domingo, 30 de octubre de 2016

PILOTO 19


         Santi estaba preocupado con la marcha del equipo. Llevaban dos meses de competición y sólo habían conseguido tres empates en ocho encuentros. Él confiaba en el trabajo que se estaba haciendo: los jugadores se vaciaban físicamente tanto en los entrenamientos como en los partidos, hacían todos los movimientos tácticos como él indicaba y las jugadas de estrategia las ejecutaban a la perfección. Sin embargo, todo eso no parecía suficiente. Faltaba precisión en momentos puntuales, y cualquier pequeño despiste, daba al traste con el trabajo realizado durante toda la semana. En los momento claves del partido la experiencia, de la que otros equipos hacían gala, brillaba por su ausencia en su once y por mucho que buscaba soluciones, las alternativas que la plantilla le ofrecían no daban los resultados esperados. Había estado hablando del tema con el Colorao y con Paco. Incluso se habían planteado subir a algún juvenil para intentar contagiar su ilusión al resto de la plantilla.
        

-No creo que sea un problema de ilusión –admitió el míster a sus compañeros- Los chavales lo dan todo igual que el primer día. Tal vez nosotros seamos los que tenemos menos confianza a día de hoy, pero la plantilla está con ganas de sacar un buen resultado.

         -El único que puede aportar algo diferente es David. ¿Le daremos minutos mañana?

         -Su forma física es pésima. Trabaja a medio gas y por los rumores que circulan por el pueblo, tampoco es que se cuide mucho. Sin embargo es importante que se involucre en el proyecto. Tenemos que conseguir que se vuelva a sentir jugador de fútbol.

         Santi sabía que si el catorce no ponía nada de su parte, ellos poco podían hacer. Estaba decidido a intentarlo todo, así que aunque sabía que no lo iba a utilizar, haría que se vistiera de corto y viviese el partido con el resto de sus compañeros. Tal vez la tensión que se vive en el banquillo le despertara antiguas pasiones. Tenía la esperanza de que el regreso de David dotaría al Mogón C:F: de ese plus de calidad y experiencia que le faltaba para ser realmente competitivo. De todas formas, la opción de hacerle disputar sus primeros minutos en liga no era buena ni para él ni para el equipo.

         -Si todo sigue igual, de aquí a dos semanas lo haremos debutar. El próximo partido en casa.





         -¿Cómo viste ayer al equipo?

         Sebastián hablaba con su hija en todo despreocupado. Sabía que los chavales estaban trabajando bien, pero temía que si no llegaba pronto un resultado positivo, la confianza comenzase a debilitarse, y entonces, sí que sería complicado levantar cabeza.

         -Como siempre –dijo Marta desde el otro lado de la barra- Contentos y con ganas, pero a Santi lo noté un poco alicaído a primera hora. Cuando comenzaron a llegar jugadores se fue animando, ¡supongo que el entusiasmo es contagioso!

         Ella también estaba ilusionada. Su proyecto seguía viento en popa, y en todos los bares se podían encontrar un par de ejemplares de su edición semanal. Prácticamente todos ellos habían propuesto a Marta la opción de incluir publicidad de sus locales, por lo que en breve, podría aumentar tirada ya que los gastos los sufragarían los anunciantes. Su idea era hacer llegar ejemplares las dos peluquerías y a las salas de espera del ambulatorio y de la cooperativa de productores de aceite. Además, le habían llamado de un periódico de Jaén. La oferta era más como colaboradora que como trabajadora, pero le permitiría comenzar a establecer esos contactos que tanto necesitaba. Era un periódico que ofrecía un amplio seguimiento de los equipos deportivos de la provincia, y querían que les mandase una pequeño previo sobre toda la jornada del grupo (se publicaría es sábado) y la crónica del partido del C.F. Mogón. No pagaban mucho, pero el dinero era lo que menos le preocupaba en ese momento: ver sus artículos publicados en un periódico de verdad era uno de sus sueños desde que había aprendido a escribir. El único problema es que difícilmente podría hacerlo sola, aunque si podía seguir contando con la ayuda de David cuando ella no pudiera desplazarse con el equipo, la cosa resultaría más sencilla. Le propondría trabajar juntos. Seguro que su ayuda le sería muy útil para preparar las previas y analizar el resto de equipos, al fin y al cabo, él vivía los partidos desde dentro del campo.

