martes, 26 de junio de 2018

LA CITA





     Me miro al espejo y decido que esta tampoco será la camisa elegida. Me da mucha rabia, pero tengo que reconocer que he cogido cuatro o cinco quilitos que no hay manera de perder. Para los pantalones bien: me quedan un poco más ajustados que antes y sé que eso gusta, porque aunque suene algo presuntuoso, tengo un buen culo. La parte de arriba ya es otra historia. Nunca la he trabajado físicamente y mi cuerpo lo nota. La natación es lo ideal, pero desde pequeño se me dio fatal, hasta el punto de tener que aprender en un cursillo de verano poco antes de ir al instituto; más por vergüenza que por ganas de hacerlo. Mientras fui joven no era problema porque aunque no estuviera musculado lo quemaba todo. ¡Bendita juventud! Ahora todo ha cambiado. Sigo haciendo deporte siempre que puedo, incluso he comenzado a cuidar mi alimentación, pero a la que cometo algún exceso, el maldito michelín crece un poco más. Solo consigo mantenerlo a raya con mil sacrificios, si me paso… Zasca!! Vuelve a crecer.




     La camisa blanca descartada y la de cuadros ni me la pruebo. No me gusta la idea, quería ir un poco elegante pero… que demonios!! Tejanos y camiseta. El noventa y cinco por ciento de los días visto así, con tejanos y camiseta, así que me parece que la primera vez que nos veamos cara a cara debe ser con mi indumentaria habitual.



     No pensaba que me iba a poner tan nervioso, al fin y al cabo llevo semanas chateando con ella. Nunca me habían gustado las webs de contactos, entré más por curiosidad, para pasar el tiempo, que para otra cosa. Mis amigos solían hablarme de la cantidad de chicas que conocían en la red y terminaron por convencerme. El caso es que tras muchos mensajes sin respuesta, Martona75 me mandó un saludo.



     Tenemos bastantes cosas en común, claro que en algunas cosas le he dado la razón para gustarle un poquito más y a ver si así la cosa llegaba a buen puerto. Si la cosa va a más una mentirijilla piadosa no tendrá importancia. Por lo menos la foto de perfil que tengo es mía, no como hacen muchos de los que andan por ahí. Martona75 dice que se ha llevado más de una decepción con eso, algo que no entiendo. ¿Qué pretende la gente colgando fotos falsas o retocadas? A mí me gusta la mía. Es de hace un par de años o tres, estábamos celebrando el dieciocho cumpleaños de mi sobrina. Ahora que pienso, hace siete, ella ya tiene veinticinco ¡Cómo pasa el tiempo! Lo importante es que no he cambiado tanto. Sí, vale, un poco más de peso y bastante menos pelo (el stress me está matando) pero como siempre lo he llevado muy cortito no se nota. Bueno y la barba, en aquella época llevaba barba y el pearcing en la ceja que tuve que quitarme después de aquel golpe. Pero si dejamos esa chorradillas de lado estoy exactamente igual que en la foto.
 


     Mierda, el pantalón también me aprieta demasiado. Me lo tenía que haber probado antes. Mañana iré a comprarme ropa nueva, pero hoy llevaré un botón desabrochado, que con el cinturón no se nota y al final llegaré tarde.

martes, 19 de junio de 2018

Más allá de la foto


     Daniel apareció corriendo en el porche con una vieja lata de galletas en sus manos.


-Iaia, mira lo que he encontrado en el armario del sótano.


     Su abuela lo miró con los ojos perdidos desde el sillón de mimbre en el que descansaba. En un principio parecía que le resultaba transparente, como si pudiera ver a través de él, pero después su mirada se fijó en la colorida lata. El pequeño se sentó a su lado, junto a su hermana mayor, y puso la caja en el regazo de la anciana.



     En su interior había una extraña mezcla de objetos. Entre entradas de cine, monedas extranjeras y pulseras de cuero, destacaban una pequeña rana de peluche y unas zapatillas de ballet gastadas. Un fardo de cartas amarillentas atado con una cinta roja dejó al descubierto varias fotos antiguas. María sujetó una de ellas entre sus manos. Era una joven de apenas dieciocho años. Sostenía una cámara de fotos intentando encontrar el mejor encuadre posible sin darse cuenta de que su imagen estaba siendo perpetuada por alguien a escasos metros de ella.






