miércoles, 13 de diciembre de 2017

En la galería de arte



     El sonido de sus tacones al caminar era lo único que rompía el silencio sepulcral del museo. Había sido buena idea acudir un viernes a última hora. Durante la semana las excursiones abarrotaban las salas de gente y la algarabía no le habría permitido saborear con calma los detalles de cada lienzo. No es que ella fuese una experta en arte, pero sí que le gustaba detenerse e intentar descubrir las historias que habitaban más allá de cada imagen. Era extraño, pero donde los entendidos hablaban de las pinceladas maestras para dar las tonalidades oportunas a una puesta de sol en la que dos amantes meriendan sobre una manta, ella imaginaba el sabor de esa copa de vino y notaba el calor de los últimos rayos sobre su rostro.




     Notó la arena húmeda entre sus pies al observar la playa del siguiente cuadro. El cielo plomizo cubría un océano gris ligeramente alborotado. El sonido de las olas al romper contra las rocas cercanas luchaba por acallar los graznidos de las gaviotas que se batían en retirada ante la inminente tormenta. La humedad comenzaba a apoderarse de su cuerpo, así que, tras una tiritona, continuó caminando por el museo.






     Respiró profundamente al pasar junto a la imagen de un ramo de flores y un aroma dulzón inundó sus sentidos. Fue capaz de distinguir el olor de las margaritas y de las ramitas de romero que descansaban pintadas a los pies del jarrón. Algo empezó a removerse dentro de ella. Él siempre utilizaba romero para cocinarle esos filetes que tanto le gustaban. Llevaban toda la semana sin verse. Sabía que su historia funcionaba así, sin presiones ni obligaciones, pero el olor del romero le recordó al sabor de su boca y comenzó a sentir que un intenso calor recorría su espalda.






     El siguiente cuadro estaba ubicado en la antigua Roma. Una fiesta, que seguro que terminaría en bacanal, mostraba al César tumbado en un diván. En un segundo plano, la señora de la casa, como si de una mujerzuela más se tratara, acariciaba el torso de un musculoso gladiador. Su imaginación se desbocó. Las visiones de alcoba del fin de semana anterior se mezclaron con las del gladiador y la señora retozando en los establos entre sudor y gemidos. Pudo notar sus manos recorriéndole la espalda y como el fuego de la pasión prendía en su interior. El ritmo de su corazón se desbocó mientras la respiración se le aceleraba de manera incontrolada.




     Sonó el teléfono. Un mensaje breve: ”Quiero verte”. Se mordió el labio y sonrió consciente de que su bombero aparecía en el momento justo.






sábado, 9 de diciembre de 2017

Cuestión de prioridades



     Camina fatigado después de hacer su turno de ocho horas y prolongarlo durante otras cuatro extras seis días a la semana. Solo tiene los domingos y, ahora que las tardes son más largas, unas horas cuando regresa a casa para disfrutar de la compañía de su mujer y las diabluras de las pequeñas. Tiene que ser así, no hay más remedio. Desde que llegaron a la ciudad su vida ha sido trabajar y apretarse el cinturón para cualquier cosa que querían conseguir. Primero ahorrar para la boda. Poco después surgió la oportunidad de los pisos subvencionados y decidieron meter allí todos sus ahorros. Una tercera planta en un barrio obrero a las afueras era el lugar elegido. Pisos modestos, de tres habitaciones y un pequeño balcón rodeados de pedazos de tierra que los nuevos propietarios convirtieron en jardines. Allí serían felices. Las niñas llegaron y crecieron rápido, con lo que su amada dejo de trabajar y él tuvo que ampliar su horario para cubrir gastos. Ahora resopla pensando en que pronto serán cinco en vez de cuatro y los gastos volverán a dispararse.



     Al acercarse a su calle saluda a un par de vecinos sin detenerse y le parece vislumbrar dos figuras conocidas al otro lado del jardín. Se le encoge el corazón. Sus dos niñas están, como cada tarde, asomadas a una ventana de la planta baja de su bloque. Sabe perfectamente que hacen allí. Los hijos de la vecina suelen ver a esa hora una serie de dibujos animados que les encanta y como en casa no tienen televisión, cada tarde se asoman a hurtadillas para verla. Las llama y vienen corriendo, aunque la pequeña no para de mirar hacia atrás. Los dibujos ya han terminado, así que suben las escaleras con él hablándole sin parar del episodio de hoy y de cómo la protagonista ha ayudado a su madre a hacer tareas antes de salir a jugar.


-¡Igual que hacemos nosotras, papa!


     Saluda a su mujer con un beso y le da el dinero de las horas extras. Tres partes van a un tarro que pone vacaciones y una a otro en el que se lee TV. Da igual que en el tarro no haya suficiente, luego hablará con su mujer y mañana comprará esa televisión. Las vacaciones pueden esperar.