miércoles, 3 de enero de 2018

Si pudiera...



     Su vida era de lo más plácida. Nadie le molestaba ni se quejaba de sus ruidos. Sola, sin problemas, con la única preocupación de encontrar alguna mosca que llevarse a la boca de vez en cuando. Sus días transcurrían entre chapuzones en el estanque y ratos al Sol tumbada sobre cualquier roca o alguna de las hojas que flotaban en el agua imaginando como sería su vida fuera de la charca. Algunos días veía pasar cerca de ella excursionistas que si le descubrían se quedaban mirando extrañados (curioso cuando los que estaban fuera de lugar eran ellos). Los más pequeños miraban con cara de sorpresa hasta que algún animal terminaba lanzando una piedra para hacerle saltar. Por suerte, solían tener mala puntería y le daba tiempo a zambullirse mientras se preguntaba si habría hecho algo malo para que le atacasen así.




     Por la noche, mientras croaba a la luna, soñaba despierta que se transformaba en uno de esos seres que caminaban erguidos, vestían ropas elegantes y hablaban con esa melodiosa voz que no tenía nada que ver con su vulgar manera de comunicarse. Así, imaginando que se transformaba en humano, solía quedarse dormida iluminada por la poca claridad que las estrellas proporcionaban al claro del bosque en el que se encontraba su hogar.




     Una mañana, cuando el astro rey apenas proyectaba los primeros rayos de luz sobre la arboleda, despertó alertada por una voz aguda que pedía ayuda. Al abrir los ojos vio un pequeño ser que chapoteaba intentando permanecer a flote sin demasiado éxito. Sin dudarlo, se lanzó al agua y situándose debajo y con suaves impulsos de sus ancas, llevó a la extraña criatura hacia la orilla.




     El pequeño duende tardó unos minutos en recuperar el aliento. Tosía y aspiraba profundamente, lo que le hacía volver a toser. Al final se presentó como Selegna, príncipe de los Trabubus del Sur, que se encontraba de paso y al acercarse al estanque a beber un sorbo de agua, había resbalado de la piedra que, cubierta de musgo, a veces hacía la función de cama a la ranita. Después de gritar y patalear, cuando ya no le quedaban fuerzas para seguir luchando, el pequeño batracio le había salvado de una muerte segura.




     Aunque cuando estaban mojados perdían todos sus poderes, los Trabubus del Sur eran seres de luz que, una vez secos e iluminados por los rayos del Sol, eran capaces de hacer cosas inverosímiles sobre todo cuando se acercaba el ocaso. Selegna, en agradecimiento, le dijo a la ranita que le concedería un deseo. Podía pedir lo que quisiera, pero solo una cosa.




  - Piénsalo bien- le aconsejó con su cantarina voz- Una vez concedido no podrás pedir otro y no habrá vuelta atrás. Te dejo de tiempo hasta el atardecer.



     La ranita tuvo el impulso de contestar rápidamente, sin embargo, advertida por las palabras del duende, reflexionó hasta que el sol comenzó a ocultarse. Por muchas vueltas que le dio no encontró ningún inconveniente. Lo había soñado desde que apenas era un renacuajo y ahora podía hacerlo realidad. Miró a Selegna a los ojos y le pidió ser humano. El duende asintió entristecido y, de repente, todo se volvió oscuro…





     Despertó rodeada de agua, pero en cuanto vio la luz decidió dirigirse a la pequeña rendija para salir a la superficie. Al salir la claridad le cegó hasta el punto de tener que cerrar los ojos. Solo escuchaba voces. Voces como las de los excursionistas de los fines de semana y alguien con un estridente tono que no paraba de llorar. Tardó en darse cuenta que era él quien lloraba. Tardó en darse cuenta de que era un humano que acaba de nacer.



     Pocos días después abandonó el hospital con sus padres. Todavía no entendía lo que decían, pero destilaban amor por todos los poros de su cuerpo. Él (porque resultó que como humano era sapo y no rana) no podía comunicarse con ellos con otra cosa que no fuesen llantos y alguna que otra sonrisa, pero con eso tenía suficiente de momento. Lo cuidaban y mimaban las veinticuatro horas del día hasta el momento en que pasó lo inevitable: se olvidó del pasado, de su bosque, de su charca y se convirtió en humano con todas las consecuencias.



