. Llegar a mi casa empapados y dejar un rastro de ropa húmeda desde el recibidor al baño. Comenzar a empañar la mampara antes que el vapor del agua caliente termine de hacerlo mientras nos desgastamos a besos. Acariciarte y que me acaricies; usarnos de esponjas y caminar hasta la cama metidos en el mismo albornoz. Quiero que veas el cielo estrellado en el techo de mi habitación. Relajados. Sintiendo la tormenta al otro lado de la ventana mientras una paz difícil de medir se apodera de nosotros. Tu cabeza sobre mí. Tu melena alborotada dibujándose sobre mi pecho. Quiero que nuestras respiraciones marquen el mismo ritmo y nos durmamos escuchando un solo latido…





     Abro los ojos y, por un breve instante, se cruzan con los tuyos. Me parece reconocer un brillo distinto en tu mirada al sonreír, pero te giras y sigues bailando. Me pasan otro tequila. Parece que fuera la tormenta amaina. Es un buen momento para volver a casa.


martes, 23 de enero de 2018

LA TIA CHUMINA



                Bajo del coche después de conducir durante siete horas y me estiro justo delante de la casa que fue de mis abuelos. Nada ha cambiado. La puerta azul con desconchones y ese zócalo gris granulado que se extiende bajo las ventanas como siempre recordé. Todavía no ha anochecido y el sol se empeña en seguir haciendo que brille ese escalón de mármol en el que el abuelo se sentaba a contarnos historias cuando éramos críos.




                -Nadie recordaba cuando había llegado al pueblo, de hecho, nadie recordaba el pueblo sin ella. Ni siquiera los más viejos del lugar se atrevían a aventurarse con su edad, parecía que toda la vida había sido una anciana. Su apariencia era la típica de abuelita de pueblo en la postguerra: riguroso negro, siempre con una falda hasta los tobillos y mandil gris atado a la cintura. Un pañuelo de la misma tela del mandil cubría su pelo blanco azulado. Era de piel oscura, se notaba curtida por el Sol y el aire durante largos años invertidos en trabajar la tierra.




     Vivía en el cortijo que ya conocéis, esa que hay a las afueras del pueblo si caminas río arriba. Normalmente, se le veía trabajando el huerto que tenía enfrente de su casa o cuidando los animales que tenía en el corral que había en la parte más cercana al río.




     Bajaba poco al pueblo. Solo se le veía por allí los días de mercado, siempre acompañada de un gran perro negro, para comprar los artículos de los que no se podía autoabastecer. No hablaba con nadie. Paraba siempre en los mismos puestos y compraba las mismas cosas.




     Decían que su buena salud se debía a la brujería. Había quien afirmaba que las noches de luna llena, una tía Chumina mucho más joven de lo que aparentaba de día, salía a pasear. La larga melena seguía siendo plateada y llegaba casi hasta la cintura de su cuerpo erguido, un cuerpo que no proyectaba sombra. A su lado, un gato negro ocupaba el lugar de su fiel sabueso y el silencio a su paso era digno de cualquier camposanto. Los animales callaban, el viento dejaba de silbar entre las ramas de los árboles e incluso el río, tan cantarín como es habitualmente, daba una tregua a su melodía por miedo a lo que le pudiera pasar.
 



     Una de esas noches, cuando volvía a casa, me sentí observado y vi su figura caminando en dirección contraria a la que yo estaba. No me miraba, pero estoy seguro de que me estaba viendo. Corrí como alma que lleva el diablo hasta llegar a casa y meterme debajo de la manta.




     -¿Y hace mucho que murió?- me atreví a preguntar con un hilillo de voz.




     Todos mirábamos a mi abuelo expectantes. Conocíamos perfectamente la casa, pero nunca nos habíamos preguntado por sus propietarios.




     -Pues igual que nadie sabe cuándo llegó, nadie advirtió cuando se fue. Cuando nos dimos cuenta que no bajaba al mercado y el huerto estaba descuidado, unos cuantos nos acercamos a su casa. Todo estaba ordenado pero no había ni rastro de la anciana ni de sus animales. Al salir, un enorme gato negro nos miró desde el otro lado del camino antes de adentrarse en el bosque.




     Yo no me lo creo, pero hay quien dice que las noches de luna llena, si subes por el camino del río, puedes cruzarte con una joven sin sombra que camina con un gato negro pegado a sus piernas.


Nota: Posiblemente, si la Tía Chumina existió, su historia tenga poco que ver con la que cuento; pero seguro que en la mayoría de pueblos hay historias similares de las que nunca sabremos si son ciertas o no...



lunes, 15 de enero de 2018

Con esto empezó todo



     Metió el regalo en un sobre grande, anotó la dirección y se lo entregó a la encargada del servicio de paquetería. Era un pequeño detalle, más sensiblería que otra cosa, pero hacía tiempo que tenía ganas de sorprender a Alex y que mejor momento que en el día de su cumpleaños. Insistió a la chica que le atendía en la importancia de respetar la fecha de entrega, se ajustó la bufanda para combatir el frío exterior y salió a la calle con una radiante sonrisa dibujada en su cara y la sensación de que caminaba un palmo por encima del suelo.

 



     Hacía años que no veía a su hermano. Seguían teniendo contacto, por supuesto, pero no era lo mismo verse por Skype que poder sentir sus collejas o el calor de sus abrazos.


