lunes, 27 de enero de 2020

FABRICANDO SUEÑOS



     Era una tarde cualquiera en el aula de segundo de primaria cuando las detonaciones que sonaron en el exterior nos hicieron estremecer. Nos metimos bajo las mesas temblando, apiñados unos con otros con el miedo pintado en la cara y la débil convicción de que nada nos pasaría si permanecíamos juntos. Dentro de la sala se hizo un silencio que contrastaba con el ajetreo del exterior hasta que una voz lo rompió.


     Era la voz dulce y calmada de nuestra profesora, que como siempre en estas situaciones, sabía qué hacer y decir para que nuestra mente se evadiese por unos instantes de la triste realidad.


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        Las primeras lluvias primaverales habían creado una fina capa de barro en las partes del bosque que no estaban cubiertas de hierba. El olor a tierra mojada, unido a la fragancia que emanaba de las plantas que pronto se llenarían de flores, hacía que un agradable frescor inundase el ambiente. Allí, en la parte del bosque en la que el lodo era más fino, dos gusanos se arrastraban alimentándose. Uno, el típico gusano de tierra, marrón y gordo, se alimentaba de limo y sin ningún tipo de miramiento animaba a su pequeña compañera a hacer lo mismo. A Luna (así le gustaba que la llamasen) no le gustaba el barro, ni arrastrarse y mucho menos, su compañero, pero era el único gusano que conocía. A su lado se sentía segura; sabía cómo evitar a los pájaros embadurnándose en fango y mimetizándose con el entorno, pero siempre la trataba de tonta. Cuando ella le explicaba que le gustaría salir del bosque o subir a los árboles para ver que había lejos de allí, él se encargaba de destrozar sus sueños a fuerza de hacerle comer barro. Luna no soportaba el barro. Ella quería volar.


        Una mañana que lloraba sola bajo un árbol, una pequeña abeja se detuvo a su lado. Era la primera vez que alguien se preocupaba por ella. Entre sollozos le contó su historia, sus miedos, esos sueños que escondía en lo más profundo de su mente como algo utópico. Chispa, así se llamaba la abeja, le sonrió.


−Tranquila, el tiempo y nuestros actos ponen a cada uno en su lugar. Nunca renuncies a tus sueños, es más, conviértelos en objetivos y camina hacia ellos. Tú no eres como ese gusano. Tus ojos destilan alegría incluso cuando estás triste y, a pesar del barro que te envuelve, tienes un aura que lo traspasa y te hace especial.


        Tenía mucho frio y Chispa tenía que marchar, pero antes de irse, llamó a tres compañeras que cubrieron al pequeño gusano con un par de hojas para protegerlo de posibles ataques. Luna se hizo un ovillo y con el mensaje de esperanza todavía en su mente, se quedó dormida.


        La abeja reina destinó a Chispa a colonizar otra zona del bosque, así que pasaron varios días hasta que pudo volver a visitar a Luna. No había nadie donde la habían dejado ni rastros de gusanos en el barro cercano. Una madeja abierta cerca del árbol le sorprendió a la vez una voz le llamaba unos metros sobre su cabeza. Era la mariposa más bonita que había visto en su vida. Sus alas de mil colores parecían esparcir polvo de hadas en cada movimiento y el brillo de su enorme sonrisa solo se podía comparar con el de esos ojos felices y ávidos de seguir aprendiendo, de seguir creciendo, de seguir siendo ella.



        Voló con Luna por el bosque haciendo mil piruetas y posándose delicadamente en las flores más bellas. Se elevaron por encima de las copas de los árboles para ver que había más allá del bosque y bajaron al barro. El gusano seguía arrastrándose y engordando, pero ahora lo hacía solo. Luna no le dijo nada, tan solo se acercó y voló sobre él para asegurarse que la reconocía. Le demostró que ella tenía razón, que ahora era feliz y que ni él ni nadie podrían hacer que eso cambiara. Nunca volvería a visitarlo. Habiendo tantas cosas por descubrir en el mundo no malgastaría su tiempo con un mal bicho.


        Se elevó hasta donde estaba Chispa y se alejaron volando. Se hacía de noche y su amigo tenía que volver a la colmena.

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     En el exterior volvía a reinar la calma. No sabíamos en que momento las armas habían dejado de disparar ni lo que nos encontraríamos a la salida de clase, pero estábamos tranquilos. Nadie nos cortaría las alas.


jueves, 23 de enero de 2020

SIENTO FRIO



     Siento frío. Digo que lo siento, porque no estoy seguro de que lo haga. De hecho no estoy seguro de nada. Es ese frío que se mete en los huesos y no puedes evitar ni acumulando capas de ropa. Ese frío húmedo que te invade poco a poco y contra el que no puedes hacer otra cosa que tiritar. ¿Tirito de frío o tiemblo de miedo? Eso tampoco lo tengo claro.




     Chocolate caliente y ella. Me imagino con una taza de chocolate caliente entre mis manos y unos calcetines gordos, de esos que puedes utilizar sin zapatillas incluso en las casas de montaña. La chimenea manteniendo la sala cálida, acurrucándome frente al fuego, con su cabeza apoyada en mi pecho, escuchando el crepitar de los troncos mientras las llamas bailan centelleantes a un ritmo caprichoso que provoca ese vaivén hipnótico que me mantiene embelesado. Ese es el calor que me gustaría sentir. Ese calor que está tan cerca y a la vez tan lejos.




