martes, 29 de noviembre de 2016

LA PUERTA



No había cenado demasiado, pero la verdad es que no tenía hambre. Como cada noche durante los últimos cinco días, subí hasta la segunda planta del hospital dispuesto a dar el relevo  a mi hermana. Mi padre llevaba diez días ingresado, y durante los últimos días, la enfermedad parecía ganar terreno en la batalla por la vida.

            Di dos besos a mi hermana y uno a mi padre, que dormía en la única cama de la habitación. Había pasado la tarde tranquilo, pero normalmente la morfina le hacía desvariar a cualquier hora, sobretodo de noche. Nos despedimos y me preparé para pasar una larga velada. Puse una botella de agua en el suelo, junto al sillón en el que pasaría las próximas nueve horas y enchufé el cargador conectado al teléfono a una toma de corriente cercana. Sintonicé una emisora deportiva y me dispuse a escuchar las opiniones de los expertos sobre la recién acabada jornada de Champions. Los equipos españoles habían ganado, así que todo serían bondades hacia los jugadores de nuestros equipos.

            Sobre las dos de la mañana salí un momento para tomar un café de la máquina que había en una sala de espera cercana. Los pasillos estaban desiertos y aunque antaño había sido de los hospitales más modernos del país, el paso de los años había convertido aquel corto paseo en algo casi tétrico. Las monedas resonaron en el silencio, y hasta el sonido del café al caer en el vaso sonaba como el de los saltos de agua que abundaban en las montañas cercanas al pueblo natal de mis padres. Durante la vuelta a la habitación, sólo el retumbar de mis pasos y el zumbido de un tubo fluorescente que parpadeaba en mitad del pasillo alteraban la quietud de la galería norte. El olor a hospital, una extraña mezcla inconfundible pero difícil de describir, inundaba un ambiente espeso, que a esas horas de la madrugada prácticamente se podía masticar.

            Al entrar me encontré a mi padre con los ojos abiertos. No tenía muy claro si estaba despierto o no, pero de todas formas le di dos besos y comencé una conversación que enseguida vi que no llevaba a ninguna parte.
-Cuidado con ése –me dijo señalando un rincón vacío- Ten cuidado con ése que es malo. Mientras estén ellos tres aquí no pasa nada, son buenos y me cuidan, pero él es más fuerte…-La mirada perdida viajaba del rincón más alejado de la habitación, a los pies de la cama, donde sus protectores velaban por él.- El problema es cuando se abre la puerta….

La supuesta puerta estaba junto a la esquina del malvado. Sin duda, la morfina cumplía con su cometido, aunque los efectos secundarios no dejaban de ser curiosos.

Volvió a dormirse al momento y después de jugar un rato con el móvil, me coloqué uno de los auriculares (siempre dejaba un oído libre por si me llamaba) y comencé a escuchar una lista de canciones relajantes en Spotify.

Noté un leve tirón de mi mano y al abrir los ojos, toda la escena había cambiado a mí alrededor. De una puerta abierta en la nada surgía una fría luz y una densa niebla comenzaba a llenar la habitación. Una figura alta y oscura tiraba de la otra mano de mi padre, al que apenas le quedaban fuerzas para resistir. Dos siluetas blancas intentaban frenar a la sombra sin demasiado éxito, y poco a poco, notaba como se alejaba de mí comenzando a adentrarse en la fría bruma. De repente apareció ella, pequeña, brillante. Con una determinación y una fuerza inusitada, la imagen de mi abuela se lanzó contra las sombras equilibrando la lucha. La sombra retrocedió lentamente entre la niebla y con el empuje de las tres figuras luminosas, terminó por desaparecer con la puerta por la que había entrado. Los hermanos de mi padre me miraron preocupados, pero al ver sus ojos comprendí que cuidarían de él, tanto en esta vida, como en la que iniciaría en breve.

Desperté bañado en sudor. Cansado. Mi padre descansaba a mi lado, con su medicación puesta y la cara de serenidad que sólo puede poner alguien que sabe que vaya donde vaya, nunca estará solo.

domingo, 27 de noviembre de 2016

PILOTO 23





     No eran más de las diez de la mañana cuando ya se estaba secando tras la ducha. La carrera matutina le había venido muy bien y le había ayudado a decidirse sobre algo que hacía tiempo le rondaba por la cabeza. Hablaría con el presidente para intentar que le consiguiera un trabajo de media jornada. Si lo lograba, se plantearía buscarse alguna casita de alquiler, ya que en todo el pueblo no había ni un solo bloque de pisos. La verdad es que en el hostal lo trataban a cuerpo de rey, pero prefería tener su espacio y no depender de horarios de comida. Además, lo de compartir el baño nunca le había llegado a convencer. La carrera le había abierto el apetito, y ahora se alegraba de haberle dicho no a Toni. Cuando durante la celebración se pasó por el 32 y le propuso timba de póker y excursión al águila Negra, se sintió tentado, pero se lo estaba pasando bien con el resto del equipo, así que se tomó un par de quintos más antes de pasear hasta casa. Pensó que habría sido un buen momento para hablar con Ana, pero llevaba ese puntillo que le hacía dudar. Si se encontraba con la morena posiblemente habría terminado entre sus brazos, así que mejor volver a casa y dejar la conversación para otro día.


