domingo, 26 de septiembre de 2021

EL NOMBRE DE LA ROSA

 

 

     Dicen que el nombre que nos ponen al nacer marca el resto de nuestra vida. La vida de Jacinto es un claro ejemplo.

 

 

     En primaria solía ir detrás de Margarita, una niña rubia y risueña que le hacía caso según soplase el viento, pero todo comenzó a tomar forma en su adolescencia, durante unas vacaciones estivales en el pueblo de sus padres. Su prima Hortensia le empujó al interior de un granero cuando volvían de la feria. Hortensia era tres años mayor que él y rezumaba sensualidad adolescente. Sus curvas hicieron que olvidará su parentesco y el mundo exterior y disfrutara del cuerpo de una mujer por primera vez en su vida.

 

 

     Violeta fue su primera novia. La conoció en el instituto y, al contrario que Hortensia, era pequeña y delicada. Lo iluminaba todo con su fresca sonrisa, pero le faltaba intensidad, la intensidad que encontró en Rosa. Rosa fue una relación a espaldas de Violeta. Nunca le pidió que la dejara, al contrario, marcó distancias desde el principio, pero cuando se dejaban llevar terminaba con el cuerpo impregnado en su aroma y la marca de sus “puas” decorándole la espalda.

 

 

     Con Azucena logró la estabilidad que necesitaba, una mezcla entre Violeta y Hortensia que consiguió llevarle al altar y cinco años después, ya le había hecho padre de dos preciosos hijos.

 

 

     Parecía que por fin había encontrado la flor que tanto había buscado, pero la vida de Jacinto cambió por completo una tarde de Abril, cuando conoció a Narciso. 

 

 


 

 

viernes, 10 de septiembre de 2021

TRABUBULANDIA (IV)


 

 

    Despertó de nuevo junto al río, pero sólo escuchaba el cantar de los pájaros y el sonido del agua al pasar junto a ella.

 

-             -¿Dónde se habrán metido? – se preguntó Andrea - ¿Qué raro que no estén por aquí?

 

    Un graznido sonó en el cielo, y sin pensárselo dos veces, la pequeña se adentró en el bosque y se escondió bajo el tronco de un árbol caído. Se hizo el silencio. Cuando Andrea pensó que ya había esperado lo suficiente, salió de su escondite y siguió con su búsqueda. Escuchó las voces de sus amigos y los vio jugando a fútbol en el otro lado de un gran claro del bosque.

 

-            -¡Hola! – gritó. Y comenzó a caminar hacia donde ellos se encontraban. De repente, algo la cogió de la espalda y la elevó del suelo. Andrea se sorprendió, pero pensó que se trataba de otra broma de Monty y Pucha hasta que los oyó gritar y vio su cara de terror. Andrea se giró para comprobar horrorizada que lo que la llevaba volando y la alejaba cada vez más de sus amigos era uno de los grandes pájaros que venían del Bosque Negro. Luchó, peleó y pataleó durante un rato, pero era inútil, no había forma de soltarse. A sus pies, sus amigos corrían intentando evitar que el pájaro llegase al precipicio, pero su desesperación les impedía avanzar más deprisa y cada vez los veía más pequeños. Cada vez, más lejos

 

    En tierra todos corrían. Los trabubus, David y Pablo lo hacían unos metros delante de las niñas y Mario reía detrás de todos pensando que era una carrera. Al darse cuenta de que el pájaro que había raptado a su hermana se dirigía al precipicio, comenzó a correr cada vez más rápido ayudado por los calcetines de Monty. Adelantó a Nuria y Ariadna, y no tardó en dar alcance a los niños y a los trabubus, sin embargo, el pájaro comenzaba a cruzar el abismo y parecía que nadie lo podría detener.

 

    -¡Suéltala! ¡E mi tata! – gritaba sin parar el pequeño. Ante el asombro de todos, Mario siguió corriendo y al llegar al borde, saltó. Todos miraban con la boca abierta como el chiquitín se elevaba y se elevaba en el aire hasta llegar a coger una pierna de su hermana y provocar que la bestia perdiese la estabilidad y el sobrepeso le hiciese bajar hasta estrellarse en algún lugar del bosque, al otro lado del precipicio.     

