jueves, 26 de marzo de 2020

EN LA CASA DEL PUEBLO





                Santi llegó cansado. El viaje había sido largo, ocho horas de carretera para acudir al funeral de su tío. Tenía un recuerdo vago de él y al ver su cuerpo apenas lo reconoció. Poco quedaba en aquel rostro demacrado del pastor enorme y bonachón que le paseaba a caballito y  le daba a escondidas caramelos de café con leche, aún a sabiendas que el pequeño los tenía prohibidos.





     El sepelio había sido tan triste como el desenlace de sus últimos años. Sumido en el olvido por culpa de una enfermedad mental, ingresó en una residencia ante la imposibilidad de valerse por sí mismo. La soledad que le acompañó durante el final de su vida, se vio reflejada en una iglesia prácticamente desierta.




     Se echó en la cama nada más entrar, al día siguiente le esperaba otra jornada al volante y tenía que descansar.




     Un ruido le hizo incorporarse sobresaltado. Por un momento se desorientó, pero enseguida reconoció las sombras de la habitación. Por la ventana no entraba ni un hilo de luz, todavía era noche cerrada. Prestó atención por un momento para corroborar que todo estaba en silencio. Volvió a estirarse. Las casa viejas y sus ruidos. ¡Cuántas veces le habían metido miedo sus hermanas cuando era pequeño y compartían habitación! Poco a poco los buenos recuerdos invadieron su mente y Morfeo se fue apoderando de su cuerpo hasta que un crujido en la madera del suelo del piso de arriba llegó a sus oídos. Escuchó con el corazón acelerado convencido de que había sido una pisada, esperando el siguiente paso de quien fuera que había entrado en la casa, pero no llegó. El cansancio pudo con la tensión y volvió a dormirse cuando los primeros rayos del día entraban por la ventana.




     Despertó más relajado de lo que esperaba después de no haber dormido tanto como le habría gustado, pero decidido a salir cuanto antes. Tanta prisa tenía, que se lavó la cara,  cogió su pequeña mochila y cerró la puerta sin darse cuenta de que dos pequeños caramelos de café con leche descansaban sobre la mesita de noche.



8 comentarios:

  1. Ay, qué pena que no viera el regalo de su tío. A mí me gustaría que algunos de mis muertos más queridos me hiciera una vista de esas, con o sin caramelos, pero se muestran reacios. Yo no saldría corriendo.
    Precioso y tierno relato.
    Un beso.

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    1. En esto estamos de acuerdo. Hay unas cuantas personas al otro lado que me encantaría volver a ver.
      Un beso

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  2. Qué tierno, David. A veces somos incapaces de ver lo que pasa en nuestras narices porque nos dedicamos a "interpretarlo". Espero que el tío de Santi, en su nuevo estado, persevere en mantener esa relación y que Santi esté más receptivo :)

    ¡Un beso!

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  3. Parece que los recuerdos nunca mueren,... incluso, a veces, se materializan.
    Un abrazo!

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    1. Por desgracia a veces desaparecen, pero nunca mueren.

      Un abrazo

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  4. Fue una bella y paranormal forma de corresponderle. Fue la única forma que tuvo su tío de demostrarle que aun no se había ido del todo. Una pena que no reparara en ese regalo póstumo.
    Un abrazo.

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