No puedo (ni quiero) dejar de balancearme al ritmo de esa canción, una suave melodía entonada por una dulce voz que parece no esforzarse lo más mínimo para lograr esa cadencia que ralla la perfección. Cierro los ojos y me concentro en su sonido, no hay música, tan solo ese canto cuya intérprete ocupa mis pensamientos. La imagino morena, pelo largo revuelto por el viento que aleja las palabras de sus labios hasta hacerlas llegar a mis oídos para prolongar mi deleite. Sus ojos verdes me observan sorprendidos, no sé si porque soy yo o tan solo porque no esperaba encontrar a nadie escuchándole. Su cara se transforma poco a poco, hasta hacer aparecer una sonrisa a medio camino entre travesura y maldad, pero sigo pensando lo mismo: daría lo que fuera por seguir escuchando esa voz, moriría por sentir esos labios susurrándome nuevas canciones al oído mientras me rodea con sus brazos y notamos como el agua nos mece al son que ella marca.
Abro los ojos. Sobre mi cabeza todavía se pueden distinguir los restos del naufragio y, todavía más cerca de la superficie, la luz de un atardecer cada vez más tenue. Comprendo que será mi último atardecer, pero no me importa. Comienzo a sentir frío, pero no me importa. Mi reina me llama y yo me dejo llevar…