El
reloj de la cafetería marcaba casi las cuatro. Marta aspiró disfrutando del
aroma a café recién hecho, miró su reflejo en el espejo e intentó ordenarse el cabello.
Sabía que esa melena era uno de sus puntos fuertes, pero a la hora de trabajar
suponía un problema y finalmente optó por una cola baja con un par de rizos
sueltos a cada lado de la cara. Los días en la costa habían surgido efecto y
lucía un bronceado que realzaba el azul de sus ojos. Estaba preciosa y lo
sabía.
Apenas
había tres mesas ocupadas con clientes habituales. Tres jubiladas hablaban sin
descanso. Saltaban de las hazañas de sus nietos a la novela de moda sin dejar
de lado al nuevo novio de Belén Esteban. Junto a ellas, una pareja no levantaba
la cabeza de sus respectivos teléfonos sin mediar palabra mientras esperaban
que llegara la hora de recoger a sus hijos en el colegio de la esquina. Una
joven ejecutiva intentaba frente a su portátil dejarlo todo listo para irse el
fin de semana un poco más tranquila.
A
las cuatro y cinco minutos entró por la puerta haciendo levantar la cabeza a la
joven del ordenador.
-Ahí tienes a tu bombero – le dijo a
Marta su compañera golpeándole con la cadera al pasar por su lado.
Seguía
igual que lo recordaba, ¿o quizás todavía más atractivo? Se quitó la americana,
la dobló y se giró para colocarla en una de las sillas. “Joder como le quedan
los trajes!!” pensó Marta mientras se acercaba a tomarle nota con los ojos
clavados en el culo de su cliente. Intentó controlar el incipiente sofoco antes
de llegar a la mesa en la que él ya tomaba asiento.
-¡Buenas tardes!
-¡Hola!- sonrío amablemente-
¿Puedes ponerme un café con leche?
-¿Descafeinado, leche fría y azúcar
moreno? ¿Con un donut de chocolate?- Marta se adelantó a sus deseos terminando
la pregunta con un pícaro guiño.
-¡Por supuesto!
Le
encantaban los hoyuelos que se formaban en sus mejillas cuando sonreía. Hacía
varios meses que se pasaba todos los viernes a la misma hora, pedía un café con
leche y un donut, y leía durante algo más de media hora saboreando los primeros
momentos de libertad del fin de semana. Por supuesto que no era bombero a pesar
de que en sus fantasías siempre acababa apagando fuegos después de avivarlos. Sabía
que trabajaba en una oficina cercana, pero no tenía ni la más remota idea de
que hacía allí. Lo que sí que tenía claro desde el primer momento en el que sus
miradas se cruzaron era que se lo comería a besos. Era un chico educado que
siempre tenía una sonrisa en el momento oportuno pero al que no parecían
afectarle las cada vez más descaradas insinuaciones de la camarera.
Cuando
le llevó la comanda a la mesa, él ya estaba sumergido entre las páginas de la
novela, ajeno a la mirada provocativa de la chica del ordenador. En el momento
en el que había entrado había cambiado prioridades y, ya con la pantalla
bajada, removía el café con leche caliente, frío desde hacía un rato,
intentando llamar su atención. Marta aprovechó para observarlo mientras se
acercaba: había aflojado levemente el nudo de su corbata y un mechón rebelde
caía sobre su frente desafiando el poder del fijador que mantenía al resto de
cabello a raya. Rozó su mano levemente al dejar la taza sobre la mesa. Parecían
unas manos suaves pero fuertes. No pudo evitar sentirlas recorriendo su cuerpo,
apretándola contra él y, antes de darse cuenta, las imaginó marcando el ritmo
de un galope desenfrenado que volvió a sonrojar sus mejillas justo en el
momento en que la miró y le dio las gracias.
“De
hoy no pasa” se dijo volviendo a la barra acalorada. No sabía cómo lo haría,
pero esa noche estaría entre sus brazos sí o sí.
Sonó
la campana de la puerta y entró un chico algo desaliñado. Barba de una semana y
sin peinar por lo menos durante el mismo tiempo. Vestía camiseta negra, tejanos
desgastados, botas y una chaqueta de cuero con un parche de Iron Maiden en la
espalda. Miró el interior del local y se dirigió a la mesa ocupada por el chico
del traje. Un apasionado beso fue su saludo a falta de palabras.
-Era demasiado perfecto –le dijo su
compañera riendo e intentando no hacer demasiada sangre de su desilusión.
En
la mesa de al lado, la ejecutiva había dejado un billete sobre la mesa y había
marchado sin tan siquiera pedir la cuenta.