 

    Natalia y Ariadna lloraban. David y Adrián intentaban no hacerlo, pero las lágrimas afloraban en sus ojos. Los trabubus se miraban perplejos, sin saber muy bien que hacer.

 

    -¡¡Mirad!! ¡¡Una mariposa!! – gritó Pucha

 

    Todos levantaron la cabeza y vieron una mariposa saliendo del Bosque Negro. No era muy grande, pero era la única muestra de color al otro lado del abismo. No se sabe cómo, el Bosque Negro comenzó a cambiar de color. Sus árboles comenzaron a vestirse con llamativos colores y todas sus plantas se llenaron de bonitas flores verdes. Se escuchaban pájaros cantando y el precipicio que los separaba era cada vez más pequeño hasta que no fue más que una raya en el suelo que todos saltaron para cruzar al otro lado.

 

    Los encontraron abrazados bajo un manzano rosa. Pucha les explicó que aunque Andrea había cruzado asustada, ni ella ni Mario habían entrado al Bosque Negro con miedo, los dos sabían que si permanecían juntos ni la peor de las pesadillas les podría hacer daño: se querían demasiado. Ahora Trabubulandia volvía a ser un lugar feliz, un gran bosque en el que todo era posible si alguien realmente creía que era posible.

 

    Despertaron en sus camas todavía cansados. Estaban un poco tristes porque sabían que ese día volverían a casa, pero los papis tenían que trabajar al día siguiente, así que no podían esperar más. Cargaron las maletas y se despidieron de todos hasta el año siguiente. Al pasar junto al campo de fútbol, su madre les llamó la atención.

 

    -¡Mirad que dibujo más chulo!

 

    En la pared del campo, habían dibujado dos duendes de colores. Eran unos seres pequeños y regordetes que tenían una gran nariz y dos ojos muy chiquititos, a los lados de su cabeza surgían dos especies de trompetillas a modo de orejas y un largo rabo y dos pequeños cuernecillos completaban su curiosa apariencia. Entre ellos había un bocadillo como los de los cómics en los que se podía leer “GRACIAS POR TODO, NO NOS OLVIDEIS”.

 

    -No pienso hacerlo nunca –dijo Andrea

 

 

    Al ver el dibujo, Mario dio un salto en su sillita y comenzó a cantar, como siempre que salían de viaje. Pero esta vez Andrea le acompañó con una canción que sus padres no conocían:

 

 

    “los trabubus somos duendes de colores…

 

 

 

 

TRABUBULANDIA (III)

 


 

    Al despertar, Andrea escuchó trompetas y tambores, y el sonido de cohetes explotando le recordó que era el primer día de feria. Tras desayunar, salió a la calle dispuesta a ir al río, pero un grito de su madre la devolvió a la realidad: esa mañana tenían que ir de compras al pueblo de al lado y a visitar a unos parientes que hacía mucho que no veía. “No pasa nada –pensó- ya iré esta tarde”. Les gustaba el primer día de fiestas porque al río traían piraguas y dejaban que todos los niños e montasen y remasen por el embalse.

 

    Por la tarde, después de comer, los cinco mayores se fueron al río. Mario se había quedado dormido en el suelo, y su padre lo había llevado a la cama para que echase una buena siesta. Al llegan no había mucha cola y pudieron montarse en poco tiempo. Andrea y Nuria se subieron en la misma, mientras que David, Ariadna y Pablo, se montaban cada uno en una piragua distinta, más pequeñas que las de las dos niñas. La verdad es que sólo a Pablo se le daba un poco bien el remo. Ariadna solamente aguantaba el equilibrio para no acabar mojada; David, en su intento de seguir el ritmo de Pablo, no paraba de volcar y pasaba más tiempo en el agua que sobre la piragua. Nuria y Andrea reían sin parar cada vez que David caía al agua, pero después de llevar un rato sobre las barcas, comenzaron a remar y avanzar bastante rápido hasta que David, cansado de caerse, decidió que sería más divertido hacer que los demás también cayesen. Dejó su barca con los monitores y se dedicó a nadar, agarrarse a las piraguas de los demás y balancearlas hasta que todos cayesen al agua. Aparecía cuando menos se lo esperaban, casi siempre buceando, y todos acababan en el agua entre risas y gritos.

 

    Cuando se dieron cuenta estaba atardeciendo, recogieron sus toallas y pusieron rumbo a casa.

