martes, 29 de octubre de 2019

SI LLUEVE, QUE LLUEVA




     Siempre que en nuestro clan teníamos que tomar alguna decisión importante y no sabíamos de qué forma afrontarla, acudíamos a Abuelo. Es evidente que no era el abuelo de todos, pero era a la vez el ser más longevo e inteligente que conocíamos. Recuerdo el primer día que lo vi. Paseaba con mi madre y pasamos cerca de él por casualidad. Paramos a saludarle, casi de forma reverencial. Él apenas se movió cuando fui presentado por mi madre, pero aquel gesto casi imperceptible fue suficiente para transmitirnos su alegría por conocer al recién llegado.




     La calma que le había dado el paso de los años le hacía el juez perfecto: escuchaba, analizaba y daba consejos. No eran sentencias, tan solo eran consejos que dejaban contentos a todos los solicitantes.




     Todo cambió cuando ellos llegaron. No supimos cómo reaccionar y acudimos a él esperando una solución a lo que se nos antojaba una catástrofe. Reflexionó durante largo tiempo y la resignación y el cansancio tiñeron las palabras que, como en un susurro, nos llegaron arrastradas por la brisa.




     Si llueve, que llueva…



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     Me alejo de él volando mientras veo como aquellos seres que caminan erguidos lo derriban con sus máquinas infernales mientras su frase resuena en mi cabeza. La última que nos dijo. La única con la que nunca estaré de acuerdo.

martes, 22 de octubre de 2019

El concertino


     El camerino estaba acordonado. En esa zona del teatro no existían cámaras que pudieran arrojar algo de luz sobre lo que allí había sucedido. No se apreciaban signos de lucha, lo único que quebrantaba el orden habitual era el cuerpo de Kate, el concertino de la orquesta, tumbada sobre un enorme charco de sangre. Un corte fino y profundo le cruzaba el cuello de lado a lado, justo por encima de un suntuoso collar de diamantes que el asesino ni se había molestado en tocar. No faltaba nada, pero tampoco había rastro del arma del crimen.






     En cuanto se descubrió el cuerpo la policía tomó el control del lugar. Algunos de ellos ya se encontraban entre el público, conscientes de la transcendencia del recital de aquella noche y las amenazas que Kate había recibido durante los últimos meses. Hacía tiempo que las viejas organizaciones xenófobas no paraban de sumar adeptos en los estados sureños y muchos no veían con buenos ojos que una violinista afroamericana se hubiese convertido en la estrella de la Orquesta Nacional de Estados Unidos; un honor tradicionalmente reservado para los que ellos denominaban “americanos puros”. Lo cierto es que no era solo ella, Ángela, otro de los primeros violines, que lloraba desconsolada en el pasillo, también había recibido amenazas por su origen mejicano.






     Hablaron con la seguridad del evento para confirmar que nadie ajeno a la organización había tenido acceso a la zona de camerinos. La lista era larga, pero parecía que nadie había visto ni oído nada fuera de lo normal.






     El director fue el último en verla con vida. Confesó haberla notado nerviosa, atemorizada por las amenazas. Intentó tranquilizarla asegurándole que era imposible que alguien cruzase el cordón de seguridad sin autorización. Faltaba casi una hora para que comenzase el recital, así que le aconsejó que se relajara. Solía escuchar música heavy antes de salir a escena. No era normal en este tipo de músicos, pero ella no era normal, era la mejor violinista de la historia.






     Después de una entrevista más o menos rápida con los presentes, tomaron sus datos para tener otra charla más exhaustiva en comisaría. Todavía quedaban agentes buscando huellas o cualquier pista que les pudieran llevar al posible culpable de un homicidio que aparentemente no tenía más motivo que el color de su piel. Una patrulla pasaría por la habitación de hotel de la víctima, allí guardaba algunas de las cartas amenazantes que había recibido.






     Ángela se comprometía a entregar las que ella había recibido. Pareció sentirse aliviada cuando, al entregarle la funda con su violín, el oficial al mando le confirmó que dos agentes le acompañarían al hotel y harían guardia en la puerta de su habitación.






-Gracias –su voz era un susurro tembloroso. Desde luego tenía miedo de lo que podría suceder después de esto- No podré dormir, pero por lo menos estaré tranquila.










     Ángela salió del teatro escoltada por la policía, abrazando su violín. Acababa de ver el cadáver de una compañera, un espejo en el que mirarse, su mayor rival en la carrera al estrellato. Sin ella, no tardarían en nombrarla primer violín. Nadie se percató del brillo de sus ojos al cerciorarse de que no habían descubierto lo afilada que estaba la parte trasera del arco que guardaba en la funda.





 






domingo, 13 de octubre de 2019

CUIDADO CON LO QUE DESEAS...



     Eva siempre le había parecido una mujer especial. Era la mejor amiga de su madre y no sabía si era por el halo de misterio que le rodeaba o por su pelo rojo, pero Marta siempre había creído en secreto que se trataba de una bruja. Vivía sola, en un viejo caserón del interior de Galicia que solían visitar en verano. Ese año, apareció en la puerta de casa de Marta el día de su décimo quinto cumpleaños.


