Todavía era de noche cuando le vi caminar unos doscientos metros por delante de mí. Aflojé el paso para mantener la distancia hasta que, al salir del pueblo, encendió su frontal y se adentró en el bosque. Ahora sí aceleré un poco para reducir la distancia y orientarme mejor, ya que, a pesar de que la luna llena seguía brillando con fuerza, las ramas de los árboles no permitían iluminar el sendero lo suficiente como para ver con claridad todas las flechas amarillas que marcaban el camino.
-Lo vas a hacer, ¿no?
Intenté ignorar su voz. Sabía que sería complicado (por no decir imposible) pero no me apetecía discutir tan temprano. Prefería no contestar y mantener la calma aun sabiendo que él seguiría ahí, insistiendo, como el quebrantahuesos que sujeta su víctima y se eleva a pesar del peso adicional consciente de que se saldrá con la suya. Y siempre se salía con la suya.
-¡Bua! Este bosque es ideal. ¡Y más a esta hora! En el albergue todos seguían durmiendo cuando salimos. Seguro que por aquí no pasa nadie hasta dentro de una hora como mínimo. Los bordes del sendero están llenos de matorrales y desniveles.
Tenía razón. Para estar tan cerca del pueblo y ser una senda muy transitada, apenas a medio metro del margen derecho del camino un mar de helechos ocultaba la parte baja del tronco de los árboles. En la parte izquierda, un prominente desnivel acababa una docena de metros por debajo de donde avanzábamos provocando la sensación de que estábamos caminando por una cornisa.
-Ni se enteraría. Seguro que se giraría al escuchar los pasos y te saludaría con el típico “¡Buen camino!”. Trabaría conversación enseguida. Ya lo viste ayer. Hablaba con todo el mundo pero todos terminaban evitándolo, nadie le aguantaba más de cinco minutos. Es un desgraciado. Realmente le estarías haciendo un favor tanto a él, como al resto de peregrinos que no tendrían que volver a soportarlo. Nadie le va a echar de menos…
Sin apenas percibirlo, había acortado la distancia. Tan solo nos separaban unos veinte pasos cuando, absorto en mis pensamientos, tropecé y se me escapó un “¡Me cago en la puta!” que llamó su atención.
-¡Buen camino! ¡Joder, que susto me has dado! ¿No llevas linterna? Ven conmigo, aunque el frontal es potente, entre los dos nos resultará más sencillo ver las señales.
Continuó hablando mientras caminaba junto a mí. Ocupado como estaba en la búsqueda de flechas, no se dio cuenta de la media sonrisa oscura que se me dibujó en la cara mientras mi mano izquierda jugueteaba con la navaja que guardaba en el bolsillo.