 

-          Esta noche me pienso montar en las colchonetas por lo menos cinco veces- comentó Pablo mientras se llenaba la boca de moras.

 

    Los colchones inflables eran la atracción favorita del grupo de amigos. Allí podían saltar y tirarse de cabeza sin miedo a que les pasara nada, aunque todos sabían que no les dejarían montarse nada más que un par de veces. Ellos se quejarían y refunfuñarían, pero como cada año, les recordarían que era el primer día de feria, que si son muy largas, que si mañana más…. Y ellos acabarían conformándose. ¡Qué remedio!

 

    Tras la cena, todos se arreglaron para la fiesta. Andrea no quiso ponerse vestido: sabía que cuando se montase en las colchonetas pasaría más tiempo cabeza abajo que en pie, y si llevaba vestido se le vería….. Bueno, que estaba más cómoda con pantalones. La noche era bastante fresca y llegaron a la feria casi a las doce, justo cuando empezaban los fuegos artificiales. En el pueblo, los fuegos artificiales eran una tradición que nadie podía perderse. No eran ninguna maravilla, pero en un lugar pequeño en el que durante el año no hay muchas distracciones, la novedad de las fiestas se recibe cono gran alegría. De todas formas hay que reconocer que todos esos chetes explotando a la vez y dando forma a multitud de figuras de colores, eran un espectáculo digno de ver.

 

    En cuanto acabaron, se escuchó a todos los niños a la vez:

 

-            ¡Colchonetas! ¡Vamos a las colchonetas! – así que dieron un corto paseo hasta la parte de la feria donde ese año las habían ubicado.

 

    Un gran dragón verde que abría la boca fue la primera parada. Los pequeños podían subir por su cola y entrar por la parte de atrás de su cabeza para después dejarse caer por su boca y rodar barriga abajo. En la base había animales más pequeños en los que subirse, parecidos a los que hay en los parques del pueblo de Andrea, ranas, caballos, vacas… que cuando tenían a alguien encima no paraban de moverse en todas direcciones hasta que lo hacían caer.

 

    Entraron nada más llegar, se quitaron los zapatos y antes de que sus padres pagaran la entrada ya se habían metido y saltaban de un lado para otro. Andrea se subió a una vaca y se intentó agarrar a los cuernos, pero el impulso fue demasiado grande y cayó por el otro lado. David y Pablo fueron directos al dragón, escalaron la cola rápidamente y desaparecieron en el interior de la cabeza. Ariadna y Nuria saltaban y se empujaban intentando tirarse al colchón. Andrea se levantó y más despacio que antes volvió a subir a la vaca. Esta vez sí que lo consiguió. Agarró los cuernos con fuerza, pero cuando llevaba un rato moviéndose se soltó de una mano para saludar a su tío David que la observaba desde fuera. Agitó la mano en el aire.

 

-         ¡Mira tete, soy un cowboy! – después de decir eso, ¡pumba! La vaca se inclinó hacia delante y la pequeña voló por encima de los cuernos para caer de cabeza al colchón. Al levantarse escuchó y grito y vio a los dos niños saltando desde la boca del dragón y rodando hacia donde ella se encontraba. Mario no paraba de reírse. Al ser el más pequeño, cada vez que alguien pisaba cerca suyo lo desequilibraba y hacía que cayera. Ahora ni si quiera intentaba levantarse, sólo reía y reía feliz viendo como sus amigos caían a su alrededor.

 

    Al salir de la colchoneta todos suplicaron a los padres que les dejaran una vez más, sólo una vez más. La respuesta fue la que esperaban: que si es el primer día, que si las ferias son muy largas, que si mañana más…. Total, que no. Dieron un paseo para ver el resto de atracciones, tomaron un helado y pusieron rumbo a casa. Por el camino Mario se quedó dormido en el carrito. Andrea lo miró, habían tenido un día tan ajetreado que no habían hablado de la noche anterior, y ahora, al ver a su hermano durmiendo, se preguntaba si realmente estaba con ellos o si ya habría viajado a Trabubulandia.