     Se hizo mayor rodeado de comodidades. Resultó ser hijo único y sus padres trabajaron duro para que no le faltase nada. Cuando empezó a crecer, le llevaron a los mejores colegios. Era un buen estudiante. Se le daban bien los animales y le encantaba la naturaleza, sin embargo, se decantó por las nuevas tecnologías. Su madre siempre intentó hacerle ver que se equivocaba, que tendría que estudiar veterinaria o algo parecido, pero él siempre tenía la misma respuesta:

 
  -Mamá, la informática también me gusta y se me da bien. Cuando tenga que buscar trabajo me resultará más sencillo encontrar si me dedico a algo que está en continua evolución…



    


Y así fue. A los veinticinco años terminó su carrera y no tardó en encontrar trabajo en una pequeña empresa como programador. Fue escalando posiciones laboralmente hasta que una multinacional les absorbió.

     Pasó a ser un simple número.

    

     Tenía su vida personal bastante abandonada. Un bonito piso y un buen coche, pero pocos amigos fuera de los compañeros de trabajo y ahora todo se complicaba. Los recortes que venían desde la central le obligaron a trabajar más horas para poder ganar menos dinero. Apenas tenía tiempo para visitar a sus padres y pasó de ser jefe de proyectos que realmente le apasionaban, a introducir datos como un autómata. Llegaba a casa tarde y cansado, calentaba la cena mientras se daba una ducha y daba cuenta de ella sentado en el sofá. En la tele siempre había algún reality que le demostraba lo poco que había que trabajar para triunfar en esta vida si estabas dispuesto a pagar el precio adecuado.



     Los sábados eran su día. Cogía una pequeña mochila con dos bocadillos y una botella de agua, subía al coche y conducía hasta una sierra cercana. Descubrió una ruta por el bosque hace algún tiempo y ahora la repetía semanalmente a modo de terapia. Caminaba un rato entre los enormes árboles intentando no pensar en su hipoteca ni en sus desengaños, ni en su jefe ni en su trabajo, en definitiva, intentando no pensar en nada. Después de un largo paseo se sentaba en una roca cubierta de musgo que había en un claro del bosque, justo al lado de un pequeño estanque. Más de una vez se sorprendió, al escuchar croar a las ranas, pensando en lo feliz que sería si pudiese convertirse en una de ellas.





10 comentarios:

  1. Precioso cuento con mucha moraleja.
    No es oro todo lo que reluce y ser humano no es tan fabuloso como una rana puede creer.
    Un abrazo, David.

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  2. Una fábula moderna para pararse a reflexionar, David, enhorabuena por el tono ameno que le has dado. Besos de año nuevo :)

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  3. Excelente y conmovedor cuento de los sueños y absurdos deseos, que impiden ver lo que nos rodea. Me ha gustado mucho. Cariños.

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  4. Quizá la moraleja sea que nunca nos contentamos con lo que somos. Mal decisión la de esa ranita, y todo porque no conocía realmente a los humanos y la vida a la que se ven empujados. Siempre he pensado que, si existiera la reencarnación, sería bueno recordar quienes fuimos en nuestra vida anterior, para así aprender de nuestros errores pasados.
    Un estupendo cuento, muy bien contado, del que todos deberíamos tomar nota.
    Un abrazo.

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  5. Un texto actual de hoy del momento...
    Que seguir escribiendo
    te llene de buenos momentos.

    Un abrazo desde Miami

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  6. Dicen que hay que tener cuidado con lo que se sueña porque puede hacerse realidad, y nuestra protagonista rana (convertida en hombre) lo ha sufrido en primera persona.
    Bonita fábula moderna, David.
    Un abrazo

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  7. Wow, desde mi infancia que no leia algo asi. Es realmente hermosa, me ha encantado como no tienes idea.

    Saludos.

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  8. Asi es la vida, nunca apreciamos lo realmente hermoso ni lo que realmente es valioso, ni disfrutamos con ellos. Besos

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