Más de setenta años separaban aquella imagen de la actualidad. Corría el verano del 2018. Sandra era una chica morena, menuda y extrovertida, un auténtico terremoto que solo se paraba cuando decidía detener el mundo a través del objetivo de su Nikon. Tenía un don especial. Siempre encontraba el ángulo perfecto en el momento adecuado; y la l uz… Esa luz que lo iluminaba todo cuando ella estaba presente y que tan bien plasmaba a través de la cámara. María tenía claro que si sus fotos capturaban ese grado de belleza era porque las imágenes que mostraban estaban iluminadas por sus ojos y su dulce sonrisa.



La conocía desde el jardín de infancia, pero fue al llegar al instituto cuando comenzaron a tener más contacto. Ahora, un día sin verla era un día perdido. El camino que compartían al dirigirse a clase, los susurros al oído en la biblioteca, los cotilleos vía whatssap al llegar a casa, eran cosas que habían hecho cambiar su forma de ver la vida pero sin duda, los días que salían cámara en mano eran los más especiales. Moverse por la ciudad con total libertad y poder hacerle fotos a traición como la que tenía en sus manos; juntar las caras ante el visor para juzgar si la imagen era la deseada o si había que repetirla, era lo más parecido a tocar el cielo que jamás conoció. No tenía claro en qué momento se dio cuenta de lo que sentía, pero sí recordaba cuando su mundo se vino abajo.



     Sandra marchó a Londres a estudiar fotografía dos años después y María nunca se atrevió a confesar sus sentimientos. Comenzó a salir con el que después fue su marido y, aunque jamás llegó a hacerle sentir lo mismo que la presencia de su amiga, le quiso de otro modo y consiguieron ser felices durante muchos años.



Los dos pequeños observaban a su abuela. La chispa que había brillado por un instante en su cara se apagó en el momento en el que una lágrima comenzó a rodar por su mejilla. El vacío se había vuelto a hacer dueño de unos ojos que miraban más allá de la foto.


miércoles, 13 de junio de 2018

COLONIZACIÓN




     Eligieron bien el lugar del desembarco. A principios del siglo XX, en las zonas interiores de China los censos no estaban controlados y a los humanoides les resultaba sencillo pasar desapercibidos. Su piel amarillenta y sus ojos rasgados facilitaban que la integración en pequeños núcleos agrícolas se produjese sin sospechas. Poco a poco, su número fue aumentando. El nacimiento de los primeros híbridos entre aliens y humanos, hizo que la población se disparase y comenzase la segunda parte de su plan de colonización.



     En todas las grandes ciudades de la Tierra comenzaron a surgir guetos conocidos como Chinatown y su peso en la sociedad cogió más y más importancia hasta que por fin, sus líderes han dado la cara para gobernar el planeta. Los rasgos orientales se han ido diluyendo a causa de las mezclas raciales, pero todos comparten cambios de humor bruscos y una sonrisa sempiterna que solo se borra a la hora de discutir, sobre todo si se trata de ningunear a algún humano puro.



     Hay algunos que ni siquiera saben que son híbridos hasta la mayoría de edad. Tengo amigos de los que jamás dudé, pero a partir de ese momento, sus genes se transformaron y ahora son manipulados por los humanoides para sus fines, casi siempre, acabar con los humanos puros. Tal vez por eso esté tan irascible últimamente. Se acerca mi 18 aniversario y, aunque mi madre ha sabido ocultar nuestra naturaleza gracias a la huida de mi padre antes de mi nacimiento, en cuanto noten que no pueden controlarme irán a por mí. Ella cree que lo mejor es que me emancipe y cambie de residencia, pero que va a saber esa vieja que no ha hecho más que esconderse durante toda su vida!!!! Me irrita sobremanera que siempre quiera tener la razón, pero mi decisión está tomada.  