 

    Así fueron pasando las vacaciones: de día los niños jugaban en el pueblo (si la lluvia lo permitía) y las noches las pasaban explorando y jugando en la tierra de los sueños. Y así fue como llegó la última noche, al día siguiente volvían a la ciudad.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

TRABUBULANDIA (II)

 

    Despertó entre los gritos de Mario cómodamente tumbada en la cama de su habitación, otra vez en casa de su yaya.

 

    -Teno tenientes tata, teno tenientes!!!

    -¡Calla Mario! Estoy intentando dormir. Todavía tengo sueño.

    -Me como mis tenientes de tabubus…

    

    Al escucharle, su hermana abrió los ojos de par en par y levantó la cabeza con el tiempo justo de ver al pequeño echarse a la boca una cereza. Una gran y redonda cereza… ¡de color azul!

    -¡Tete! ¿De dónde has sacado los pendientes?

    -Me los ha tato Pucha

    -¿Pucha?¿Quién es Pucha?

    Ante la sorpresa de Andrea, Mario salió corriendo y cantando:

    -“los tabubus son los tuentes de colores…”.

 

    Sentada en el borde del río, con los pies metidos dentro, Andrea explicaba a sus primos y a sus amigos su extraño sueño, o lo que ella creía que había sido un sueño. Mario cantaba y corría alrededor de los mayores, como siempre, con su flotador puesto. Al llegar al episodio de las cerezas y explicar que al despertar su hermano se estaba comiendo una, todos quedaron alucinados.

 

    -No puede ser –dijo Pablo- Los trabubus no existen. 

    -Ti, Pucha e un tabuubuuuu –gritó Mario antes de tararear- “son los tabuuuubuuuuus, y viven en tabubulandia”.

 

   Después de eso tomo carrerilla y saltó al río salpicando a todo el mundo. Tras los salpicones, David, el primo de Andrea, guiñó un ojo a Pablo y cada uno empujó a su hermana al agua. Cuando se giraron a por Andrea, ella se lanzaba de cabeza al pequeño embalse, y los dos niños fueron detrás. Estuvieron jugando y haciéndose ahogadillas hasta que el sol comenzó a esconderse y el agua se puso demasiado fría para seguir bañándose. El camino hasta el barrio era bastante corto: una carretera mal asfaltada con huertas a un lado y un montón de zarzas al otro. Todos los años aprovechaban este camino para recoger moras silvestres, que a esas alturas del verano ya estaban dulces y maduras. A medida que anochecía, unas enormes nubes negras cubrían el cielo, y cuando llegaban a su calle, un relámpago lo iluminó todo mientras una multitud de enormes gotas de agua caían sobre ellos. Llegaron a casa completamente empapados y chapoteando sobre los charcos que se habían formado en pocos segundos.

           

   Durante la cena la tormenta fue arreciando, así que esa noche sería imposible salir a jugar a la calle. Cansada después de estar todo el día corriendo de un lado para otro, Andrea decidió irse a dormir temprano.

 

    Se despertó escuchando a Mario cantar y sin abrir los ojos pensó en lo bonito que hubiera sido volver a despertar en Trabubulandia y poder seguir explorando ese precioso país con su amigo Monty. Escuchó ruido de agua y pensó que seguía lloviendo, pero algo le hizo cosquillas en la oreja obligándole a girarse y mirar hacia arriba. En un cielo rosado se podían ver tres lunas iluminando la cascada que había en el centro del bosque. Vio a un trabubu junto a ella y se dio cuenta de que estaba flotando en una pequeña colchoneta justo en medio del lago.

 

    -¡Niña al agua!- gritó mientras saltaba haciendo volcar la colchoneta.

 

    Andrea se hundió un momento en las cálidas aguas para volver a la superficie en pocos segundos. Al asomar la cabeza, multitud de risas a su alrededor le confirmaban que en este nuevo viaje tendría más compañía que en el anterior. Miró a su alrededor y vio a su hermano con el trabubu y con Monty bañándose junto a ella. Sobre las rocas, David, Ariadna, Pablo y Nuria veían toda la escena divertidos.

 

     -Ya era hora dormilona- gritó Pablo- ¡Bomba vaaaaaaaaa!- saltó desde donde estaba y salpicó a todos. Tres bombas más cayeron al río cuando el resto de niños volaron hacia el agua.

 

    Andrea salió del agua y los dos trabubus salieron con ella. Monty le presentó a Pucha, un trabubu un poco más bajito que él y que vestía un color rosado parecido a la luz de las lunas que les iluminaban.