         -Eso sí se recupera de una vez…

         -¿Qué dices hija?

         Había hecho el último comentario en voz alta y su padre la miraba extrañado esperando una respuesta.

         -Nada papá, cosas mías.


miércoles, 26 de octubre de 2016

En el bosque...



            El Sol comenzaba a ocultarse y aunque el pequeño claro todavía estaba iluminado, a la parte del bosque a la que me dirigía prácticamente no llegaban los rayos de luz. Era una zona sombría. Grandes árboles centenarios se amontonaban a ambos lados del camino y lo cubrían con sus ramas hasta el punto de que las recientes lluvias tan solo habían conseguido humedecer la tierra que pisaba. El rumor del río, que me acompañaba a medida que me adentraba en aquel túnel verde, y el aleteo de algún que otro pájaro que echaba a volar, eran los únicos sonidos que por mucho que afinaba el oído conseguía apreciar.


 

            Respiré hondo y recordé las historias que contaba mi abuela. Historias con las que había crecido y que me habían hecho (todavía lo hacían) estremecer. Niños que desaparecieron hace cientos de años y que aún hoy se podían escuchar entre la maleza gritando y riendo cuando el sol se ocultaba. Brujas que para mantenerse vivas, bebían la sangre de humanos que se adentraban en la oscuridad atraídos por visiones de bellas mujeres. Duendes traviesos que transformaban la carne en madera y las personas en árboles que arraigaban en el bosque haciéndolo crecer más y más… Jamás imaginé que pudiera llegar a luchar contra eso y adentrarme en la espesura para cumplir mi misión. Tenía que capturarla. Sólo quedaba ella y cuando lo consiguiese, por fin podría caminar tranquilo por esos parajes. Podría descansar.





            Oí un ruido entre los arbustos de mi izquierda y arranqué a correr por donde había venido, pero al girarme no había nadie. Se escuchó la risa de una niña más arriba del recodo que hacía el camino al llegar a un meandro del río. Jugaba conmigo. Me vigilaba y controlaba mis pasos llevándome a su terreno. Haciendo que me adentrase más y más en el corredor verde que se alejaba del claro en el que yo me sentía seguro. Los dos sabíamos que en esta zona difícilmente podría detenerla y que sí superaba mi posición, nada se interpondría entre ella y la liberación del resto. Todo mi sacrificio no habría podido evitar la tragedia…



            Un grito me sobresaltó cuando me disponía a seguir mi camino. Salió de la nada. Estaba oculta en algún lugar en la arboleda cercana al agua y antes de poder reaccionar, ya la tenía a apenas  diez metros. Me giré y corrí. Tenía que llegar a la luz antes que ella para conseguir completar mi trabajo. Escuchaba sus pasos detrás de mí. Su ritmo era frenético, como el de los latidos que notaba en mi sien a medida que mi corazón se aceleraba. Salté un tronco y a punto estuve de perder el equilibrio. Me faltaba el aire. Las piernas comenzaban a fallarme y justo cuando llegaba al claro, resbalé en un pequeño charco cayendo de bruces sobre el barro del camino.



            No se paró. Escuché como pisaba el charco junto a mi cabeza salpicándome la cara y siguiendo con su carrera. Volví a escuchar su risa justo antes de oír el grito de mi prima:



-         ¡Por mí y por todos mis compañeros!

