lunes, 7 de enero de 2019

El aleteo de una mariposa




     Alba no era más que una cría que jugaba en el jardín de sus abuelos. Apenas tenía cuatro años y disfrutaba moviéndose entre las flores, canturreando y descubriendo insectos aquí y allá. Aquel día una bonita mariposa había llamado su atención desde el inicio. Tenía las alas más coloridas que jamás había visto y una predilección especial por las margaritas que su madre había plantado semanas atrás. Su abuelo Antonio, que la observaba sentado en el porche, vigilaba sonriente los movimientos de aquella pequeña que se había convertido en su razón de ser. De repente, la mariposa elevó su vuelo y danzando liviana en el aire, se dirigió al otro lado de la calle en el que otro bonito jardín adornaba la entrada de una enorme casa blanca. Alba no lo dudó y salió saltando tras ella.
 
  




     Agustín conducía el autobús escolar que recorría las zonas más alejadas del pueblo para que los niños no tuvieran problemas a la hora de acudir a sus clases. No era un trabajo que le gustase, pero era lo único que había podido conseguir desde que el traslado de su mujer le hizo viajar a aquella horrible ciudad. Horrible para él. Todo el mundo parecía feliz, sobre todo cuando circulaba por barrios como aquel. Preciosas hileras de casitas unifamiliares a ambos lados de la calle, con sus jardines y sus porches, como las que tantas veces había soñado y que nunca podría tener. Miró por el retrovisor y vio un niño rubio que, levantado en mitad del pasillo, parecía mofarse de un compañero que se encogía en su asiento. Al volver la vista a la carretera una niña que apareció de la nada hizo que detuviera el vehículo de golpe.




     Javi se había levantado para meterse con Daniel. No le había hecho nada, pero era divertido ver como alguien tan grande se hacía tan pequeño cuando lo veía venir. Normalmente solo eran insultos y amenazas, como mucho algún golpe o escupitajo cuando le quitaba el dinero del almuerzo y el otro intentaba resistirse. En un momento se formaba un círculo de niños a su alrededor alentándole mientras su víctima se encogía en el suelo. En el autobús no podía hacer según qué cosas, así que se acercó dispuesto a amenazarle con lo que le haría después cuando un frenazo le hizo perder el equilibrio. El golpe de su cabeza al caer se escuchó en todo el vehículo.




     Los apuntes de Silvia volaron con el frenazo. La profesora estaba sentada en la parte delantera del autocar repasando la clase que tendría que dar al llegar al colegio cuando el vehículo se detuvo. No fueron los papeles lo que más le preocupó: un golpe en la parte trasera le hizo girarse y correr hacia un chaval que, tumbado inmóvil en mitad del pasillo, fijaba las miradas de todos sus compañeros. Sacó el teléfono del bolsillo y marcó el número de emergencias.




     María, sentada frente a la centralita, daba cuenta del almuerzo que ese día había llevado al trabajo. Un sándwich de pechuga de pavo y un zumo de melocotón tendrían que bastar para mantener el hambre a raya hasta mediodía. La mañana había empezado movida. Casi todas las ambulancias estaban circulando por distintos motivos, pero parecía que podría disfrutar de su momento de paz, por lo menos hasta que volvió a sonar el teléfono. Un chico había sufrido un traumatismo en un autobús. Miró la situación de sus compañeros en la pantalla y decidió que lo mejor sería cambiar el planing de alguno de los vehículos de recogida de pacientes, así que llamó a José.



     José conducía por una zona tranquila. Hoy no tenía mucho trabajo, tan solo recoger a Andrés, un jubilado operado de rodilla y trasladarlo al centro médico en el que llevaba a cabo su trabajo de rehabilitación. Sonó la radio y María le informó de un cambio de planes. Un accidente a tres minutos de allí, unido a una sobrecarga de urgencias hacía que él tuviera que recoger al herido y llevarlo al hospital más cercano. No era el procedimiento habitual pero era la mejor solución. Desde la central se habían encargado de cambiar el día de visita de Andrés pero no tenían su número, así que José puso el manos libres y contactó con él.




     Andrés esperaba sentado en el banco que había junto al centro comercial que inauguraron un par de años atrás frente a su casa. Poco a poco recuperaba la movilidad después de su implante de rodilla. La rehabilitación a la que se dirigiría en cuanto le recogieran le estaba ayudando a mejorar a pasos agigantados. Sonó el teléfono y escuchó al conductor de la ambulancia. “Vaya, espero que no sea nada lo de ese chico”. Miró el centro comercial y tras levantarse caminó hacia el interior.




     Maribel atendía la administración de lotería del centro comercial desde que abrió sus puertas al público. El horario no era bueno, pero los ratos de poco trabajo le permitían prepararse sus oposiciones a policía municipal. Además le encantaba ver la ilusión en la cara de la gente cada vez que repartía un premio por pequeño que fuera. Un señor mayor que caminaba con muletas le sacó de su sopor. Era del barrio y solía pasarse cada sábado para probar suerte con la lotería primitiva. Esta vez, al ser viernes, probó con un Euromillón.






     Antonio, sentado frente al televisor, leía el periódico mientras Alba hacía un puzle en el suelo. Comprobó su número del Euromillón aunque sabía que él no había sido el afortunado ganador de los quince millones. El boleto premiado se lo había llevado alguien que había comprado el suyo en la administración número ocho, la del centro comercial que había en un barrio cercano.

10 comentarios:

  1. Ahora entiendo lo del "efecto mariposa", jeje.
    Estupendo relato que va hilvanando las vidas de seres humanos que, en principio, nada tienen en común, pero que, sin saberlo, se ven afectados por la conducta de otros. Muchas veces, cuando creemos que las cosas ocurren por casualidad, no es así. Casi siempre suele haber una causalidad detrás de nuestros actos.
    Un abrazo.

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    1. Gracias Josep!!! Las casualidades existen, pero existen por algo. Cualquier detalle aparantemente sin importancia puede cambiar nuestra vida.

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  2. Hola David como dice Josep Ma aquello que hacemos y sin darnos cuenta afecta a otros, me ha gustado la manera de enlazar las historias. Me ha recordado un libro que leí hace años en el que un hecho aparentemente trivial acababa teniendo consecuencias desastrosas en otras personas. Me ha hecho sufrir esa niña siguiendo a la mariposa, qué peligro tienen los niños, se han de tener mil ojos siempre. En el caso de Andrés ese cambio ha sido muy bueno, ha probado con el euromillón y le ha tocado.
    Muy original
    Besos

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    1. Hola Conxita!! La vida te da sorpresas. Nunca sabemos lo que puede haber detrás de las cosas que nos suceden o como lo que hacemos puede afectar al mundo.
      Gracias por la visita! Petons

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  3. Y es que todo tiene relación,... jajaja, una mariposa aletea sus alas y provoca un huracán en el otro lado del mundo. Estupendo relato David!

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    1. Algo así dice un proverbio chino!! De ahí surgió la idea.
      Gracias por tu visita

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  4. Parece mentira como se encadenan los acontecimientos para determinar la buena o mala fortuna de alguien que ni se imagina todo lo que ha tenido que suceder para llegar a ese resultado.
    Como dice Josep María, un efecto mariposa de libro.
    Un beso.

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  5. Buen relato, claro y dinámico. Siempre ha sido un buen método para medir el funcionamiento, o engranaje, de una sociedad; como si de capítulos cientos se tratara.

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    1. Y que es la sociedad si no eso!! Personajes, capítulos e historias que se entrelazan e interaccionan con más o menos fortuna!
      Gracias por tu visita Jaime.

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