martes, 12 de marzo de 2019

Tartaletas y lubina salvaje


     Hacía más de seis semanas que no la veía así que intente hacer de aquella cena algo especial. Algo sencillo, dos días después tenía que volver a salir de viaje y había vaciado la nevera. Compré lo justo para el menú, unas tartaletas variadas y lubina salvaje con hortalizas, todo cocinado al horno, lo que me permitiría tener la cocina recogida y poder terminar de cocinarlo todo a última hora. Las verduras, medio pochadas, descansaban en un plato sobre la encimera junto a la bandeja con las tartaletas. Sobrasada con queso, verduritas con salsa romesco y setas salteadas con pimienta (evité el ajo, no quería maltratar mi aliento) rellenaban el hojaldre a la espera del último golpe de calor. En la nevera esperaban una botella de vino blanco y otra de ese limoncello que, a pesar de no ser mi licor favorito, ella solía pedir cuando teníamos alguna cena con el grupo de amigos que compartíamos.







     Miré el reloj que adornaba la pared de la cocina. El cucharón marcaba las ocho y la cucharilla de postre las doce, disponía media hora para darme una ducha y ponerme la ropa elegida. No eran mis mejores galas, pero sabía que a ella le gustaba como me quedaban esos pantalones. Unas botas negras y una camiseta del mismo color completarían mi atuendo. Eché una última mirada a la cocina para asegurarme de que todo estaba controlado, puse el horno a precalentar y entré al cuarto de baño.







     Un torrente de agua recorrió mi cuerpo tenso. La última vez que nos vimos nos despedimos con un beso, nuestro primer beso. Hacía mucho que soñaba con ella y aquella despedida me mostro que el sentimiento era recíproco, o al menos en aquel momento lo fue. A partir de ahí, el viaje que me tuvo en Estados Unidos dos semanas y dos día antes de mi vuelta, el que le llevó a Malasia durante el último mes. Las diferencias horarias y la falta de medios en la zona en la que ella se encontraba, hizo que los mensajes disminuyeran de la misma forma que aumentaba mi inseguridad. Que justo el día de su llegada aceptara mi invitación a cenar volvió a ilusionarme, por lo menos demostraba que tenía ganas de volver a verme. ¿Para volver a besarme o para dejarme claro que aquello no significó nada? Esa duda hacía temblar mis piernas casi tanto como cuando acaricié su nuca antes de darle las buenas noches aquella noche de principios de Mayo.







     Salí de la ducha algo más relajado. Me vestí, encendí las velas que adornaban la mesa del comedor y puse música suave. “BIP BIP”. Un escueto mensaje llegó a mi teléfono. “Aparcada”. Abrí el horno para introducir la bandeja apartando la cara para evitar que el vapor empañara mis gafas. Nada. La poca tranquilidad que había conseguido con la ducha desapareció dejándome más helado que el interior de ese horno. Miré incrédulo los mandos buscando el error. Encendido y con la temperatura marcando 220º. Corrí al cuadro de automáticos rezando para que el del horno hubiera saltado. Todo estaba correcto, por desgracia, todo estaba correcto. Sentí como se aceleraba mi corazón mientras me esforzaba para encontrar otra opción decente para la cena a falta de horno, pero estaba completamente bloqueado. Noté gotas de sudor resbalando por mi espalda y la sensación de falta de aire cuando sonó el timbre.





Desanimado, me dirigí hacia la puerta.







     Ni siquiera me saludó. Soltó en el suelo su pequeño bolso y me besó. Noté una de sus manos en la nuca y la otra acariciando mi barba justo en el instante en que mis piernas volvieron a temblar.







-Tengo un pequeño problema con la cena- acerté a decirle más desconcertado que preocupado.



-¿Cena? ¿Qué cena?- dijo con una pícara sonrisa- Yo he venido a desayunar. ¿Aquí dónde se… duerme?






     El movimiento de sus caderas mientras caminaba buscando mi habitación y dejando un reguero de ropa tras de sí, hizo que olvidara las tartaletas, las lubinas y el resto del mundo.


10 comentarios:

  1. No hay mal que por bien no venga. A fin de cuentas, lo que más ansiaba sí funcionó, jeje.
    Un abrazo.

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  2. ¡Salvado por el cambio de planes! jajajaja. Me alegro de que a tu prota todo le saliera bien, creo que era lo justo después de su mucho esfuerzo. Por cierto, espero que tuviera en casa café y un paquete de magdalenas al menos :))

    Un relato muy entretenido y con final feliz, no se puede pedir más.

    ¡Un abrazo!

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  3. Muy agradable, David. Uno siempre se olvida de las lubinas en esas situaciones.
    Nos seguimos leyendo.

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  4. Te ahorraste de hacer el asado. El texto te lleva con curiosidad a ver qué pasa hasta el final. Resulta entretenido :) :)
    SAludos.

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  5. Había otros planes pero también se hubiera solucionado, no hay nada que no se solucione cuando se quiere hacerlo.
    Besos

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