domingo, 23 de octubre de 2016

PILOTO 18


         Otoño había llegado al pueblo cambiando su fisonomía de forma evidente. El mal tiempo se había instaurado en la zona y a la vez que comenzaba a notarse el cambio de temperaturas, raro era el día en que la lluvia no hacía acto de presencia. No eran grandes tormentas, por lo que la aceituna seguía doblando las ramas de los olivos, engordando y madurando a la espera de su recogida. La gente que se reunía en los bares, comentaba que la cosecha sería buena si el tiempo seguía así y no se producían heladas o caían granizos. Lo cierto era que exceptuando un ratito de una a tres, los habitantes que quedaban en el pueblo estaban prácticamente desaparecidos. Los que trabajaban fuera, regresaban de noche, y la gente que vivía del campo tenía que madrugar mucho para poder aprovechar la luz del sol que a primera hora bañaba las huertas y los olivares. Río arriba, los frondosos y verdes bosques habían quedado manchados de marrón: los árboles de hoja caduca comenzaban a perder color y follaje mientras que los grupos de pinos se resistían y brillaban bajo la influencia de la luz sobre las gotas de rocío. La presa causante de la playa artificial, tenía sus compuertas abiertas y una pequeña lengua plateada recorría el cauce del río. Al terminar el verano, la playa perdía sus visitantes, así que dejaban al agua seguir su curso natural, algo que unido al acopio que efectuaban los pantanos de la sierra para prevenir las épocas de sequía, hacían que su imagen distara mucho del gran charco de agua del que se podía disfrutar los meses estivales.


         Un cielo gris ceniza auguraba que ese domingo iba a ser igual que el sábado anterior. David miraba a través de la ventana, todavía estirado sobre la cama, y le daba vueltas a su última conversación con Ana. Esa semana había sido el cumpleaños de Víctor, su padre, y aunque lo conocía del bar y se llevaba bien con él, cuando Ana le insinuó la opción de ir a comer a su casa al día siguiente para celebrarlo, se dio cuenta que las expectativas que se estaba formando respecto a su relación estaban muy lejos de lo que él estaba dispuesto a ofrecerle. Ana era buena chica, de eso no había duda, pero no podía dejar que se ilusionase en ser algo más que una aventura para él. Si estuviesen en la ciudad, habría desaparecido y punto. Con no contestar a sus llamadas el problema estaría resuelto, pero en el pueblo estaba condenado a cruzarse con ella casi a diario, por lo que lo mejor sería no jugar con sus sentimientos. Cuando le invitó a la comida, le puso como escusa el partido de la tarde. Era su primera convocatoria, y aunque sabía que tenía pocas posibilidades de debutar, achacó que quería comer pronto para descansar y concentrarse antes de ir al Jamargal. Sin embargo era consciente de que los encuentros con Ana debían terminarse. Esa noche volvería a hablar con ella, y aunque posiblemente terminaría haciéndole daño, le aclararía las cosas para bien o para mal.

         -Mejor ahora que más adelante, al fin y al cabo, yo nunca le he ocultado lo que buscaba…

         Se levantó de la cama y se estiró. Había descansado bien. El encuentro con Ana le quitó las ganas de salir, así que la noche anterior se fue pronto a dormir. Cogió una toalla y se dirigió a la ducha. Almorzaría fuerte y comería suave, aunque no iba a jugar, algo le empujaba a hacer las cosas de forma razonable.


martes, 18 de octubre de 2016

LA DESPEDIDA



                Silvia estaba en la orilla de la playa pisando la arena mojada con sus pies desnudos. Nunca le habían gustado las despedidas en el muelle. Cuando conoció a Sergio y se dio cuenta que querían pasar juntos el resto de su días, pensó que se acostumbraría, pero por mucho que lo había intentado le resultaba imposible. Prefería un beso tierno después de desayunar, escucharle susurrar “te llevo conmigo” y decirle adiós desde la playa cuando su pequeño barco de pesca salía por la bocana del puerto. Cada vez que se adentraba a faenar en el océano su corazón se encogía y durante las noches que estaba sola, cerraba los ojos y sentía sus cálidos abrazos. A veces, cuando el abrazo era real, no abría los ojos por miedo a que fuese un sueño y él no estuviese a su lado. Había salido de casa hacía apenas una hora, pero mientras agitaba la mano hacia el barco que se alejaba, notaba lágrimas saladas resbalando por sus mejillas: ya lo echaba de menos.

