martes, 4 de octubre de 2016

EL TREN DE LAS 7:10



            Como cada mañana desde hace unos meses, Jordi camina por el pasillo que une la estación de cercanías de Passeig de Gracia con la línea L3 de la red de metro barcelonesa. Al llegar al centro, junto a un cartel donde una pareja feliz anuncia viajes al caribe, abre una pequeña silla de camping y coloca a sus pies la funda de esa bella guitarra cuyas cuerdas comienzan a acariciar sus manos. El tren de las siete y diez tiene que estar a punto de llegar al andén.

            Como cada mañana desde hace unos años, Andrea baja del tren de las siete y diez en Passeig de Gracia y se dispone a recorrer el pasillo que enlaza con la línea de metro L-3. Antes de adentrarse, se quita los auriculares, los esconde tras la solapa de su chaqueta y se asegura de llevar a mano el portamonedas. Al doblar la esquina, empieza a escuchar las notas de una guitarra y su peculiar voz entonando una canción de Pablo Alborán. Tiene que reconocer que no es excesivamente bueno, pero esa voz le cautivo en cuanto le escuchó cantar. No sabe cómo había llegado a ese punto. Lo recordaba sentado en el mismo vagón que ella, con su traje de ejecutivo y su maletín de piel. Coincidieron cada mañana durante prácticamente un año sin llegar a dirigirse la palabra. Alguna mirada furtiva, alguna sonrisa tímida, ¡incluso un par de veces que se sentaron cerca le pareció notar su olor! Un olor delicioso, mezcla de naranja y canela, que todavía hoy creía percibir cuando pasaba a su lado. Hasta que un día no apareció. Ni al siguiente. Ni al siguiente… Lo volvió a ver tres meses después, aunque no parecía el mismo. Parecía que su brillante carrera había terminado mal.
 

            Aminora el paso al llegar a su altura y durante unos instantes, el tiempo se detiene y disfruta de la música sin apenas mirarle. Al soltar unas monedas en la funda, él le obsequia con una sonrisa y un gesto de agradecimiento. Andrea sigue caminando, y cuando el sonido de la guitarra se pierde entre los ruidos del pasillo, vuelve a colocarse los auriculares.


Al salir a la superficie el incesante fluir de gente hace que apriete el paso instintivamente. No llega tarde a trabajar, desde que la ascendieron un par de meses atrás no tiene que fichar hasta las diez, pero un día fue a trabajar a esa hora y él no estaba tocando. Desde entonces, vuelve a coger el tren de las 7:10 y aprovecha para sentarse a desayunar antes de entrar a la oficina. Merece la pena perder dos horas soñando dormida con tal de escuchar esa voz que tanto le hace soñar despierta.



            Toca dos canciones más para asegurarse de que ella se aleja y recoge antes de encaminarse a la salida en la que le aguarda su moto. Desde que vive en la ciudad no tiene la necesidad de coger el tren para llegar a la empresa informática que dirige. Tocar en el metro, es lo único que se le ha ocurrido para poder seguir admirando esos dos ojos verdes.

16 comentarios:

  1. Muy chulo crack. Mola leer cortito.

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    1. Gracias!! Para mi también es más ameno, y tal como vamos de tiempo en la sociedad de hoy en días, mucho más fácil.

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  2. Un relato que gustará leerlo siempre. Repetirlo de vez en cuando. Un abrazo

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  3. Precioso... pero ¡qué par de tontos! Aunque,tal vez,si quedaran se perdiera la magia.
    Un abrazo,David.

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  4. Precioso... pero ¡qué par de tontos! Aunque,tal vez,si quedaran se perdiera la magia.
    Un abrazo,David.

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  5. Buen relato, ¿cuántas historias de amor permanecen ocultas a los mismos amantes? Quizá mejor así quedarse con ese momento mágico, sin más... pero que lo puede significar todo. Saludos!

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    1. Gracias David! Tal vez no se quedó así, nunca se sabe que pasará mañana.

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  6. Algo raro tenía que pasar ahí, pero nunca me habría imaginado ese final. Me ha encantado

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