     Pasaron el día en el jardín hasta que el Sol comenzó a ocultarse tras las montañas cercanas.


-Toma –le dijo- Este bolígrafo llegó a mí a través de un kares egipcio. Son los últimos descendientes de una estirpe de brujos, los más poderosos de los que se han tenido noticias. No desperdicies la tinta que le queda, porque si deseas algo con toda tu alma y lo escribes, se convertirá en realidad siempre que no lo taches antes de que las letras se sequen.



      Le dio las gracias de forma educada y exageró lo emocionada que estaba con aquel bodrio de bolígrafo.

     “Quiero una entrada para el concierto de Bruno Mars” escribió entre risas al entrar en su habitación, consciente de que ni quedaban entradas ni su madre le dejaría ir.



     La tarde siguiente la pasó haciendo el tonto y cotilleando con sus amigas. Les enseñó el regalo de “la bruja pirada” y todas le dijeron que lo utilizase para conseguir una cita con Juan.


-¡Pide un unicornio!- dijo Ana entre risas- Total, por pedir…


     Escribió las dos cosas, pero al quedarse sola, tachó el nombre de Juan y lo cambió por Pedro. Pedro era el capitán del equipo de fútbol, hermano de Ana y alguien completamente fuera de su alcance. Escribió y tachó otros deseos de forma compulsiva antes de dormir.
 


     Le sorprendió que Pedro le pidiera que le acompañase al cine. Cuando apareció en su puerta con un unicornio de peluche, vio la mano de su hermana detrás, aunque él lo negó.


     Al regresar a casa, una amiga le llamó nerviosa. Su prima estaba enferma, así que le sobraba una entrada para el concierto de Bruno. Corrió emocionada a decírselo a su madre pero su cara se transformó en hielo para explicarle por enésima vez por qué no le dejaría ir a ese concierto.


     Entró en su habitación con un sonoro portazo y los ojos anegados.

OJALÁ TE MUERAS

     Escribió en letras mayúsculas y apretando el bolígrafo contra el papel hasta casi perforarlo. Todavía no había terminado la “S” cuando, consciente de lo que podía estar haciendo, comenzaba a arrepentirse.

                     
     Su arrepentimiento se transformó en pánico al intentar tachar la frase y comprobar que el bolígrafo había dejado de funcionar.

martes, 8 de octubre de 2019

VOLVIENDO A LA INFANCIA





     Hace muchos años que no juego a fútbol.



     Nací hace algo más de cuarenta y dos años en lo que por aquel entonces era un pueblo a unos pocos kilómetros de Barcelona. Mis padres, como tantos otros, habían llegado aquí desde el sur de España soñando con formar juntos una familia y, por suerte para mí, lo hicieron. Tuvieron dos hijas y cuando pensaban que la familia quedaría así, aparecí yo. Una noche de feria durante las vacaciones en su pueblo natal provocó mi llegada nueve meses más tarde. Siempre he pensado que mi amor por ese pequeño pueblo jienense es debido a que, en cierto modo, allí empecé a existir.



     Ahí estaba yo, el único niño de la casa, con dos hermanas mayores que no tardaron en convertirse en un ejemplo a seguir (en eso también he sido afortunado). De pequeño pasaba los Domingos en casa de mis tíos, en el pueblo de al lado. Por la mañana iba con mi primo a ver los partidos de aquel equipo azulgrana y las tardes las reservábamos para correr tras el balón. Mi padre no tardó en apuntarme a un club que jugaba en aquel mismo campo para que diese rienda suelta a mi afición. Tres días por semana recorríamos media hora caminando entre árboles para acortar terreno y llegar al entrenamiento bosque a través. En mi primer partido, a punto de cumplir los siete años, me enfundé una camiseta de rayas blancas y azules con el número seis y salí al terreno de juego sonriente, buscando con la mirada a mi familia que animaba desde la grada.



Años después, comencé a estudiar en un instituto cercano a ese campo. Atravesaba diariamente lo que entonces eran calles sin asfaltar y pisos en construcción de una ciudad que crecía al mismo ritmo que yo me hacía mayor. Ese campo de tierra continuaba atándome a la infancia y la ilusión que dibujaban los ojos de los críos a los que entrenaba para ganar mi primer sueldo, me contagiaban y daban fuerza para seguir practicando ese deporte que tantos amigos ha puesto en mi vida.



     Hace un tiempo, ya superando la treintena, decidí desvincularme del fútbol definitivamente.



     Hoy dejo atrás los bloques de pisos y entro en un barrio de casitas adosadas recordando las charlas con una amiga camino del instituto. Las obras terminaron por unir los dos pueblos y al entrar en el estadio, un manto verde de césped artificial sustituye al albero que tanto me hizo sangrar en otra época. El mensaje de esta mañana, invitándome a jugar un partidito con mis antiguos compañeros de equipo había conseguido despertar mis ganas dormidas.
 



     Dentro del vestuario, una camiseta con el número cuarenta y dos me espera colgada de una percha.