El refugio estará apenas medio kilómetro ladera abajo, pero soy consciente de que es difícil que llegue a alcanzarlo. No son los quinientos metros de montaña que tendría que recorrer los que me preocupan, son los metros de nieve con los que el alud me envolvió los que me hacen asumir que todo terminará pronto.

lunes, 13 de enero de 2020

UN DIA ETERNO





                Siempre me llamó la atención el subconsciente humano y las distintas formas de sugestión. Me gusta ayudar a la gente a ser feliz y aunque no es posible hacer realidad los sueños de todo el mundo, hoy en día sí que es posible hacer que algunos los cumplan.


     Soy diseñador de sueños. Suena bonito y durante un tiempo lo fue. Fueron años de duro trabajo, en los que renuncié a parte de mi vida, pero al final lo conseguimos. Cuando montamos nuestro negocio, la estancia en nuestra residencia se convirtió en una de las sensaciones del momento porque ¿a quién no le gustaría vivir la experiencia de su vida durante unos instantes? No os voy a aburrir con divagaciones técnicas sobre cómo lo lográbamos, el caso es que tras analizar la mente de cada cliente y sugestionando durante un tiempo variable (dependiendo del sueño que quería vivir) colocábamos unos electrodos que actuaban directamente sobre su cerebro. Una mezcla de tranquilizantes naturales y relajantes musculares le ayudaban a quedar dormidos y a partir de ahí, las máquinas y el subconsciente hacían el resto. Nuestros huéspedes salían felices, asegurando que regresarían en cuanto les fuera posible.


No tardamos en expandirnos. Lo que en principio era tan solo una pequeña residencia, se transformó en cuatro complejos turísticos distribuidos por las principales ciudades del país. 



     Mis hermanas me regalaron un sueño para mi cuarenta cumpleaños.


−¡Te lo mereces!−me dijeron− Es un fin de semana relajante. Llevas cuatro años sin descansar como es debido. Date ese respiro.


     Nunca lo había hecho antes. Sabía cómo funcionaba todo, ya que se trataba de un pack diseñado por el departamento de marketing de una de nuestros centros. No sabía qué hora era, esa era una de las normas de la clínica. Después de un masaje relajante, una buena comida me preparó para el plato fuerte. Tomé el brebaje y dos cápsulas mientras los especialistas me ponían los electrodos que me unirían a la máquina que había ayudado a crear. Poco a poco me fui dejando llevar.


     Mi entorno varió, se oscureció y la cómoda cama en la que estaba tumbado, se transformó en arena de playa. Era una cálida noche de verano. Las olas mojaban la arena a escasos metros de mí mientras una enorme luna llena iluminaba la pequeña cala en la que me encontraba.


     Escuché su voz a mi espalda. Hacía años que la había perdido. Se fue cuando mi trabajo me absorbió haciendo que todo lo que no tuviera que ver con mi gran proyecto quedase en un segundo plano. Pero ahora estaba allí. Susurrándome al oído, besando mis labios, acariciando mi cuello, pegando su cuerpo al mío. Hicimos el amor como si fuese la última vez, posiblemente porque era consciente de que así sería. Seguimos un rato abrazados, sin hablar, tumbados sobre la arena hasta que un majestuoso amanecer llegó acompañado de la suave melodía de piano que sonaba en el hilo musical.


     Salí del centro descansado pero desorientado. Había sido tan real, tan bonito, que sentí miedo.    Me prometí a mí mismo que nunca lo volvería a hacer.






     Todo cambió el día que el Sol se negó a ocultarse. Nadie sabe por qué, los astrólogos siguen locos años después, pero la Tierra dejó de girar sobre sí misma provocando que en nuestra mitad del planeta la noche dejara de existir. En un principio los humanos no lo llevábamos mal. Era curioso ver al resto de animales desorientados, pero poco a poco aquello también terminó por afectarnos. Las ciudades no dormían haciendo que el tráfico no cesase y que el nivel de estrés aumentara a medida que la calidad del aire era cada vez peor. Las clínicas del descanso, lugares a los que la gente iba a relajarse y conciliar sueños reparadores, comenzaron a surgir por doquier, algunos incluso ofrecían servicios similares a los nuestros con costes más reducidos. Surgieron ensoñadores exprés, a domicilio y sin garantías de calidad o posibles efectos secundarios sobre la mente de los clientes.



     Solo han hecho falta unos años para que la luz diurna cambie por completo nuestra sociedad. Los sueños inducidos se han convertido en la mayor de las adicciones. Algunas de las personas mejor situadas económicamente pierden sus fortunas empeñados en vivir un sueño eterno, alejándose cada vez más de una realidad que poco les aporta. En los barrios bajos, la gente mata por unas monedas que les permitan pasar media hora volando entre las nubes o disfrutando de un revolcón con su estrella de cine favorita. Muchos ya no distinguen ficción de realidad. Hasta yo empiezo a dudar que todo esto sea cierto…