El
sonido de sus tacones al caminar era lo único que rompía el silencio sepulcral
del museo. Había sido buena idea acudir un viernes a última hora. Durante la
semana las excursiones abarrotaban las salas de gente y la algarabía no le
habría permitido saborear con calma los detalles de cada lienzo. No es que ella
fuese una experta en arte, pero sí que le gustaba detenerse e intentar
descubrir las historias que habitaban más allá de cada imagen. Era extraño,
pero donde los entendidos hablaban de las pinceladas maestras para dar las
tonalidades oportunas a una puesta de sol en la que dos amantes meriendan sobre
una manta, ella imaginaba el sabor de esa copa de vino y notaba el calor de los
últimos rayos sobre su rostro.
Notó
la arena húmeda entre sus pies al observar la playa del siguiente cuadro. El
cielo plomizo cubría un océano gris ligeramente alborotado. El sonido de las
olas al romper contra las rocas cercanas luchaba por acallar los graznidos de
las gaviotas que se batían en retirada ante la inminente tormenta. La humedad
comenzaba a apoderarse de su cuerpo, así que, tras una tiritona, continuó
caminando por el museo.
Respiró
profundamente al pasar junto a la imagen de un ramo de flores y un aroma dulzón
inundó sus sentidos. Fue capaz de distinguir el olor de las margaritas y de las
ramitas de romero que descansaban pintadas a los pies del jarrón. Algo empezó a
removerse dentro de ella. Él siempre utilizaba romero para cocinarle esos
filetes que tanto le gustaban. Llevaban toda la semana sin verse. Sabía que su
historia funcionaba así, sin presiones ni obligaciones, pero el olor del romero
le recordó al sabor de su boca y comenzó a sentir que un intenso calor recorría
su espalda.
El
siguiente cuadro estaba ubicado en la antigua Roma. Una fiesta, que seguro que
terminaría en bacanal, mostraba al César tumbado en un diván. En un segundo
plano, la señora de la casa, como si de una mujerzuela más se tratara, acariciaba
el torso de un musculoso gladiador. Su imaginación se desbocó. Las visiones de
alcoba del fin de semana anterior se mezclaron con las del gladiador y la
señora retozando en los establos entre sudor y gemidos. Pudo notar sus manos recorriéndole la espalda y como el fuego de la pasión prendía en su interior. El
ritmo de su corazón se desbocó mientras la respiración se le aceleraba de manera incontrolada.
Sonó
el teléfono. Un mensaje breve: ”Quiero verte”. Se mordió el labio y sonrió
consciente de que su bombero aparecía en el momento justo.