No había cenado demasiado, pero la verdad es que no tenía
hambre. Como cada noche durante los últimos cinco días, subí hasta la segunda
planta del hospital dispuesto a dar el relevo
a mi hermana. Mi padre llevaba diez días ingresado, y durante los últimos
días, la enfermedad parecía ganar terreno en la batalla por la vida.
Di dos besos
a mi hermana y uno a mi padre, que dormía en la única cama de la habitación.
Había pasado la tarde tranquilo, pero normalmente la morfina le hacía desvariar
a cualquier hora, sobretodo de noche. Nos despedimos y me preparé para pasar
una larga velada. Puse una botella de agua en el suelo, junto al sillón en el
que pasaría las próximas nueve horas y enchufé el cargador conectado al
teléfono a una toma de corriente cercana. Sintonicé una emisora deportiva y me
dispuse a escuchar las opiniones de los expertos sobre la recién acabada
jornada de Champions. Los equipos españoles habían ganado, así que todo serían
bondades hacia los jugadores de nuestros equipos.
Sobre las
dos de la mañana salí un momento para tomar un café de la máquina que había en
una sala de espera cercana. Los pasillos estaban desiertos y aunque antaño había
sido de los hospitales más modernos del país, el paso de los años había convertido
aquel corto paseo en algo casi tétrico. Las monedas resonaron en el silencio, y
hasta el sonido del café al caer en el vaso sonaba como el de los saltos de
agua que abundaban en las montañas cercanas al pueblo natal de mis padres.
Durante la vuelta a la habitación, sólo el retumbar de mis pasos y el zumbido
de un tubo fluorescente que parpadeaba en mitad del pasillo alteraban la
quietud de la galería norte. El olor a hospital, una extraña mezcla inconfundible
pero difícil de describir, inundaba un ambiente espeso, que a esas horas de la
madrugada prácticamente se podía masticar.
Al entrar me
encontré a mi padre con los ojos abiertos. No tenía muy claro si estaba
despierto o no, pero de todas formas le di dos besos y comencé una conversación
que enseguida vi que no llevaba a ninguna parte.
-Cuidado con ése –me dijo señalando
un rincón vacío- Ten cuidado con ése que es malo. Mientras estén ellos tres
aquí no pasa nada, son buenos y me cuidan, pero él es más fuerte…-La mirada
perdida viajaba del rincón más alejado de la habitación, a los pies de la cama,
donde sus protectores velaban por él.- El problema es cuando se abre la
puerta….
La supuesta puerta estaba junto a la
esquina del malvado. Sin duda, la morfina cumplía con su cometido, aunque los
efectos secundarios no dejaban de ser curiosos.
Volvió a dormirse al momento y
después de jugar un rato con el móvil, me coloqué uno de los auriculares
(siempre dejaba un oído libre por si me llamaba) y comencé a escuchar una lista
de canciones relajantes en Spotify.
Noté un leve tirón de mi mano y al
abrir los ojos, toda la escena había cambiado a mí alrededor. De una puerta
abierta en la nada surgía una fría luz y una densa niebla comenzaba a llenar la
habitación. Una figura alta y oscura tiraba de la otra mano de mi padre, al que
apenas le quedaban fuerzas para resistir. Dos siluetas blancas intentaban
frenar a la sombra sin demasiado éxito, y poco a poco, notaba como se alejaba
de mí comenzando a adentrarse en la fría bruma. De repente apareció ella, pequeña, brillante. Con una determinación y una fuerza inusitada, la imagen de
mi abuela se lanzó contra las sombras equilibrando la lucha. La sombra retrocedió
lentamente entre la niebla y con el empuje de las tres figuras luminosas,
terminó por desaparecer con la puerta por la que había entrado. Los hermanos de
mi padre me miraron preocupados, pero al ver sus ojos comprendí que cuidarían
de él, tanto en esta vida, como en la que iniciaría en breve.
Desperté bañado en sudor. Cansado. Mi
padre descansaba a mi lado, con su medicación puesta y la cara de serenidad que
sólo puede poner alguien que sabe que vaya donde vaya, nunca estará solo.