martes, 5 de febrero de 2019

FUEGO


    Miro la pequeña llama embelesado. Siempre que enciendo fuego me pasa lo mismo y el recuerdo del abuelo acaba por anegar mis ojos con lágrimas. Fueron años difíciles. Era un buen hombre aunque los días que pasaba por el bar se trasformaba. Mi abuela intentaba esconderme, pero los golpes se escuchaban desde debajo de la cama. Cuando me encontraba, el cinturón me dejaba marcas en la espalda que tardaban semanas en desaparecer. Había momentos en los que la situación me parecía insoportable, otros, sin embargo, daba la sensación de que mi abuelo era el mejor padre que podía tener. A pesar de todo, los maltratos fueron a más y decidí que debía seguir solo mi camino.




Los inviernos alrededor de la chimenea son el único recuerdo agradable que tengo de aquella época. El abuelo Miguel fue quien me enseñó a preparar la madera para que ardiese rápido y bien. Primero una base de ramitas secas, incluso la pinaza podía ser un buen recurso, aunque él prefería evitarla porque costaba secarla y provocaba demasiado humo.


-No utilices piñas –me dijo una noche mientras intentaba que prendiera la leña que tendría que calentar la sopa de la cena- A veces saltan y te la pueden liar aquí dentro. Ramitas finas pero cada vez más grandes, evitando amontonarlas en exceso, el fuego es un ser vivo y también tiene que respirar.




 Es divertido crear ese huequecito en el centro cruzando troncos pequeños, como si fuese una tienda de esas en las que viven los indios de las películas de vaqueros. Solía verlas en el viejo televisor los domingos por la tarde, mientras él roncaba dormido en el sillón. Una vez el fuego ha envuelto toda la construcción, dos o tres troncos más grandes apoyándose sobre la hipnótica fogata y ya no hay vuelta atrás.



    Mi mirada sigue clavada en esas llamas que  danzan burlonas como si de una bailarina que intenta huir de la hoguera se tratara. No se da cuenta de que, por mucho que intentemos huir, nunca podemos escapar de lo que somos. Su fuerza sigue cautivándome, como cuando nuestra casa ardió con mis abuelos dentro. Parece mentira que algo tan bello pueda ser al mismo tiempo tan devastador.




    Es mejor que me vaya. El humo pronto alertará a los guardias forestales y no me conviene estar cerca del incendio cuando aparezcan por aquí.  

10 comentarios:

  1. Me ha encantado cómo el narrador va soltando la información poco a poco y descubriéndonos una historias que empieza totalmente distinta a cómo termina. Además la forma en que está escrita es sencilla, pero muy bonita y hace que leerlo sea muy agradable.
    Enhorabuena, muy buen relato.
    Un beso.

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    1. Perdona David. El comentario de arriba es mío. Ha habido un problema con el ordenador que no es el que uso habitualmente.

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    2. Gracias Rosa!!! Las cosas no siempre son lo que parecen y aunque no seamos conscientes, la infancia nos marca para toda la vida.

      Un abrazo y gracias por pasarte por aquí!

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  2. Supongo que así "se hace" un pirómano, con traumas de la niñez y el fuego como detonante que sirva de asociación y liberación para tanta presión...

    Me ha resultado un relato muy interesante, David, enhorabuena.

    ¡Un saludo!

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    1. Yo también supongo que tiene que ser algo así. La infancia nos marca y no sabemos como nos pueden afectar los traumas que vivimos durante ella.

      Un abrzo

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  3. Hola David recuerdo que un profesor nos decía que siempre, incluso en aquellas conductas más destructivas hay una intención positiva para el que lo hace, él cree (aquí suspendo el juicio)que es bueno para él aunque no para el resto del mundo y eso que nos cuesta entender es desde dónde he leído a tu protagonista, desde la liberación y superación de todo lo que duele aunque para el resto sea equivocado y hasta pueda llegar a ser dañino.
    Tienes toda la razón en que las cosas no siempre son lo que parecen.
    Besos

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    1. Nunca me había parado a pensarlo así. Ese profesor os hacía reflexionar y mucho.
      Petonets

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  4. Es tremendo tu relato, su final es tan coherente como inesperado. Genial.

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    1. GRacias por la visita y el comentario.
      Me alegro de que te haya gustado.

      Un abrazo

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  5. Muy interesante la manera que lo vas relatando. Si. Antes nuestros padres, abuelos eran de caracter fuerte. Y darle cada tanto una paliza a los hijos era algo normal. Y eso deja huellas en la niñez, adolescencia. Ahora, al menos en las ciudades se avanzo. Hay mas conocimiento, psicologos, etc.
    Abrazos

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