Hace
muchos años que no juego a fútbol.
Nací
hace algo más de cuarenta y dos años en lo que por aquel entonces era un pueblo
a unos pocos kilómetros de Barcelona. Mis padres, como tantos otros, habían
llegado aquí desde el sur de España soñando con formar juntos una familia y,
por suerte para mí, lo hicieron. Tuvieron dos hijas y cuando pensaban que la
familia quedaría así, aparecí yo. Una noche de feria durante las vacaciones en
su pueblo natal provocó mi llegada nueve meses más tarde. Siempre he pensado
que mi amor por ese pequeño pueblo jienense es debido a que, en cierto modo,
allí empecé a existir.
Ahí
estaba yo, el único niño de la casa, con dos hermanas mayores que no tardaron
en convertirse en un ejemplo a seguir (en eso también he sido afortunado). De
pequeño pasaba los Domingos en casa de mis tíos, en el pueblo de al lado. Por
la mañana iba con mi primo a ver los partidos de aquel equipo azulgrana y las
tardes las reservábamos para correr tras el balón. Mi padre no tardó en
apuntarme a un club que jugaba en aquel mismo campo para que diese rienda
suelta a mi afición. Tres días por semana recorríamos media hora caminando
entre árboles para acortar terreno y llegar al entrenamiento bosque a través. En
mi primer partido, a punto de cumplir los siete años, me enfundé una camiseta
de rayas blancas y azules con el número seis y salí al terreno de juego
sonriente, buscando con la mirada a mi familia que animaba desde la grada.
Años
después, comencé a estudiar en un instituto cercano a ese campo. Atravesaba
diariamente lo que entonces eran calles sin asfaltar y pisos en construcción de
una ciudad que crecía al mismo ritmo que yo me hacía mayor. Ese campo de tierra
continuaba atándome a la infancia y la ilusión que dibujaban los ojos de los
críos a los que entrenaba para ganar mi primer sueldo, me contagiaban y daban
fuerza para seguir practicando ese deporte que tantos amigos ha puesto en mi
vida.
Hace
un tiempo, ya superando la treintena, decidí desvincularme del fútbol
definitivamente.
Hoy
dejo atrás los bloques de pisos y entro en un barrio de casitas adosadas
recordando las charlas con una amiga camino del instituto. Las obras terminaron
por unir los dos pueblos y al entrar en el estadio, un manto verde de césped
artificial sustituye al albero que tanto me hizo sangrar en otra época. El
mensaje de esta mañana, invitándome a jugar un partidito con mis antiguos
compañeros de equipo había conseguido despertar mis ganas dormidas.
Dentro
del vestuario, una camiseta con el número cuarenta y dos me espera colgada de
una percha.
Para los que hemos tenido una infancia afortunada (haber nacido en una buena familia ya es suficiente), los recuerdos nos hacen disfrutar de nuevo de aquella época. Observo algún paralelismo entre tu historia familiar y la mía. Yo también soy el pequeño y tengo dos hermana mayores, tampoco me esperaban, y mi madre vino del sur a vivir a Cataluña. La diferencia es que yo fui concebido en Barcelona y que no me atre el futbol, jeje.
ResponderEliminarUn bonito relato de unos bonitos recuerdos.
Un abrazo.
Creo que nos pasa a muchos. Hemos ido viendo crecer y cambiar nuestros pueblos, a medida que nosotros tambien crecíamos, hasta convertirse en ciudades en las que poco queda de nuestra infancia. Siempre estarán los recuerdos y, espero que durante mucho tiempo, las personas.
EliminarEste relato es real como la vida misma, una frase muy parecida al título de un libro que recibí la semana pasada.
Pues espero que ese libro te guste lo suficiente como para no arrepentirte de haberlo comprado, je,je.
EliminarOtro abrazo.
No sé si lo que cuentas es realidad o ficción. Bien podría ser cualquiera de las dos cosas y tampoco es que importe.
ResponderEliminarLos recuerdos de la infancia siempre son emotivos y si se escriben con sencillez y sinceridad de sentimientos, emocionan.
Un beso.
Verdad como mi vida misma!!! De hecho el personajillo que pisa el balón tiene mucho de mi ;)
EliminarHola, David.
ResponderEliminarEn mis caso, mis padres también vinieron del sur, y se conocieron en Tarragona, más tarde vinimos al mundo mi hermana (mayor) y yo, y acabamos creciendo en un pueblecito que sin ninguna duda nos dio la mejor infancia y adolescencia que pudimos tener, :) Así que con tu historia has hecho que me sintiera muy identificada. Enhorabuena, me alegra que tus bonitos recuerdos se solapen con los de ahora.
Un beso, y feliz sábado.
Creo que es una historia bastante habitual. Los que hemos crecido cerca de grandes ciudades hemos visto crecer nuestro entorno con nosotros. No siempre es fácil asumir esos cambios (a mi cada vez me cuesta más) pero es lo que hay.
EliminarUn beso y feliz domingo ;)
Hola David son bonitos esos recuerdos felices. Y sí todo cambia, aquellas callejuelas en las que se jugaba ahora están llenas de coches, aquellas casitas encantadoras de planta baja y jardín han desaparecido pero el niño o la niña que fuimos nos sigue acompañando en nuestro día a día.
ResponderEliminarBesos y buen partido
Sí, pero los niños de hoy se han perdido el jugar en la calle, los amigos del barrio y muchas otras cosas! Aunque a nosotros que nos quiten lo bailao, ni el niño ni el barrio nos abandonarán nunca.
EliminarPetonets!!!
PD: el partido un desastre en lo que a mi forma física se refiere, pero el rato de risas y la cerveza de después no tienen precio.