     Bajó las escaleras dando pequeños saltitos y se sentó en el comedor, en la mesa de siempre. Cogió el diario deportivo y fue directo a las hojas de regional. El periódico se hacía eco de la primera victoria del Mogón C.F., aunque la pequeña reseña no profundizaba demasiado en el partido. Estaba deseando leer la crónica de Marta, pero normalmente no estaba disponible hasta mediodía.

-¿Te has enterado de lo de anoche?- le preguntó Rosa mientras le dejaba el desayuno sobre la mesa- Parece que ayer la Guardia Civil hizo una redada en el bar ese de Villanueva, “El águila negra”. Al parecer han detenido a un montón de gente.

     Rosa seguí hablándole, pero él ya no la escuchaba. Su mente le había llevado a los cálidos brazos de Jelena y  lo cerca que él había estado de acudir a su cama la noche anterior. La detención de la rubia era prácticamente segura, aunque tampoco la podrían retener demasiado. No sabía si tenía los papeles en regla, o sea que posiblemente la metieran en un avión de vuelta a su país. Respiró al darse cuenta de que se había librado de una detención segura, pero no estaba seguro de que Toni hubiera corrido la misma suerte que él.

-¡David!- la voz de Rosa le sobresaltó- ¿Qué si te traigo el café ahora o me espero?
-Perdona Rosa- contesté volviendo a la realidad- Sí, por favor. Me lo tomaré en cuanto termine.


     Si habían detenido a Toni, seguramente le caería un buen puro. La droga que solía llevar encima era suficiente para pedir una orden de registro, y si la policía entraba en su casa, se podía dar por jodido… David seguía teniendo pendiente una charla con Ana, y aunque sabía que hoy no iba a ser un buen día para ella, tenía decidido no posponerlo. Iría al 32 a la hora del café, así podría dejarle caer al presi lo de su búsqueda de trabajo y pasarse por el bar cuando la clientela aflojaba y los padres de Ana se podían encargar solos del negocio.

jueves, 24 de noviembre de 2016

DESPUÉS DE LA TORMENTA



-¡Y encima ahora se pone a llover!

    Caminaba cabizbajo alejándose de la estación de tren. Otro día pateando polígonos, dejando currículums y recibiendo negativas. Hacía ya más de dos años que su vida había tomado un giro hacia ninguna parte: veinte años trabajando en la construcción no sirvieron de nada cuando la burbuja inmobiliaria decidió que se había cansado de colaborar con el enriquecimiento de los especuladores.

    Al principio no le preocupó. Entre el subsidio por desempleo y el sueldo de su mujer tenían más que suficiente para mantener al niño y cubrir gastos, pero a medida que fueron pasando los meses su carácter cambió. Cambió a peor, hasta el punto de perderlo todo. Cayó en un ostracismo del que no podía salir, tal vez porque en el fondo no quería hacerlo. Las discusiones en casa se convirtieron en algo tan habitual como su costumbre de autocompadecerse sin intentar hacer nada que cambiase la dinámica negativa.

    Tras el divorcio, se alquiló un piso en la misma ciudad para poder seguir estando cerca de su hijo, pero seguía sin encontrar trabajo y su maltrecha economía se resintió hasta el punto de tener que dejar el piso y trasladarse a su ciudad natal para vivir con su madre.

    Las cosas no habían mejorado demasiado. Ahora sí buscaba trabajo con ahínco, le daba igual la función que tuviese que realizar, pero éste no aparecía por mucho que navegase por webs laborales o por muchos kilómetros que patease haciendo entrevistas para empresas que siempre encontraban otro candidato más adecuado a lo que buscaban.

    Mientras abría la puerta escuchó voces en el interior del piso. No le apetecía nada tener que poner buena cara delante de las visitas, pero fuese quien fuese, no sería el culpable de su mala fortuna. Entró saludando en voz alta, cerró la puerta y se giró en el momento justo en que su sobrino de cuatro años se lanzaba en sus brazos riendo.

    Sonrió. Después de todo, la vida era maravillosa.

domingo, 20 de noviembre de 2016

PILOTO 22



     El partido comenzó como siempre, con un Mogón volcado e intentando tener el balón la mayor parte del tiempo. Su rival se limitaba a defenderse en su campo, pero la falta de imaginación de los locales en los metros finales provocaba que simplemente con una buena organización defensiva las embestidas de los verdes no llegasen a buen puerto. A medida que la primera parte avanzaba, el cansancio comenzaba a provocar falta de precisión en los pases, y dos balones perdidos en la medular, provocaron dos peligrosos contraataques que a punto estuvieron de costar muy caro. Sin embargo, a pesar de los sustos, el árbitro señaló el camino de los vestuarios cuando el marcador todavía señalaba el cero a cero inicial.

