El
camerino estaba acordonado. En esa zona del teatro no existían cámaras que
pudieran arrojar algo de luz sobre lo que allí había sucedido. No se apreciaban
signos de lucha, lo único que quebrantaba el orden habitual era el cuerpo de
Kate, el concertino de la orquesta, tumbada sobre un enorme charco de sangre.
Un corte fino y profundo le cruzaba el cuello de lado a lado, justo por encima
de un suntuoso collar de diamantes que el asesino ni se había molestado en
tocar. No faltaba nada, pero tampoco había rastro del arma del crimen.
En
cuanto se descubrió el cuerpo la policía tomó el control del lugar. Algunos de ellos
ya se encontraban entre el público, conscientes de la transcendencia del
recital de aquella noche y las amenazas que Kate había recibido durante los
últimos meses. Hacía tiempo que las viejas organizaciones xenófobas no paraban
de sumar adeptos en los estados sureños y muchos no veían con buenos ojos que
una violinista afroamericana se hubiese convertido en la estrella de la Orquesta
Nacional de Estados Unidos; un honor tradicionalmente reservado para los que
ellos denominaban “americanos puros”. Lo cierto es que no era solo ella,
Ángela, otro de los primeros violines, que lloraba desconsolada en el pasillo,
también había recibido amenazas por su origen mejicano.
Hablaron
con la seguridad del evento para confirmar que nadie ajeno a la organización
había tenido acceso a la zona de camerinos. La lista era larga, pero parecía
que nadie había visto ni oído nada fuera de lo normal.
El
director fue el último en verla con vida. Confesó haberla notado nerviosa,
atemorizada por las amenazas. Intentó tranquilizarla asegurándole que era
imposible que alguien cruzase el cordón de seguridad sin autorización. Faltaba
casi una hora para que comenzase el recital, así que le aconsejó que se
relajara. Solía escuchar música heavy antes de salir a escena. No era normal en
este tipo de músicos, pero ella no era normal, era la mejor violinista de la
historia.
Después
de una entrevista más o menos rápida con los presentes, tomaron sus datos para
tener otra charla más exhaustiva en comisaría. Todavía quedaban agentes
buscando huellas o cualquier pista que les pudieran llevar al posible culpable
de un homicidio que aparentemente no tenía más motivo que el color de su piel. Una
patrulla pasaría por la habitación de hotel de la víctima, allí guardaba
algunas de las cartas amenazantes que había recibido.
Ángela
se comprometía a entregar las que ella había recibido. Pareció sentirse
aliviada cuando, al entregarle la funda con su violín, el oficial al mando le
confirmó que dos agentes le acompañarían al hotel y harían guardia en la puerta
de su habitación.
-Gracias –su voz era un susurro
tembloroso. Desde luego tenía miedo de lo que podría suceder después de esto-
No podré dormir, pero por lo menos estaré tranquila.
Ángela
salió del teatro escoltada por la policía, abrazando su violín. Acababa de ver
el cadáver de una compañera, un espejo en el que mirarse, su mayor rival en la
carrera al estrellato. Sin ella, no tardarían en nombrarla primer violín. Nadie
se percató del brillo de sus ojos al cerciorarse de que no habían descubierto
lo afilada que estaba la parte trasera del arco que guardaba en la funda.
Vaya, vaya. Hasta dónde puede llegar la rivalidad y la ambición. Aquí no vale ni el compañerismo ni la amistad. Todo vale para llegar a lo más alto. El fin justifica los medios. Y es que no te puedes fiar ni de tu sombra. Muy buen relato de intriga.
ResponderEliminarUn abrazo.
La ambición humana no tiene límites!!
EliminarUn abrazo
Una inteligente estrategia para eliminar rivales. No queda claro si las amenazas eran reales y Ángela las aprovechó o si las pergeñó ella misma, pero tampoco importa. Ahí entra la imaginación del lector y su granito de arena.
ResponderEliminarUn beso.
Hay gente capaz de todo con tal de eliminar competencia.
EliminarUn beso
Hola, David.
ResponderEliminarEstá claro que aprovechó las amenazas de otros para ella poder escalar en su profesión. Ni compañerismo, ni humanidad.
Muy buen relato, miedo da pensar lo que uno es capaz de hacer para ganar.
Un beso, y feliz fin de semana.
Nos guste o no, hay mucha gente capaz de pisar a quien haga falta para lograr sus objetivos.
EliminarUn beso.
La envidia es desde luego uno de los clásicos motivos para asesinar, y no sé por qué, pero siempre me han resultado sospechoso ver a alguien con la funda de un instrumento musical. Un estupendo relato detectivesco, bien pensado y ejecutado. Un abrazo!
ResponderEliminarLas metralletas de la mafia dentro de fundas de violines han hecho mucho daño!! Sobre todo a los amantes de la novela negra.
EliminarUn abrazo