     Seguiré viviendo en casa, al fin y al cabo, a mí no me parece que sean tan malos. Mientras esta perenne sonrisa esté pintada en mi cara, dudo que nuestros adorables jefes intenten nada en mi contra…


martes, 5 de junio de 2018

UNA SONRISA TRANSPARENTE


     Desperté cansado, pero con una enorme sensación de paz. Estiré el brazo hacia el lado de la ventana intentando encontrarme con su cuerpo desnudo. Solo sabanas. Todavía conservaban su olor, es cierto, pero era el único rastro que quedaba de ella. El piso estaba en el más absoluto silencio, nada que ver con los gemidos y suspiros que tan solo unas horas antes inundaban contenidos los rincones de mi cuarto. La última visión antes de que el sueño me venciese, fue la de su pelo revuelto dibujándose en mi pecho mientas nuestras respiraciones, al igual que anteriormente había pasado con nuestros movimientos, se acompasaban a la perfección.


     Nos conocíamos hacía tiempo, pero apenas habíamos cruzado unas pocas palabras en el ascensor; miradas y sonrisas a millones, pero muy pocas palabras. Trabajaba en el departamento de administración de mi empresa y al no estar en la misma planta que nosotros, coincidir era complicado. La fiesta de jubilación de uno de los socios obró “el milagro”. La organizaba en la terraza del edificio donde el bufete tenía su sede. Un bonito jardín con unas vistas maravillosas fue el lugar elegido por mi jefe para despedirse de nosotros.



La admiré desde la distancia sin atreverme a decirle nada a pesar de que me dio la sensación de que mi sonrisa era correspondida. Llevaba el pelo rubio platino, casi blanco, con ese despeinado que me hacía perder la cordura. Hablaba con sus compañeras de departamento y bailaba dependiendo la canción, pero al igual que me sucedía a mí, daba la impresión de que estaba fuera de lugar. Avanzó la noche y la perdí de vista hasta que, cansado y con miedo a no llegar en condiciones adecuadas para conducir, decidí despedirme y salir de allí sin dar opción a que intentasen convencerme de lo contrario. 



     La encontré a la entrada del edificio enfundada en un tres cuartos granate.



                 - No hay manera de encontrar taxi- me soltó después de saludarnos.



     La noche amenazaba lluvia, así que le ofrecí acercarle a su casa si me acompañaba hasta el coche. Me pareció que sus ojos brillaban con un fulgor especial cuando aceptó mi invitación. Hablamos de cosas banales hasta entrar en mi viejo Citroen y poner rumbo a las afueras. Vivía cerca de mi barrio, así que no tuve que variar el trayecto, aunque sí que hice una pequeña parada que me sorprendió incluso a mí. En un momento dado, sonó una de mis canciones favoritas y ella empezó a tararearla. Paré el coche en medio de la calle, subí la música y salí fuera para abrir su puerta.



     -No hemos bailado juntos en toda la noche, ¿te apetece?



      Salió del coche negando con la cabeza y se pegó a mí mientras la música sonaba. Le confesé que llevaba mucho tiempo con ganas de tenerla tan cerca justo en el instante en que comenzó a llover. Se puso la enorme capucha de su abrigo y empujó suavemente mi cabeza al interior de ese pequeño refugio hasta que nuestros labios se juntaron. No sé cuánto tiempo pasó, pero el claxon de un coche nos trajo de vuelta a la realidad. Pedí perdón con un gesto mientras corría hacia mi asiento y ponía rumbo a casa con su cabeza apoyada en mi brazo derecho.



     Me dolía ese silencio. Busqué inútilmente alguna señal, una nota con su teléfono o cualquier otra cosa que me indicara que quería volver a verme. Se había ido sin despedirse dejando tan solo su recuerdo, el olor a perfume y sudor flotando en mi habitación y mi ropa esparcida por el pasillo como prueba de que la pasión nos había atrapado nada más cruzar la puerta. Su imagen contra la pared y el sabor de sus labios seguían frescos en mi memoria cuando entre en la ducha. Bajo el agua caliente me vino parte de nuestra última conversación. Yo jugueteaba con el pelo de su nuca mientras ella lo hacía con el de mi pecho. 



     -Se nota cuando eres feliz –le dije- Nunca había visto una sonrisa tan trasparente como la que me has mostrado esta noche.



     Se giró, me besó y Morfeo hizo el resto.


     Salí de la ducha consciente de que la volvería a ver, pero que se hubiese marchado sin despedida no me presagiaba nada bueno.


     Al ver el espejo empañado por el vapor, una expresión bobalicona iluminó mi rostro. Al final resultó que tenía razón al hablar de su sonrisa.