lunes, 9 de noviembre de 2020

Donde la Luna no llega

 

     No entiendo por qué sigo haciendo esto. Vale que me gusta caminar solo; vale que el Camino de Santiago es un buen lugar para perderse y meditar pero ¿por qué comienzo las etapas tan temprano? Todavía es noche cerrada y a pesar de que falta más de una hora para que empiece a clarear, hace rato que camino. Por la ciudad no me preocupa, pero estoy parado a la entrada de un bosque en el que la luz que estaba enviando la Luna hasta hace un momento no se atreve a entrar.

 


 

 

     Saco mi pequeña linterna y la enciendo.

 

−Linterna pequeña –me aconsejaron mis amigos.− Si es muy grande pesará demasiado y la mochila tiene que ser ligera. Además, seguro que no la utilizas.

 

     ¡Por qué les haría caso! Con la linterna encendida apenas ilumino tres o cuatro metros mientras me adentro, balanceando el haz de luz de un lado a otro, intentando localizar la ansiada flecha amarilla que me indique que camino en la dirección adecuada. La veo pintada en una roca medio cubierta de musgo, parece que voy bien. Lo que fuera del bosque parecía una suave brisa provoca mil sonidos. Las ramas crujen en los árboles, las hojas secas bajo mis pies y las sombras bailan entorno a mí al son que marca la luz que me guía.

 

     De repente todo cambia: un silencio sepulcral me rodea hasta que, justo cuando mi linterna se apaga, una risa estridente retumba en el bosque helándome la sangre.

 

    Continuará.

 

domingo, 1 de noviembre de 2020

MI NUEVA VIDA

  

Me encaminé, temeroso, hacia mi nueva vida. Para mí fue duro, tal vez para los que dejé atrás lo fue todavía más, pero no se trataba de algo que dependiera de mí. No había alternativa, así que intente afrontarlo todo de la forma menos traumática posible.

 

 Comencé el viaje solo, aunque suene extraño, sabía que era la mejor manera de hacerlo. Abandonar a mi familia, mis amigos, abandonarla a ella en el momento en que parecía que todo cambiaba no era algo que habría elegido pero el destino tiene estas cosas. Lo que os cuento no era del todo real, no estaba completamente solo: Thor, mi fiel pastor alemán negro azabache, caminaba pegado a mi pierna derecha, como hacía siempre que paseábamos por la ciudad, transmitiéndome calor y dándome la fuerza necesaria para continuar avanzando.

 

    Mi nuevo hogar me sorprendió gratamente. Esperaba un lugar lúgubre y sombrío, supongo que la mala fama le precedía, pero nada más lejos de lo que me encontré. Sí, es cierto que había algún barrio oscuro y triste, con habitantes con caras largas, aparentemente destinados al recogimiento y poco más, pero la música sonaba en algún sitio y me moví guiado por su sonido. 

 

 

Al girar en la siguiente esquina, una explosión lo inundó todo. Un grupo de mariachis animaba el ambiente de una plaza adornada de punta a punta por mil banderas de colores. Gente cantando, bailando, con las caras adornadas con maquillaje y una sonrisa enorme propia de quien se sentía feliz. Antes de ubicarme, alguien colocó un sombrero de paja sobre mi cabeza, un vaso de bebida en mi mano e hizo que diese dos vueltas sobre mi mismo antes de perderse entre la multitud.

 

Una perrita blanca se acercó a Thor de forma seductora y él me miró pidiéndome permiso. Fue una lástima que viajara conmigo en el coche en el momento del accidente, pero la casualidad hizo que llegáramos aquí el uno de Noviembre. Nunca es un buen día para morir, pero puesto a elegir, mejor llegar el día de la fiesta grande…