viernes, 10 de septiembre de 2021

TRABUBULANDIA (III)

 


 

    Al despertar, Andrea escuchó trompetas y tambores, y el sonido de cohetes explotando le recordó que era el primer día de feria. Tras desayunar, salió a la calle dispuesta a ir al río, pero un grito de su madre la devolvió a la realidad: esa mañana tenían que ir de compras al pueblo de al lado y a visitar a unos parientes que hacía mucho que no veía. “No pasa nada –pensó- ya iré esta tarde”. Les gustaba el primer día de fiestas porque al río traían piraguas y dejaban que todos los niños e montasen y remasen por el embalse.

 

    Por la tarde, después de comer, los cinco mayores se fueron al río. Mario se había quedado dormido en el suelo, y su padre lo había llevado a la cama para que echase una buena siesta. Al llegan no había mucha cola y pudieron montarse en poco tiempo. Andrea y Nuria se subieron en la misma, mientras que David, Ariadna y Pablo, se montaban cada uno en una piragua distinta, más pequeñas que las de las dos niñas. La verdad es que sólo a Pablo se le daba un poco bien el remo. Ariadna solamente aguantaba el equilibrio para no acabar mojada; David, en su intento de seguir el ritmo de Pablo, no paraba de volcar y pasaba más tiempo en el agua que sobre la piragua. Nuria y Andrea reían sin parar cada vez que David caía al agua, pero después de llevar un rato sobre las barcas, comenzaron a remar y avanzar bastante rápido hasta que David, cansado de caerse, decidió que sería más divertido hacer que los demás también cayesen. Dejó su barca con los monitores y se dedicó a nadar, agarrarse a las piraguas de los demás y balancearlas hasta que todos cayesen al agua. Aparecía cuando menos se lo esperaban, casi siempre buceando, y todos acababan en el agua entre risas y gritos.

 

    Cuando se dieron cuenta estaba atardeciendo, recogieron sus toallas y pusieron rumbo a casa.

 

-          Esta noche me pienso montar en las colchonetas por lo menos cinco veces- comentó Pablo mientras se llenaba la boca de moras.

 

    Los colchones inflables eran la atracción favorita del grupo de amigos. Allí podían saltar y tirarse de cabeza sin miedo a que les pasara nada, aunque todos sabían que no les dejarían montarse nada más que un par de veces. Ellos se quejarían y refunfuñarían, pero como cada año, les recordarían que era el primer día de feria, que si son muy largas, que si mañana más…. Y ellos acabarían conformándose. ¡Qué remedio!

 

    Tras la cena, todos se arreglaron para la fiesta. Andrea no quiso ponerse vestido: sabía que cuando se montase en las colchonetas pasaría más tiempo cabeza abajo que en pie, y si llevaba vestido se le vería….. Bueno, que estaba más cómoda con pantalones. La noche era bastante fresca y llegaron a la feria casi a las doce, justo cuando empezaban los fuegos artificiales. En el pueblo, los fuegos artificiales eran una tradición que nadie podía perderse. No eran ninguna maravilla, pero en un lugar pequeño en el que durante el año no hay muchas distracciones, la novedad de las fiestas se recibe cono gran alegría. De todas formas hay que reconocer que todos esos chetes explotando a la vez y dando forma a multitud de figuras de colores, eran un espectáculo digno de ver.

 

    En cuanto acabaron, se escuchó a todos los niños a la vez:

 

-            ¡Colchonetas! ¡Vamos a las colchonetas! – así que dieron un corto paseo hasta la parte de la feria donde ese año las habían ubicado.

 

    Un gran dragón verde que abría la boca fue la primera parada. Los pequeños podían subir por su cola y entrar por la parte de atrás de su cabeza para después dejarse caer por su boca y rodar barriga abajo. En la base había animales más pequeños en los que subirse, parecidos a los que hay en los parques del pueblo de Andrea, ranas, caballos, vacas… que cuando tenían a alguien encima no paraban de moverse en todas direcciones hasta que lo hacían caer.

 

    Entraron nada más llegar, se quitaron los zapatos y antes de que sus padres pagaran la entrada ya se habían metido y saltaban de un lado para otro. Andrea se subió a una vaca y se intentó agarrar a los cuernos, pero el impulso fue demasiado grande y cayó por el otro lado. David y Pablo fueron directos al dragón, escalaron la cola rápidamente y desaparecieron en el interior de la cabeza. Ariadna y Nuria saltaban y se empujaban intentando tirarse al colchón. Andrea se levantó y más despacio que antes volvió a subir a la vaca. Esta vez sí que lo consiguió. Agarró los cuernos con fuerza, pero cuando llevaba un rato moviéndose se soltó de una mano para saludar a su tío David que la observaba desde fuera. Agitó la mano en el aire.

 

-         ¡Mira tete, soy un cowboy! – después de decir eso, ¡pumba! La vaca se inclinó hacia delante y la pequeña voló por encima de los cuernos para caer de cabeza al colchón. Al levantarse escuchó y grito y vio a los dos niños saltando desde la boca del dragón y rodando hacia donde ella se encontraba. Mario no paraba de reírse. Al ser el más pequeño, cada vez que alguien pisaba cerca suyo lo desequilibraba y hacía que cayera. Ahora ni si quiera intentaba levantarse, sólo reía y reía feliz viendo como sus amigos caían a su alrededor.

 

    Al salir de la colchoneta todos suplicaron a los padres que les dejaran una vez más, sólo una vez más. La respuesta fue la que esperaban: que si es el primer día, que si las ferias son muy largas, que si mañana más…. Total, que no. Dieron un paseo para ver el resto de atracciones, tomaron un helado y pusieron rumbo a casa. Por el camino Mario se quedó dormido en el carrito. Andrea lo miró, habían tenido un día tan ajetreado que no habían hablado de la noche anterior, y ahora, al ver a su hermano durmiendo, se preguntaba si realmente estaba con ellos o si ya habría viajado a Trabubulandia.

 

    Así fueron pasando las vacaciones: de día los niños jugaban en el pueblo (si la lluvia lo permitía) y las noches las pasaban explorando y jugando en la tierra de los sueños. Y así fue como llegó la última noche, al día siguiente volvían a la ciudad.

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