            Desde su posición, escondida entre las afiladas rocas cercanas a los arrecifes de coral, Leucosia observaba la despedida con una sensación que viajaba de los celos a la tristeza. Había visto crecer a Sergio jugando en esa playa y desde muy pronta edad, los sentimientos que le hizo albergar le hacían diferente al resto de los mortales. Con los años el duro trabajo había  ido moldeando su hermoso cuerpo, pero sobretodo una eterna sonrisa y el cariño que mostraba hacia todo ser vivo hicieron una necesidad el verle día tras días. Le dolía que estuviese con ella, pero al mismo tiempo, se alegraba de verlo feliz. Precisamente por eso su decisión resultó tan complicada….

            Sergio dirigió su mirada a la playa en la que todavía podía vislumbrar a Silvia despidiéndole con la mirada. La echaba de menos. Acababa de salir de puerto y ya estaba echándola de menos. Su mente le decía que sólo serían cuatro días, pero una sensación de desasosiego inundaba todo su ser cada vez que la dejaba atrás. Desde que se conocieron siendo dos adolescentes supo que sería ella. Su amiga, su amante, su vida… Se concentró en mirar hacia delante. Comenzaba a soplar el viento y las gotas de lluvia que caían del cielo hacían presagiar tormenta mar adentro. Sabiendo que los arrecifes estaban cercanos, no quería sorpresas. Al acercarse le extrañó ver una melena rubia entre las rocas, y cuando quiso darse cuenta supo que era demasiado tarde: la sirena ya había comenzado a cantar…


            Leucosia entonó su canto con lágrimas en los ojos. La noche anterior había tenido una visión: una violenta tormenta acababa con la embarcación y todos sus tripulantes en la profundidad del océano. Aunque no tenía permitido alterar los tiempos de la muerte, tampoco podía permitir que su cuerpo se alejase tanto de su playa, así que decidió atraer el barco hacía las rocas antes de que el temporal los hiciese naufragar lejos de la costa. Lo mantendría entre sus brazos como tantas veces había soñado mientras las últimas burbujas de aire surgiesen de esos labios que tanto anhelaba. Al acabar la tormenta, dejaría su cuerpo cerca de la playa para que Silvia pudiera volver a despedirse de él.

jueves, 13 de octubre de 2016

Naturaleza Viva





            Es una mañana fría de invierno cuando salgo de la cueva que protege entre los altos riscos y miro alrededor. El bosque se extiende a mis pies y en la otra orilla del río se aprecian espesos bosques que cubren la ladera más oriental.

            Me elevo en el aire para planear unos momentos antes de lanzarme a recorrer mi valle a menor altura. Noto el aire en mi rostro y una sensación de absoluta libertad me acompaña. Cruzo el cauce  y comienzo a remontar el vuelo sin alejarme demasiado de las copas de los árboles. Se hacia dónde me dirijo. En el bosque más alejado, el que se encuentra en la parte más alta de la montaña, se encuentra un precioso árbol centenario. Es la parte de acceso más complicado, al que no llegan los senderos y que incluso cuando el sol primaveral aprieta, los copos de nieve salpican su follaje resistiéndose a abandonarlo.

            Me poso en silencio, suavemente, evitando que mis afiladas garras dañen su corteza, intentando que el contacto de mis patas se convierta en una tierna caricia. Respiro profundamente y una inmensa sensación de paz nos invade. El frío viento se filtra entre sus ramas provocando mil sonidos como si quisiera contarme algún secreto inconfesable cuyo mensaje nunca logro entender. 

            Años atrás no me lo habría pensado: habría trasportado ramas desde el fin del mundo si hubiera sido necesario y las habría entrelazado con las suyas para anidar en su copa. Dormir con su olor en mi, despertar entre sus verdes hojas y notar como las tormentas lo hacían mecerse y susurrar, protegiéndome en las épocas más frías, arropándome una noche tras otra…

            Creo que ahora es tarde. Bueno, yo no lo creo, pero no logro descifrar los mensajes que me envía y no quiero hacer nada que pueda hacerle sentir molesto. Tal vez alguna vez llegue a comprenderlo, pero mientras tanto me elevo en el aire. Vuelo en círculos a su alrededor y me alejo poco a poco. Tengo que buscar mi cena de hoy, aunque lo que realmente deseo es volver a tener un ratito para posarme en él, para poder compartir esos breves momentos de paz que hace tiempo nos unen.