-Hay momentos en los que necesitaría tu punto de vista para crear nuevos personajes- le dijo hace poco - ¡Hacíamos un gran equipo!



     David nunca tuvo la calidad artística de su hermano, aunque él fue quien le empujó hacia ese mundo que después acabó por convertirse en su modo de vida. Entre cómics de Astérix, Tintín y Mortadelo y Filemón, los dos mellizos crecieron inventando historias. David tenía una idea y Alex la llevaba al papel de forma inmediata. Sus dibujos eran increíbles para un niño de su edad; realistas a veces y fantasiosos hasta el extremo en otras ocasiones. Siempre pintando una historia a la que David ponía palabras con mayor o menor acierto. ¡Incluso ganaron dinero para el viaje de fin de curso vendiendo sus cómics fotocopiados!




     A medida que fueron creciendo, Alex se decantó por Bellas Artes y dio rienda suelta a su pasión por el dibujo. David siempre fue más pragmático. Decidió estudiar una ingeniería que le proporcionase un trabajo más “seguro” y dejó de escribir historias durante mucho tiempo. Últimamente volvía a escribir pequeños relatos cuando llegaba a casa por la noche. De momento no se los enseñaba a nadie, tan solo se aislaba del estrés sumergiéndose en esa página en blanco al principio, pero plagada de garabatos, tachones y palabras subrayadas al final.




     Terminaron la carrera casi al mismo tiempo. David encontró trabajo en la compañía en la que aún trabajaba y fue prosperando a medida que el negocio crecía. Alex comenzó en una pequeña empresa de audiovisuales que de su mano fue ganando importancia a nivel estatal. Sus trabajos y colaboraciones con las mejores agencias europeas no pasaron desapercibidos a las grandes multinacionales. Cuando aquella tarde de febrero le confesó a su hermano que Pixar le había hecho una oferta, David comprendió que sus caminos debían separarse.









     Alex entró en el salón de su casa de Los Ángeles con una sonrisa en la cara. Tumbado en el suelo, el pequeño David construía castillos para sus muñecos con coloridas piezas de Lego. Sabía que su hermano se acordaría de él ese día (al fin y al cabo, eran mellizos) pero no por eso dejó de sorprenderle el paquete. Sobre el papel de regalo, una foto de los dos juntos el día de su quinto cumpleaños con la leyenda “Con esto comenzó todo”. Sus ojos se humedecieron al rasgar el papel y darse cuenta que tenía en sus manos una nueva aventura de Astérix el Galo.

 
 NOTA: hace poco me recordaron que así fue como aprendí a leer. Creo que es una buena forma de meter en los niños el gusanillo de la lectura y despertar su imaginación. Si después son creativos o no, será otra historia, pero leer hace pensar y pensar siempre fue bueno.


miércoles, 10 de enero de 2018

HIPNOTIZADO



     Agradecí el aire frío envolviendo mi rostro al salir del bar. Eran poco más de las dos y media de la mañana, pero ya había sido suficiente por esa noche de sábado después de un largo día de trabajo. Abroché mi parca, me puse el gorro y encendí un cigarro justo cuando una chica con chaqueta de piel y pantalones ajustados pasaba por delante de mí. Notaba un ligero mareo provocado por la cerveza y el tequila, pero la sensación era buena y los cinco minutos de paseo hasta el hotel me vendrían bien. Llevaba tres meses trabajando en la ciudad. Era duro estar lejos de la gente querida, sobre todo de Andrea, pero económicamente compensaba y el paso adelante que había dado en el organigrama de la empresa me hacía presagiar un brillante futuro. 




     La chica de la chaqueta de cuero giró por la calle que yo tenía que tomar y al doblar la esquina mi mirada se clavó en esos pantalones ajustados.




     La verdad es que la acogida de los compañeros fue mejor de lo que esperaba. Al poco tiempo de estar allí cogimos por costumbre tomar una caña al salir de trabajar y, al llegar el sábado, cenita, tequila y dardos en ese bar que dejaba atrás entre las estrechas calles del casco antiguo. No busqué piso. El céntrico hotel cercano a la catedral en el que me hospedaba resultó más que acogedor. Buena ubicación y buen trato, de momento suficiente para pasar unos meses antes de volver a casa o decidirme a instalarme si todo funcionaba como esperaba.




Unos botines de tacón realzaban sus curvas y el paso ligero, sin duda para combatir el frío de la noche, provocaba un sensual contoneo casi hipnótico. Me recordaba a Andrea. Hacía prácticamente dos años que estábamos juntos aunque en los últimos meses apenas nos habíamos visto. Su trabajo en el restaurante le mantenía ocupada todos los domingos, por lo que no podía venir a visitarme muy a menudo. Sin embargo, la semana siguiente tendría unos días de vacaciones y el miércoles llegaría para pasarlos conmigo.



     Al llegar a una calle todavía más oscura, la chica miró hacia atrás y salió corriendo a refugiarse en un portal como si le fuese la vida en ello. Miré a mi espalda asustado. No había nadie. Observé mi entorno y comprendí que no tenía ni idea de donde me encontraba pero según mi teléfono, hacía más de veinte minutos que había salido del bar. Entre los edificios pude ver la imagen de la catedral recortándose en la noche a unas cuantas manzanas de mi ubicación. Encendí un cigarro y volví sobre mis pasos pensando en el pánico que esa mujer estaría sintiendo por culpa de mis divagaciones.