jueves, 2 de abril de 2020

ROMPIENDO REGLAS


     Había dejado de llover. Tan solo había sido una tormenta de verano y ahora podíamos disfrutar de un enorme manto de estrellas cubriendo el cielo. Caminaba cogiendo su mano, como siempre que podía, cuando al pasar junto a la casa del alcalde se detuvo y me miró.


   ¿Nos damos un baño?


  Me resultó imposible decir que no. Esos ojos, esa sonrisa, tenían el poder de anular mi voluntad. Saltamos la tapia y nos acercamos a la piscina entre risas ahogadas. Había luz en el salón, seguro que estaban viendo algún programa de famoseo antes de irse a dormir. Eso hacía la situación todavía más morbosa.


  No lo dudó ni un instante, se desnudó amontonando toda su ropa en una hamaca cercana al lugar por el que nos habíamos colado, se sentó en el borde de la piscina y se descolgó lentamente para no hacer mucho ruido al entrar. Mi ropa quedó junto a la suya aunque yo entré bastante más rápido con la intención de disimular mi incipiente erección.


Fue un intento banal. En cuanto estuvimos en el agua se acercó y me susurró al oído lo mucho que me deseaba. Noté sus labios rozando mi cuello y justo cuando me disponía a besarle, hundió mi cabeza y se alejó nadando mientras intentaba silenciar una sonora carcajada en una tentativa absurda de no romper el silencio. Volví a flote entre toses y chapoteos en el mismo momento en el que la luz del porche iluminaba parte del jardín. Nadé lo más rápido que pude hasta alcanzar el borde de la piscina y salí cuando ella ya corría hacia la valla con la ropa de los dos en las manos.


Lanzamos la ropa al otro lado y saltamos mientras los insultos nos llovían desde el interior de la propiedad. Se enfundó el vestido entre risas mientras corríamos a escondernos en un bosque cercano. Todavía se escuchaban los gritos de aquel anciano cuando nos detuvimos a recuperar el aliento, aun excitados por la situación. 


  El vestido vaporoso se pegaba a su cuerpo mojado marcando el movimiento que la respiración agitada provocaba en sus pechos. Noté como la erección volvía justo cuando mis manos comenzaban a perderse bajo esa fina tela y atraían su cuerpo hacia el mío. La besé. Cierto que no era nuestro primer beso, pero cada vez con ella era especial, como si fuera la primera, como si pudiera ser la última…


  No llegamos a desnudarnos. Antes de darme cuenta estábamos en el suelo. Cabalgaba sobre mí con sus piernas apretadas contra mi costado y las uñas marcando mi cuerpo. La Luna llena nos observaba desde el cielo intentando competir con el brillo de sus ojos en el momento de llegar al éxtasis.


  Se derrumbó abrazándome.


  Nuestra respiración, ya más calmada y profunda, hacía que se balanceara mientras sus dedos jugueteaban con el bello de mi pecho.


−Estamos locos− sentenció con esa sonrisa imposible de no adorar.

−¿Sabes que estás especialmente guapa después de hacer el amor?

−¡Veinticinco años juntos y sigues igual de halagador que el primer día! Vamos para casa, que aunque sea nuestro aniversario quiero estar allí cuando los niños vuelvan de la discoteca, que últimamente están muy descarriados. ¿Crees que mi padre nos habrá reconocido?

10 comentarios:

  1. Qué maravilloso final. Es lo que se llama "otra vuelta de tuerca". Primero, los veinticinco años de matrimonio impensables en tanto ardor y pasión, y luego, lo del padre... genial.
    Un beso.

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    1. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... Difícil, pero consiguen que el fuego siga encendido!

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  2. Fantástico David, con ese final inesperado por partida doble!

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  3. Estaba esperando alguna sorpresa y ahí está, justo en el último párrafo, je,je.
    No solo tiene un gran mérito esa fogosidad incontenible tras 25 de vida en común, sino también, o más, esa agilidad para saltar tapias, ja,ja,ja.
    Un abrazo.

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    1. Siempre intento que haya alguna! Ejercicio, Josep, es importante. La edad no es tanto impedimento como la voluntad de hacer las cosas.
      Un abrazo.

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  4. Un relato atrapante con un final de lo más sorprendente! Jaja
    Un abrazo

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  5. me ha gustado muchisimo ! . una relación digna de envidia , y¡ ni que hablar de su agilidad!

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