miércoles, 23 de mayo de 2018

NOCHE DE CONCIERTO


     Terminó de desatascar el desagüe de María, la entrañable abuelita que vivía en el tercero, y se dirigió al pequeño cubículo que habitaba a la entrada de la finca. No era más que una zona de la portería habilitada a modo de vivienda. Un pequeño lavabo y una estancia algo más grande que hacía las funciones de cocina, salón y, cuando habría el viejo sofá-cama, dormitorio. No era gran cosa, pero había llegado a un acuerdo con el casero que le permitía vivir allí a cambio de encargarse del mantenimiento del antiguo edificio.



     Bajo la ducha recordó el día que fundó su primera empresa: Doménech y Doménech reformas integrales. El duro pero ilusionante trabajo codo con codo junto a su hermano. Era buena época para la construcción y la pequeña empresa creció como la espuma. Su vida, hasta entonces humilde, pasó a convertirse en la de un nuevo rico. Fiestas con famosos día sí y día también hasta que ella se cruzó en su camino.



     Mientras se secaba mirando el traje que le esperaba colgado de la puerta, el ruido del tráfico exterior martilleo sus oídos. Nada que ver con lo de aquí a un rato. Sonrió. La camisa era casi transparente, pero gracias a su dieta obligada, continuaba sentándole como un guante. Los codos de la chaqueta, tan desgastados como la suela de los mil veces lustrados zapatos, aguantaban gracias a la calidad del género. Junto a su teclado, era lo único que mantenía de tiempos mejores.



     Andrea era una preciosa actriz de la que quedó prendado a primera vista. En poco  tiempo pasaron a ser una pareja que no podía faltar en ningún acontecimiento social que se preciase. El nacimiento de su niña marcó un antes y un después en esa relación. Roberto no quiso frenar su tren de vida y dejó de lado tanto a su empresa como su familia. Su mente recuerda entre nieblas aquella época. Viajes y orgías, salpicados de alguna imagen de su pequeña cantando mientras el acariciaba el precioso piano de cola que adornaba el salón llegaban a su memoria de forma difusa. Nunca estudió música, pero su buen oído le otorgaba una fascinante facilidad a la hora de interpretar canciones conocidas.



     Salió a la calle tras asegurarse que llevaba la entrada. Le había costado dos meses de propinas y varios fines de semana tocando su viejo teclado en la puerta de la catedral, pero el capricho valía la pena. El Gran Teatro del Liceo siempre fue una de sus debilidades y rondando como estaba los sesenta años, tenía que darse algún capricho por mucho sacrificio que tuviera que hacer a cambio.



     Su matrimonio saltó por los aires a la vez que lo hacía la burbuja inmobiliaria. Endeudado y sin nada más que sus inmuebles para hacer frente a los pagos, vio cómo su mujer le ponía las maletas en la calle. Cuatro trajes (de los que ya solo le quedaba uno), el pequeño teclado que aún le acompañaba a día de hoy y una colección de relojes gracias a la que sobrevivió durante mucho tiempo. Sus amigos desaparecieron a la vez que su dinero. De Andrea y de su hija, solo volvió a tener noticias a través de las revistas.



     Ocupó su asiento en el tercer anfiteatro. No era una gran localidad, aunque en ese templo y tratándose de un recital de piano, el lugar era lo de menos. Había llegado pronto, pero se había colgado el cartel de no hay billetes, así que no tardaría en ver todas las butacas ocupadas. Volvió a sacar su entrada y los ojos se le humedecieron al ver el rostro impreso sobre una escueta frase:


     Recital de piano de Silvia Domenech.


3 comentarios:

  1. El dinero que llega fácil, también suele irse fácil, sobre todo si no se tiene un poco de cabeza y mesura para conservarlo. Menos mal que hay más cosas aparte de vil metal que nos hacen seguir adelante y nunca es tarde para tratar de recomponer relaciones rota; el cariño lo puede todo :)

    Bonito relato, David.

    ¡Un abrazo!

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  2. Incluso hay indigentes que tuvieron una vida holgada y feliz hasta que, por azares del destino o por su mala cabeza, lo perdieron todo, y no solo dinero sino también amigos y familia, que es peor. Tu protagonista tiene el consuelo de ver cómo, por lo menos, su hija ha llegado mucho más lejos que él y ha visto satisfecho su sueño.
    Estupendo relato, triste y muy humano.
    Un abrazo.

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  3. La rueda de la fortuna unas veces edtá arriba y otras abajo. Nuestro protagonista lo aprendió de la peor manera posible, perdiendo a su mujer e hija hasta el punto de tener que ahorrar para poder ver a Silvia.
    Un abrazo compañero.

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