miércoles, 27 de julio de 2016

PILOTO 4

         Nada pasaba por su mente mientras conducía hacia su nuevo destino,  tan sólo conducía. El paisaje a su alrededor iba cambiando denotando que cada vez estaba más cercano al final de su viaje: las grandes llanuras dejaban paso a hectáreas repletas de olivos. Era un paisaje curioso ya que filas de árboles perfectamente alineadas se extendían a ambos lados de la carretera. Cada finca tenía las hileras colocadas con una orientación distinta al resto, lo que proporcionaba al campo un aspecto original, como si un gran mantel de cuadros la cubriese hasta donde llegaba la vista, porque los olivos llegaban hasta el horizonte. A David le recordó a las rayas horizontales que los jardineros de primera trazan en el césped de los terrenos de juego, en los campos en que vivió tiempos mejores.  La carretera se iba estrechando, y en la lejanía pudo apreciar como algunas montañas  más altas empezaban a aparecer recortadas sobre un atardecer naranja que presagiaba el fin de su último día libre.



-Es un pueblo precioso –le había dicho Torres- está a los pies de la Sierra de Cazorla, en el valle del Guadalquivir. La mayoría de la gente vive del campo (sobre todo de la aceituna) pero también el turismo es importante. En el centro del pueblo se junta el Guadalquivir con un pequeño afluente, por lo que para ir a cualquier lado tienes que cruzar algún puente. Hay una playa artificial que atrae mucha gente, sobre todo los fines de semana del verano. Están llenos todos los bares, y créeme, hay muchos.



Habían pasado dos meses desde que su agente le comunicó que le dejaba. Torres los había aprovechado perfectamente, y le contó como todas las operaciones que tenía a medias habían llegado a buen puerto. Cuando el apoderado viajo al pueblo a cerrar el trato tres días antes, se encargo de llevar todos los efectos personales de David. Él había desperdiciado los dos meses durmiendo y bebiendo hasta volver a quedarse dormido. Llevaba una semana trotando un rato cada día a un ritmo cansino, pero su estado de forma distaba mucho de ser el idóneo para comenzar una pretemporada. Sin embargo, su moto le conducía hacia el Sur con paso firme.



La carretera comenzó a estrecharse.


“Mogón 23 km”


-Ya queda menos.-se dijo a si mismo- Este año el cabrón de Torres me ha mandado al culo del mundo- Aunque juguemos en regional los desplazamientos van a ser largos, esto está lejos de todas partes.



Poco después la carretera comenzaba a descender, y al fondo, unas diminutas luces rompían la oscuridad de lo que ya era una noche cerrada. De la nada, comenzaron a surgir fuegos de artificio iluminando el cielo.


-Parece que están en fiestas, por lo menos estaré entretenido durante unos días.





Marta miraba los fuegos artificiales desde la puerta del bar. Ese era uno de los momentos sagrados en la vida de los habitantes de Mogón: todo el mundo abandonaba los chiringuitos de la feria y se dirigía hacia el campo de fútbol para presenciar el lanzamiento de cohetes que daba inicio a las fiestas. La verdad es que resultaba curioso observar una pequeña multitud peregrinando hacia las afueras. Una vez allí, todos miraban al cielo con la boca abierta y acompañaban cada estallido con una exclamación de sorpresa.






Ella no podía abandonar el negocio familiar, pero desde la puerta del bar, observaba el centelleo de las palmeras que rasgaban la oscuridad del cielo. Le gustaban las fiestas, la verdad es que los cinco días que solían durar rompían con la rutina de la vida del pueblo, aunque para ella significaba mucho más trabajo. Los bares estaban llenos de diez de la mañana a cuatro de la madrugada de forma ininterrumpida, y después de eso, ella solía salir a bailar un rato. “Ya descansaré cuando acaben las fiestas”, solía decir a quien le preguntaba cuantas horas al día dormía. Llevaba en el pueblo tres años después de pasar cinco estudiando en la capital para terminar la carrera. Después de acabar periodismo no consiguió ningún trabajo que le permitiera seguir viviendo allí, así que tuvo que acabar por hacerse cargo del bar, algo que, aunque al principio no le convenció, ahora le resultaba bastante agradable.




Había lavado la cara del local, lo había modernizado y había conseguido conservar la antigua clientela a la vez que atraía a la mayoría de juventud del pueblo. Muchos de ellos por amistad, otros atraídos por su belleza y otros simplemente porque les gustaba el nuevo ambiente habían ido acudiendo al bar cada vez con más asiduidad. El hecho de haberlo convertido en local social del equipo del pueblo también había sido importante, tanto para ella, como para el club que presidía su padre.



Los últimos cohetes iluminaban un rostro pecoso y sonriente, enmarcado por largos bucles rojizos y en que llamaban la atención unos enormes ojos verdes.



Las fiestas acababan de comenzar.



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