Pulsó el botón del noveno piso.
Siempre que Fischetti estaba en la ciudad, ocupaba la suite de esa planta en el
más lujoso de sus hoteles. Aunque casi nunca se reunían allí, la confianza que
le tenía había sido suficiente para fijar hora para una cita con una simple
llamada. Hacía
más de una década que, siendo todavía un chaval y sin conocerse de nada, salvó
el culo al italiano a base de puñetazos en un antro de mala muerte. Poco
después, le propuso un negocio poco legal pero muy lucrativo.
Por
aquel entonces, llevaba un aro en la nariz, otro en la ceja derecha y dos en la
oreja. Eso, unido a la chaqueta de cuero repleta de tachuelas, hizo que en el
barrio comenzaran a llamarle así: "El Tachuelas”. El Tachuelas comenzó a regentar “Las
Palmeras”, un club de alterne recién abierto en la zona y que en poco tiempo
pasó a ser una referencia para los amantes de este tipo de locales. Se
encargaba de la seguridad del local, de las cuentas, de los sobornos necesarios
y de que las chicas (había más de cincuenta que cambiaban periódicamente)
cumplieran con su cometido. La mayoría eran jóvenes del Este que llegaban
engañadas, pero a él le daba igual. Hacían que sus bolsillos estuviesen llenos
(muy llenos) y eso era lo único que le importaba.
Sintió
una gota de sudor bajar por su espalda. Nunca le gustaron los espacios cerrados
y cuando vio que se encontraban en el sexto piso, calculó una caída libre de
más de veinte metros. Las puertas se abrieron sorprendiendo a una pareja que se
besaba fuera. Entraron sonrientes, cogidos de la mano y se situaron detrás de
él. Escuchaba susurros cómplices y risitas ahogadas.
Al
continuar con la subida, recordó como todo cambió con la llegada de Jelena.
Nunca se había implicado sentimentalmente con ninguna de las chicas; claro que
había tenido sexo con muchas, pero nunca había ido más allá hasta que esa
melena rubia bajó de la furgoneta. Le costó ganarse su confianza, al fin y al
cabo, ella se sentía una esclava y él era su carcelero, pero poco a poco fueron
intimando. Se las arregló para que no la trasladasen y, aunque no dejó de
trabajar, tuvieron sexo sin coacciones, cuando ella lo decidió. Cada vez la
necesitaba más cerca. Intentaba no pasear por el interior del club cuando ella
estaba “de servicio” porque los celos le comían. Era su trabajo, pero así era
imposible tener el tipo de relación con la que él soñaba. Tenía que hacer algo para cambiar su vida y vivirla con ella.
La
pareja se bajó en la octava planta.
Disfrutarían de una romántica cena en la terraza con mejores vistas de la
ciudad. No pudo evitar sentir un pinchazo de envidia al pensar que hasta hoy,
ellos nunca habían podido pasar ese tipo de veladas. Por mucho que El Tachuelas
fuera la mano derecha del jefe, las chicas tenían terminantemente prohibida la
salida.
Se
abrió el ascensor. Novena planta. Se miró al espejo y se vio repleto de
confianza; el Tachuelas había dado paso a Raul. Había cambiado la cazadora de
cuero por trajes italianos hechos a medida y las peleas, antes habituales, por
razonamientos para evitar llegar a las manos. Bajo la americana, apenas se
apreciaba el bulto de la cartuchera que llevaba en el costado. Nunca le había
pedido ningún favor a Fischetti, pero sabía que, a pesar de ser el primero, la
libertad de Jelena también sería lo último que le pediría…