Cuenta
la leyenda, que durante la guerra con los franceses el cauce del río no era
exactamente el mismo que conocemos en la actualidad. Todos los que hemos subido
a refrescarnos en sus frías aguas durante los meses estivales sabemos que hay
rincones maravillosos ocultos a la gente que no conoce la zona. Sin duda, uno
de los parajes más bonitos es “el charco de Mari Ángeles”. Es un lugar de
difícil acceso y una vez lo alcanzas, saltar desde más de tres metros es el
camino más sencillo para llegar al agua. Una poza entre dos cascadas, rodeada
de rocas, con altos árboles a ambos lados y águilas sobrevolando a gran altura
hacen de él un lugar mágico. Aunque según contaba mi abuela, no siempre fue
así…
Era
una época de guerrillas y de invasores, de peleas constantes entre franceses y
bandoleros y en esa zona de la sierra, un grupo dirigido por el Rubiales era el
que oponía resistencia. El Rubiales había sido un campesino que a causa de sus
enfrentamientos con la autoridad gala había tenido que esconderse en el monte
con su esposa. Poco a poco, el grupo se fue ampliando y montaron su campamento
justo encima de donde ahora se encuentra el charco, y al discurrir el río por
otro cauce, la única forma de llegar era escalar la pared por la que cae el
agua o intentar encontrar un camino secreto que recorría prácticamente toda la
sierra de Cazorla.
El
caso es que durante una de sus escaramuzas con las tropas francesas, el grupo
del Rubiales se vio sorprendido por una segunda patrulla que desequilibró
claramente la trifulca hacía el lado napoleónico. Al ver que nada podían hacer,
los bandoleros se retiraron al bosque y huyeron intentando despistar a sus
perseguidores para llegar sanos y salvos a su escondite. El Rubiales cabalgó
hasta donde su caballo pudo. Cuando la espesura le impidió continuar, emprendió
una carrera a pie que le llevo a los pies del muro con una ligera ventaja. Ya
había escalado tres cuartas partes de la pared cuando tres mosquetones sonaron
a su espalda alcanzándole irremediablemente. Sus manos soltaron los asideros
que sujetaban un cuerpo que, ya sin vida, se precipitó al vacío.
Mari
Ángeles, la mujer con la que el bandolero compartía su vida, corrió desde el
campamento hacia el lugar en el que había escuchado las detonaciones y al ver a
su amado sobre un charco de sangre en el fondo del pequeño precipicio, cayó de
rodillas y rompió a llorar. Tal era su dolor, que la montaña se contagió y de
la pared comenzaron a brotar chorros de agua cada vez más y más grandes, hasta
el punto de arrastrar a los soldados que habían disparado al Rubiales y al
cuerpo inerte del serreño ladera abajo.
Al
ver como el amor de su vida se alejaba, Mari Ángeles saltó desde la roca y
nunca más se supo de ella. La montaña, a día de hoy, sigue llorando por los
amantes.
Mi
abuelo me explicó otra versión: Mari Ángeles en realidad era la hija de un
pastor que vivía en un cortijo cercano y a la que los jóvenes del pueblo
espiaban mientras se bañaba desnuda en un río que nunca ha cambiado su curso.
Tal
vez sea más creíble, pero me quedo con el encanto de la historia de mi abuela…
Las leyendas siempre son más bellas y apasionantes que la realidad, por eso solemos darles más crédito. De las dos versiones, yo también me quedo con la primera que, por cierto, está muy bien contada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Para ser sincero, hay una tercera versión (que creo que es la real) pero que no me gustaba para adaptarla al relato...
EliminarGracias por la visita!!
Me han gustado esas dos versiones de los abuelos, me parece mucho más poética la de la abuela por supuesto y quizás más realista la del abuelo. En todo caso me ha gustado leerlo.
ResponderEliminarBesos
Gracias Conxita!! Sea la que sea la real, el sitio es digno de un bañito en Agosto.
EliminarPetonets
Me ha gustado muchísimo esta leyenda y tu manera de narrarla.
ResponderEliminarBesos, David.
Gracias María Pilar! Es una zona preciosa que aunque no quieras termina inspirándote.
EliminarBesos