Recuerdo a
la perfección cuando comenzó todo. Acabábamos de volver a nuestra segunda
residencia a las afueras de Londres tras un breve paréntesis para acudir a los
Oscars y cumplir con algunos compromisos publicitarios en Los Ángeles y Nueva
York. Antes del viaje, ya había decidido aparcar el cine y volver, por una
temporada, a mis inicios.
Comencé
mi carrera de actor en el teatro. En aquella época llevaba varios años con el
mismo agente, un pelirrojo irlandés sin apenas contactos, pero que había
conseguido introducirme en el mundillo. Nunca despunté, pero la constancia hizo
que no me faltaran papelitos hasta que después de una obra, un joven arreglado
de sobremanera para el barrio en el que se me acercó, me aseguró que estaba
desaprovechando mi talento. Le prometí, entre cervezas y bromas, que si me
conseguía un par de buenas audiciones, firmaría contrato con él. Cuando dos
días después volvió a ponerse en contacto conmigo, traía en una carpeta dos
contratos a mi nombre. Uno era con su agencia de representación, el otro, para
un papel secundario en una película que, bajo la dirección de Martin Scorsese,
se comenzaría a rodar en Manchester al mes siguiente.
-Les envié unas grabaciones y no
necesitaron nada más. Firma conmigo y le daremos a tu carrera el giro que se
merece.
Lo
hice y lo hicieron. Una sucesión de papeles, cada vez más importantes fueron apareciendo
en mi vida durante los siguientes quince años. Años felices en los que me
acompañó Sara, mi novia desde la adolescencia, y poco después, James y Beth,
los dos pequeños que dormían en el asiento de atrás después del largo trayecto.
Mi
vida, nuestra vida, necesitaba un parón de viajes, así que le comuniqué a mi
agente que quería volver a hacer teatro en casa. No tardó en presentarme a
Roger, director que buscaba protagonista para su próxima obra. Me convertiría
en Hércules Poirot. “Asesinato en el Orient Express” estaría como mínimo
durante una temporada en el Prince of Walles Theatre, por lo que de momento se
acabarían los viajes.
Al
entrar a casa encontré varios sobres en el buzón. Me sorprendió uno sin sello,
dirección ni remitente, tan solo con mi nombre sobre el fondo blanco. Al
abrirlo, una cuartilla amarillenta en la que se podía leer en letras recortadas
de revistas: “Se acerca tu última función. Acabaré con tu vida.”
No
era el primer anónimo que recibía. Normalmente llegaban a la agencia y ellos
los filtraban. Alguna vez a la casa del centro de Londres, pero pocos conocían
la existencia de esa casa, heredada hace años al morir la abuela de Sara, a la
que acudíamos a descansar de forma muy esporádica. La policía no encontró
ninguna pista, pero decidieron que una patrulla hiciese ronda por el barrio
cada dos horas hasta ver como evolucionaban los acontecimientos.
Me
centré en los ensayos. Me encantaba el papel y la caracterización. Me metí
tanto en él, que olvidé la amenaza hasta que el día antes del estreno llegó una
nueva nota, esta vez al camerino, acompañando un ramo de flores.
“La primera función será la última
de tu feliz vida”
Me
costó dormir. La seguridad del teatro se multiplicaría, habría agentes de
paisano infiltrados en el público, pero entre los nervios del estreno y la
tensión por las amenazas, conciliar el sueño resultaba imposible. Mantuve mis
rutinas. Desayuné temprano, hice algo de deporte y repasé el guión por última
vez. Sin apenas comer, me despedí de mi familia (los chicos de producción los
llevarían justo antes de comenzar la obra) y me dirigí al teatro acompañado por
dos escoltas que vigilaban atentamente cualquier movimiento extraño.
Vestuario,
maquillaje… todo ese ajetreo me ayudó a abstraerme de las amenazas y centrarme
en el personaje. En el momento de aparecer en escena, vi a un hombre correr
hacia el escenario con una pistola en la mano y una detonación sonó justo antes
de que lo placaran. Casi se me para el corazón, pero enseguida comprendí que
había fallado. Reconocía a mi primer agente, muy castigado por el paso de los años
o quizás por una vida con demasiados excesos. Respiré al ser consciente que no
había podido cumplir su promesa hasta que su risa y su voz me hicieron
estremecer…
-¡Te advertí! ¡Se acabó tu vida!
¡Tan solo he fallado el cuarto disparo!
Levanté
la cabeza y me derrumbé al ver que el palco vacío en el que debería estar mi
familia le daba la razón.