martes, 30 de mayo de 2017

NOSTALGIA




                No eran unas manos suaves, aunque cuando acariciaba lo hacía con una ternura inusitada. El paso de los años había ido dejando su huella en forma de cicatrices y marcas de quemaduras con los utensilios de cocina. Gruesas venas surcaban su dorso recorriendo unos huesos en los que la edad había provocado un desgaste que a veces parecía deformarlas por completo. La artrosis no perdonaba.

     La recuerdo en la puerta de su casa del pueblo. Estaba sentada bajo la sombra de un parral en un pequeño taburete de madera. Todo olía a jazmín. En las largas temporadas de soledad, en las que solo su perro y el canto de los pájaros le hacía compañía, se entretenía cuidando las plantas que al llegar la primavera florecían adornando la terraza del viejo cortijo de la familia. El lugar, orientado al río y bañado por el sol durante gran parte del día, era ideal para el crecimiento de esas flores en las que ella volcaba todo su cariño cuando sus nietos estábamos lejos.

 Vestía de un negro riguroso desde la muerte de mi abuelo. Solo un delantal gris claro se acercaba al tono de una piel blanca que en otro tiempo el campo y las inclemencias meteorológicas habían curtido y teñido de oscuro. Recogía su pelo gris en un pequeño moño, dejando al descubierto el único “adorno” que siempre le acompañaba: los pendientes que le dio su madre y, que algún día no muy lejano, ella regalaría a su hija menor.

     Pelaba patatas. Entre sus piernas tenía un pequeño barreño amarillo y yo me quedaba embobado viendo su habilidad. Las pelaba como si de naranjas se tratase, sacando toda la piel de una sola tira con la pequeña navaja que siempre usó para pelar verduras. Las mondas a una bolsa, las patatas a una cacerola y así una y otra vez. Éramos muchos para comer aquel día y a pesar del trabajo que le dábamos, la ilusión por juntarnos a la mesa se dibujaba en su cara.

martes, 16 de mayo de 2017

EL SALTO



                No era el mejor momento de su vida, pero a medida que se acercaba al borde del precipicio tenía más claro que todo ese sufrimiento terminaría pronto. Se detuvo al borde del abismo y respiró profundamente. Respiró silencio y soledad. Hacía tiempo que ese era su hábitat natural. Sus padres nunca habían confiado en ella. Siempre vivió a la sombra de su hermana mayor: más guapa, alumna más aplicada y con un don especial para los deportes. Nunca paraban de ponerla como ejemplo a seguir. Estaba cansada de su vida hasta el punto de lograr encontrarse cómoda tan solo en situaciones como esa: de pie junto a un acantilado.

Foto
     Allí nadie le molestaba. Oteó el horizonte. Negros nubarrones se acercaban presagiando una inminente tormenta, pero el mar, a sus pies, todavía no mostraba su peor cara. Ni fuertes olas ni espuma entre las afiladas rocas. Un águila planeaba en la lejanía. Libertad. Si lo hacía se sentiría completamente libre durante unos segundos. Volar como esa ave. Como la hoja seca que arrastrada por el viento gira y gira justo antes de besar el suelo. Necesitaba sentirse así. Necesitaba dejar la tierra atrás y que aire avivase el fuego que ardía en su interior antes de apagarlo en el agua helada. Dio un paso atrás, tomó impulso y saltó al vacío. 

     Notó el frío líquido en sus pies justo antes de adentrarse en la oscuridad del océano. Al volver a la superficie, cuatro buzos la rodeaban para comprobar que todo había salido bien. Los aplausos de los jueces la reconfortaron, pero la mirada de su hermana, que envuelta en una toalla la observaba desde una barca cercana, fue lo que le confirmó sus sospechas. Había logrado el salto perfecto.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Campeón del mundo



     El tiempo llegaba a su fin cuando David controló un balón muerto lejos de la portería rival. Arrancó con una resolución inusitada. Daba la sensación que flotaba sobre el césped cuando, tras dos regates y un nuevo cambio de ritmo portentoso, entró en el área. En un desesperado intento por detenerle uno de los defensores golpeó su pierna haciéndole caer al suelo. Nadie protestó el penalti.

     Cogió el esférico con determinación, buscando la válvula de inflado para colocar el cuero en el suelo tal y como a él le gustaba. Algunos compañeros, agradecidos de no ser los elegidos para lanzarlo, le daban palmadas de ánimo. Un jugador contrario se cruzó en su camino y le dijo algo para intentar ponerlo nervioso, pero a pesar de su juventud llevaba muchos años compitiendo al máximo nivel y tenía claro lo que ese lanzamiento significaba. Al día siguiente, su foto coparía las portadas de los diarios de todo el mundo indiferentemente de si salía victorioso o fracasaba. En los próximos segundos se convertiría en héroe o villano y mientras se encaminaba al punto fatídico, notó miles de millones de ojos clavados en él.

     Recordó los partidos en el patio del colegio con sus compañeros de clase y las broncas de su padre cada vez que llegaba a casa con las zapatillas rotas y lleno de barro hasta las orejas. Los consejos de su primer entrenador cuando a los siete años comenzó a jugar en el equipo de su barrio, en aquel campo de albero que había junto a las vías del tren. Respiró hondo y creyó sentir el olor a tierra mojada y escuchar el jaleo de la gente que les solía animar desde el bar.

     Tomó aire, lo soltó de golpe e inició la carrera. El guardameta parecía cada vez más grande pero no cambió su disparo habitual. Golpeó suave, a la derecha de un portero que ya se vencía hacia el otro lado. Todo había terminado bien, España ganaba su segundo mundial. Se quitó la camiseta ebrio de emoción y corrió hacia un córner en el que sus compañeros se unieron a él.

-¡David! ¡Ponte ahora mismo esa camiseta y sube a casa o bajo a por ti!
-¡Mamá, que acabo de ganar la Copa del Mundo!
-Ni copa ni copo. Sube y te lavas que nos tenemos que ir a casa de tu abuela.

miércoles, 3 de mayo de 2017

DEBILIDAD



     Bajo la ducha recapacito sobre lo que acaba de suceder. Desde el primer momento he sabido que no era buena idea, pero a pesar de tenerlo claro, no he hecho nada para evitarlo. Aunque mañana me encontraré fatal y me arrepentiré, ha valido la pena solo por volver a notarla sobre mí.

     Cuando percibí su presencia entorné los ojos para disfrutar de ella con toda la intensidad posible. Hacía tiempo, mucho tiempo que no estábamos juntos, pero al momento de comenzar a gozar de su compañía fue como si los meses no hubieran pasado. Noté aumentar mi temperatura cuando sus caricias cubrieron mi cuerpo llenando con su fresco aroma cada poro de mi excitado ser. Erizó la piel de mi nuca con un dulce beso que hizo que mi respiración comenzara a agitarse. No era consciente de lo que la necesitaba hasta el momento en que me envolvió pegándose a mí y haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera con un escalofrío incontrolable. La noté como la recordaba, como siempre, como nunca, como ese rio desbocado que arrolla todo lo que encuentra a su paso y lleva a sus peces a nadar al ritmo que ella marca. Sentí cerca el final. Lo que en un principio era un vaivén cadencioso evolucionó a un galope frenético a medida que vi que llegaba. Noté su humedad. Mi cuerpo ardía y mi sudor se mezclaba con ella empapándome por completo hasta que todo terminó entre sonoros jadeos.

     Mañana me acordaré de esto. Sé que no tenía que haberlo hecho con los problemas de salud que arrastro, pero correr bajo la lluvia siempre ha sido una de mis debilidades.