miércoles, 27 de octubre de 2021

LA TRENZA DE PAJA

 

La trenza de paja se colocaba a las jóvenes mujeres que habían quedado embarazadas sin haberse casado aún. Se les rapaba el pelo y lo sustituían por incómodas trenzas de paja, situándolas en la plaza de las iglesias en días festivos para que todos se enteraran y pudieran dirigir hacía ellas sus insultos y desprecios.

 

 

    


 
 

 

     Las sogas laceran mis muñecas, pero no me quejo, tengo claro que esto es tan solo el principio. Abren la puerta y tiran de mí con fuerza haciéndome caer sobre el duro empedrado. La gente me grita, me insulta por lo que hice, a pesar de que lo volvería a hacer una y mil veces.

 

 

 

     Desde la primera vez que vi esos ojos azules supe que sería con él o con nadie. Éramos apenas unos críos que ni siquiera habían comenzado la adolescencia y que pasaban el día corriendo y jugando juntos. El siempre mi príncipe valiente y yo la damisela en apuros que rescataba de las garras de los infieles. Los años pasaron, nuestros cuerpos cambiaron y los juegos también. Sabíamos que no era lo correcto pero, a pesar de todo, nos dejamos llevar.

 

 

     Un tomate golpea mi rostro volviendo a traerme a la realidad. Sabía a lo que me arriesgaba, pero el amor me cegaba y, aun conociendo el castigo que podían infringirme si quedaba embarazada, jamás me imaginé lo que está sucediendo. Mis vecinos, amigos a los que hasta hace dos días consideraba parte de mi familia, se ceban conmigo y mi desgracia. O eso creen… para mí no es una desgracia. Sus besos, sus caricias, las noches de pasión escondidos en las cuadras o en el claro del bosque, arrullados por el sonido del río y vigilados por miles de estrellas, es algo por lo que habría dado mi vida.

 

 

     Me hacen subir la escalinata de la iglesia y un sacerdote, el mismo que me bautizó hace más de diecisiete años, me rapa el pelo a trasquilones, tirando de él con una fuerza desmedida antes de utilizar unas tijeras oxidadas que no distinguen pelo de cuero cabelludo. Intento aislarme concentrándome en la causa del castigo. El niño “sin padre” que crece en mi interior, una nueva razón para seguir luchando por la vida. Levanto la vista y observo como su mirada temblorosa me pide perdón sin decir palabra. Ponerme la trenza de paja va a ser el primer castigo que imponga como príncipe heredero. Al tenerlo tan cerca y notar su olor no puedo evitar sonreír. Espero que nuestro hijo tenga sus ojos.

 

 

 

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