viernes, 10 de septiembre de 2021

TRABUBULANDIA (IV)


 

 

    Despertó de nuevo junto al río, pero sólo escuchaba el cantar de los pájaros y el sonido del agua al pasar junto a ella.

 

-             -¿Dónde se habrán metido? – se preguntó Andrea - ¿Qué raro que no estén por aquí?

 

    Un graznido sonó en el cielo, y sin pensárselo dos veces, la pequeña se adentró en el bosque y se escondió bajo el tronco de un árbol caído. Se hizo el silencio. Cuando Andrea pensó que ya había esperado lo suficiente, salió de su escondite y siguió con su búsqueda. Escuchó las voces de sus amigos y los vio jugando a fútbol en el otro lado de un gran claro del bosque.

 

-            -¡Hola! – gritó. Y comenzó a caminar hacia donde ellos se encontraban. De repente, algo la cogió de la espalda y la elevó del suelo. Andrea se sorprendió, pero pensó que se trataba de otra broma de Monty y Pucha hasta que los oyó gritar y vio su cara de terror. Andrea se giró para comprobar horrorizada que lo que la llevaba volando y la alejaba cada vez más de sus amigos era uno de los grandes pájaros que venían del Bosque Negro. Luchó, peleó y pataleó durante un rato, pero era inútil, no había forma de soltarse. A sus pies, sus amigos corrían intentando evitar que el pájaro llegase al precipicio, pero su desesperación les impedía avanzar más deprisa y cada vez los veía más pequeños. Cada vez, más lejos

 

    En tierra todos corrían. Los trabubus, David y Pablo lo hacían unos metros delante de las niñas y Mario reía detrás de todos pensando que era una carrera. Al darse cuenta de que el pájaro que había raptado a su hermana se dirigía al precipicio, comenzó a correr cada vez más rápido ayudado por los calcetines de Monty. Adelantó a Nuria y Ariadna, y no tardó en dar alcance a los niños y a los trabubus, sin embargo, el pájaro comenzaba a cruzar el abismo y parecía que nadie lo podría detener.

 

    -¡Suéltala! ¡E mi tata! – gritaba sin parar el pequeño. Ante el asombro de todos, Mario siguió corriendo y al llegar al borde, saltó. Todos miraban con la boca abierta como el chiquitín se elevaba y se elevaba en el aire hasta llegar a coger una pierna de su hermana y provocar que la bestia perdiese la estabilidad y el sobrepeso le hiciese bajar hasta estrellarse en algún lugar del bosque, al otro lado del precipicio.     

 

    Natalia y Ariadna lloraban. David y Adrián intentaban no hacerlo, pero las lágrimas afloraban en sus ojos. Los trabubus se miraban perplejos, sin saber muy bien que hacer.

 

    -¡¡Mirad!! ¡¡Una mariposa!! – gritó Pucha

 

    Todos levantaron la cabeza y vieron una mariposa saliendo del Bosque Negro. No era muy grande, pero era la única muestra de color al otro lado del abismo. No se sabe cómo, el Bosque Negro comenzó a cambiar de color. Sus árboles comenzaron a vestirse con llamativos colores y todas sus plantas se llenaron de bonitas flores verdes. Se escuchaban pájaros cantando y el precipicio que los separaba era cada vez más pequeño hasta que no fue más que una raya en el suelo que todos saltaron para cruzar al otro lado.

 

    Los encontraron abrazados bajo un manzano rosa. Pucha les explicó que aunque Andrea había cruzado asustada, ni ella ni Mario habían entrado al Bosque Negro con miedo, los dos sabían que si permanecían juntos ni la peor de las pesadillas les podría hacer daño: se querían demasiado. Ahora Trabubulandia volvía a ser un lugar feliz, un gran bosque en el que todo era posible si alguien realmente creía que era posible.

 

    Despertaron en sus camas todavía cansados. Estaban un poco tristes porque sabían que ese día volverían a casa, pero los papis tenían que trabajar al día siguiente, así que no podían esperar más. Cargaron las maletas y se despidieron de todos hasta el año siguiente. Al pasar junto al campo de fútbol, su madre les llamó la atención.

 

    -¡Mirad que dibujo más chulo!

 

    En la pared del campo, habían dibujado dos duendes de colores. Eran unos seres pequeños y regordetes que tenían una gran nariz y dos ojos muy chiquititos, a los lados de su cabeza surgían dos especies de trompetillas a modo de orejas y un largo rabo y dos pequeños cuernecillos completaban su curiosa apariencia. Entre ellos había un bocadillo como los de los cómics en los que se podía leer “GRACIAS POR TODO, NO NOS OLVIDEIS”.

 

    -No pienso hacerlo nunca –dijo Andrea

 

 

    Al ver el dibujo, Mario dio un salto en su sillita y comenzó a cantar, como siempre que salían de viaje. Pero esta vez Andrea le acompañó con una canción que sus padres no conocían:

 

 

    “los trabubus somos duendes de colores…

 

 

 

 

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