     Durante el descanso había comenzado a lloviznear, y al pitar el colegiado el inicio de la segunda mitad, una fuerte tormenta caía sobre el estadio. Sólo duró veinte minutos, pero fueron suficientes para dejar muy pesado el terreno de juego, lo que unido al cansancio acumulado por el desgaste de la primera parte, provocó que el Mogón fuese cediendo el balón y el control del partido de forma paulatina.

     -Chino, Jota y David, a calentar.

     Chino y Jota salieron disparados hacia la banda, pero David se quedó mirando a su entrenador. Cuando estaba a punto de recordarle su conversación de antes del partido, el Colorao se giró hacia él para apremiarle.

     -Espabila, que aunque no juegues, te vendrá bien trabajar un poco en la banda.

     Al salir del banquillo, una pequeña ovación que llegó desde la grada, le provocó un ligero cosquilleo. La gente recordaba el partido de ferias y le veía la principal baza para reflotar el equipo. El partido seguía intenso, y cuando las piernas flojeaban, desde el fondo de la portería visitante llegaban ánimos acompañados de un continuo golpe de tambor, que al igual que a los reos en galeras, invitaba a los jugadores a apretar los dientes y seguir trabajando. Llamaron al Chino, y verlo venir de frente, la tensión de sus ojos le hizo hablar.

     -Chino –le dijo cuando se cruzó con él- Te has pasado con el perfume: apestas a gol.

     Hacía mucho, un veterano se lo dijo antes de saltar al campo, y no sabía por qué, pero la frase había salido sola de su boca. El Chino se fue con una sonrisa en los labios, y cuando faltando siete minutos su lanzamiento entró pegado al palo, continuó la carrera hacia la banda y se tiró sobre el catorce. Antes de darse cuenta, se encontraba debajo de la montonera que el resto del equipo había formado sobre ellos. De ahí al final, unos eternos minutos de sufrimiento hasta que los tres silbidos decretaron el final del encuentro.


     Salió del campo cansado, más por la tensión que por el trabajo realizado, pero le gustaba la sensación. Habían quedado en el bar del presidente para tomar un par de quintos, y aunque se le había pasado por la cabeza ir a visitar a Jelena, decidió que seguir a los demás al 32 era la mejor opción. Al fin y al cabo, el Águila Negra no se iba a mover de allí, y la primera victoria del año, bien merecía una celebración.


miércoles, 16 de noviembre de 2016

Paseando por París



Siempre me ha gustado pasear por esa zona de París. Cruzaba el puente de Saint Louis en dirección a la pequeña isla que tenía el mismo nombre. Detrás de mí, Notre Dame se alzaba majestuosa en la isla de la Cité, bañada por los rayos del sol que iluminaban los primeros días de otoño. En el centro del puente, una pequeña orquesta alegraba la mañana a los transeúntes con temas tradicionales de la cultura gala. Bajo nosotros el Sena, cargado de sueños y confesiones, circulaba lentamente, incluso parecía detenerse a admirar la catedral y disfrutar de la música que inundaba el ambiente.

Metí la mano en el bolsillo y saqué unas cuantas monedas y un caramelo que siempre llevaba conmigo. Desde que comencé a tratarme la diabetes, los caramelos me habían hecho recuperar de más de un bajón de azúcar. Coloqué dos monedas en la funda del violín de aquellos artistas callejeros antes de escuchar otra canción y adentrarme en el pequeño barrio comercial sin rumbo fijo.

         Aquella es una zona peculiar: algunas tiendas de recuerdos conviven puerta con puerta con galerías de arte y restaurantes en los que no resulta barato degustar las bondades de una de las mejores cocinas del mundo. Las tiendas de quesos son tan frecuentes como las pequeñas bodegas especializadas en vinos para los paladares más selectos.

         Fue precisamente al mirar el interior de una pequeña tienda a través del escaparate cuando me fijé en ella. No era espectacular, más bien pequeña y discreta, pero inundaba la tienda con su sola presencia. Las mariposas que noté en el estómago me dejaron claro que tenía que intentar algo. No podía dejarla allí e ignorar lo que sentía sin más.

Entré a la tienda consciente de que estaba iniciando algo que podría acarrearme problemas, pero me resultaba demasiado difícil controlar mis instintos más primarios. Caminé entre los distintos artículos, como distraído, pero sin poder dejar de mirarla, de admirarla… Cogí una pequeña lata para guardar capsulas de café con un dibujo del Sacré Coeur en la tapa y me dispuse a pasar por su lado. Al acercarme a ella su fragancia me terminó de cautivar. Ese olor a canela y cítricos, dulce y especiado a la vez, me hizo desearla y querer hacerla mía allí mismo.

En el momento que la miré, los dos supimos que terminaríamos juntos. En mi cara se dibujó una sonrisa de satisfacción al darme cuenta de cómo iba a terminar esa historia. No habría remordimientos, no pensaría en las consecuencias...

La cogí suavemente y nos encaminamos a la salida. La cajera me dedicó una sonrisa cómplice mientras me cobraba y me deseaba un buen día en ese idioma que tan sensual sonaba en la voz de una mujer. Al salir por la puerta no pude controlarme más y me llevé la enorme cookie de manzana y canela a la boca.