martes, 4 de diciembre de 2018

Cuando suena la campana




     El olor a linimento inundaba el modesto vestuario del pequeño gimnasio en el que terminaba mi calentamiento. Acostumbrado como estaba a las importantes veladas llenando los mayores recintos y a los entrenos en la comodidad de mi casa, parecía haber viajado unos años atrás en el tiempo hasta le época en que empezaba a hacerme un nombre en este deporte. Apenas faltaba un mes para que pusiera en juego mi cinturón de campeón mundial de los pesos pesados cuando subí a aquel ring. Era un combate amistoso, por lo menos todo lo amistoso que puede ser un combate de boxeo, contra un joven del pueblo de mi manager que llevaba poco tiempo en la ciudad.



-   Me han dicho que es rápido y muy ágil- me había comentado mi entrenador en el vestuario- Será un rival ideal para mantener el tono muscular de cara al mes que viene. Alguien que no te exigirá demasiado pero que no caerá en el primer asalto.



     Lo primero que llamó mi atención fue su rostro. Ninguna marca, ninguna señal de golpes ni tabique deformado. No destacaba por nada, ni era alto, ni se le veía especialmente musculado, pero por lo menos me permitiría cruzar guantes con un poquito de intensidad.



     El árbitro nos llamó al centro del ring. Mientras repetía la charleta de siempre, le observé desde más cerca. No levantó los ojos del suelo. No me miró a la cara. Solo un balanceo cada vez más intenso llevando su peso de una pierna a otra y un choque de guantes antes de darme la espalda y volver a su rincón. Estaba solo. Ni entrenador, ni médico, tan solo un chico del club que le acercó una botella de agua, un taburete y una toalla. Dio unos saltitos con los pies juntos soltando brazos y, en el momento en el que sonaba la campana, armó su guardia y caminó hacia mí con paso dubitativo.



     Quizás me equivocaba y al primer golpe daría con sus huesos en la lona.



     Durante el primer asalto apenas pude tocarle. Sus movimientos de piernas y cintura eran rápidos, pero sus ataques demasiado previsibles. Estudié su defensa y me pareció que por momentos tenía tendencia a bajar la guardia un poco cuando se disponía a atacar. Esperaría al segundo asalto para cansarlo un poco más antes de aprovechar ese resquicio.




     Al volver al rincón, mi entrenador me dijo justo lo que yo tenía en mente pero me instó a que el golpe no fuera demasiado contundente con la intención de alargar el entrenamiento y así lo hice. Terminando el segundo asalto, mi puño aprovechó el error e impactó en su mentón haciéndole tambalearse.

  


     Los dos siguientes asaltos fueron de transición. Se seguía moviendo más o menos rápido pero seguía cometiendo el mismo error aunque no quise volver a castigarle por ahí. En el quinto terminaría el combate, volvería a casa y retomaría la rutina previa a la gran velada.




     Sonó la campana y me coloqué en el centro del ring. Él se acercó decidido y en el momento en el que bajo la guardia para lanzar su derecha, busqué el hueco por el que mi puño tendría que asestar el golpe definitivo a su mandíbula para terminar con su resistencia. 



     Algo cambió.



     Rectificó bloqueando mi mano y contraatacó tocándome el mentón. No me golpeó, tan solo me tocó. La cara de indiferencia que había mantenido hasta entonces había desaparecido. La extraña sonrisa que adornaba su rostro me hizo comprender que había terminado el entreno: ahora comenzaba el combate.

10 comentarios:

  1. Suena la campana y la moneda gira, te colocas justo sobre la cuerda y las decisiones que tomes y la manera en que enfrentes cada golpe definirán el final... el presente sucediendo.
    Buen relato David, lo disfruté.
    Abrazos :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esas situaciones que te encuentras a diario y que a veces son incontrolables!

      Gracias Diana

      Eliminar
  2. Lo ha engañado muy bien, relajando sus defensas y haciendo que se confíe y eso también se puede extrapolar a muchas situaciones en las que uno se confía y acaba siendo sorprendido.
    No me gusta el boxeo pero me ha parecido que recreabas bien el ambiente del ring y de los combates.
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tampoco es de mis deportes favoritos, pero es algo que puede sucedernos en cualquier otro campo. No se debe subestimar a nadie ni dar las cosas por hechas.

      Petonets!

      Eliminar
  3. Ese final es la luz que extrae todo un catálogo de tonalidades al relato.

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno el relato y el giro final. "Se acabó revolotear como una mariposa, ahora toca aguijonear como una abeja", como decía Muhammad Alí. Curioso, no me gusta el boxeo pero sí leer sus relatos o ver películas como "Fat City", mi preferida.
    Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tampoco soy un fan del boxeo, pero según a que nivel, tiene un grado de superación que llama mi atención.

      Un abrazo y bienvenido a mi embarcadero.

      Eliminar
  5. Creo que los campeones tienden a infravalorar a sus contrincantes,... y este joven parece que lo hizo. Estupendo relato David!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo creo que el momento en el que infravaloras al rival es justo en el que empiezas a perder.
      Gracias por la visita!

      Eliminar