 

    -Tenía ganas de conocerte –le dijo Pucha- Mario no paraba de hablar de ti el otro día, y cuando Montrarius me dijo que había estado contigo, me dio mucha rabia no haberos visto, así que cuando os hemos visto esta tarde jugando en el río, decidimos intentar traeros a todos para poder pasar juntos un ratito.

 

    -¿Podéis traer aquí a quien queráis?- preguntó Andrea sorprendida

 

    - Aquí puede pasar todo lo que queráis que pase. Estás en Trabubulandia, todo es posible en la tierra de los sueños.

 

     -¡¡¡¡Cuidado!!!!! –gritó Monty- ¡¡¡¡¡Escondeos!!!!!!

 

    Parecía asustado, así que sin preguntarle nada, todos salieron corriendo a esconderse justo cuando la sombra de un gran pájaro planeaba por el claro del bosque. Se hizo el silencio. Por un momento no se escuchaba ni el canto de los pájaros, pareció que hasta el agua que caía por la cascada lo hacía con cuidado para no ser escuchada. El río guardo un silencio que sólo se rompió con el grito del ser que los sobrevolaba. Un aullido desgarrador que les heló la sangre en las venas e hizo que los trabubus comenzasen a temblar asustados. Cuando pasó de largo, todos salieron de sus escondites con cautela.

 

    -Cada vez se adentran más –le dijo Monty a Pucha- Nunca se habían alejado tanto del otro lado.

 

    -¿Qué ha sido eso? - preguntó David, para el que todo esto era completamente nuevo.

    -Un pájaro malo –contestó Mario- Se lleva a la gente al Bosque Negro.

    -El otro día, cuando estuvo jugando conmigo, vimos uno volando sobre el precipicio y se lo conté.

    -¿Qué le contaste? - quiso saber Andrea.

    -Venid, vamos a refugiarnos en el bosque por si vuelve y os contaré nuestro problema.

    Entraron en el bosque y se sentaron a comer cerezas a la sombra de un naranjo rojo que daba manzanas lilas. Andrea cogió una y la empezó a comer, era deliciosa. Pucha comenzó a hablar del Bosque Negro, el que Andrea había visto al otro lado del precipicio y al que algunos llaman el Bosque de las Pesadillas. El caso es que era un lugar tenebroso al que la única forma de llegar era siendo transportado por uno de esos pájaros que habían visto. Nadie había vuelto nunca, y antes las aves sólo secuestraban a gente que paseaba cerca del precipicio, pero cada vez se adentraban más en Trabubulandia, y cada vez que raptaban a alguien, un trozo del bosque de los trabubus era trabado por el precipicio, por lo que Trabubulandia era cada vez más pequeña.

 

    -¿No hay forma de acabar con ellos? - preguntaron a la vez Nuria y Ariadna entre asustadas y preocupadas.

    -Sí, dicen que hay una forma. –explicó Monty- Una persona inocente y sin miedo tiene que saltar el precipicio y entrar en el Bosque Negro. El problema es que no tiene que hacerlo con intención de destruir la tierra de las pesadillas, si fuese con esa intención, ya no sería inocente y caería en el precipicio. La gente que raptan llega demasiado asustada, y si entras con miedo, te conviertes en uno de ellos.

    -¿Quiénes son ellos? – preguntó Pablo.

   -Trolls del Bosque Negro. Alguna vez pasean por el borde del precipicio y son realmente horribles. Su mal olor llega hasta nosotros aunque estemos muy lejos de allí. Pero tranquilos, aquí, en el interior del bosque, estamos a salvo.

 

Decidieron jugar al escondite durante un rato. Un bosque era un sitio ideal para esconderse: rocas, árboles y arbustos proporcionaban un montón de escondites al grupo de amigos. A los trabubus era prácticamente imposible descubrirlos: los cambios de color y su facilidad para subir a los árboles les daba una gran ventaja. Mario también estaba extrañamente veloz y ágil, casi como si fuese un trabubu más. Monty explicó a David que en Trabubulandia todo es posible si alguien cree que lo es y lo intenta con confianza. Acabaron quedándose dormidos bajos los árboles y con el sabor dulce de las manzanas lilas en su boca.