Siempre
que en nuestro clan teníamos que tomar alguna decisión importante y no sabíamos
de qué forma afrontarla, acudíamos a Abuelo. Es evidente que no era el abuelo
de todos, pero era a la vez el ser más longevo e inteligente que conocíamos.
Recuerdo el primer día que lo vi. Paseaba con mi madre y pasamos cerca de él
por casualidad. Paramos a saludarle, casi de forma reverencial. Él apenas se
movió cuando fui presentado por mi madre, pero aquel gesto casi imperceptible
fue suficiente para transmitirnos su alegría por conocer al recién llegado.
La
calma que le había dado el paso de los años le hacía el juez perfecto:
escuchaba, analizaba y daba consejos. No eran sentencias, tan solo eran
consejos que dejaban contentos a todos los solicitantes.
Todo
cambió cuando ellos llegaron. No supimos cómo reaccionar y acudimos a él
esperando una solución a lo que se nos antojaba una catástrofe. Reflexionó
durante largo tiempo y la resignación y el cansancio tiñeron las palabras que, como en un susurro, nos llegaron arrastradas por la brisa.
Si
llueve, que llueva…
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Me
alejo de él volando mientras veo como aquellos seres que caminan erguidos lo
derriban con sus máquinas infernales mientras su frase resuena en mi cabeza. La
última que nos dijo. La única con la que nunca estaré de acuerdo.