miércoles, 26 de octubre de 2016

En el bosque...



            El Sol comenzaba a ocultarse y aunque el pequeño claro todavía estaba iluminado, a la parte del bosque a la que me dirigía prácticamente no llegaban los rayos de luz. Era una zona sombría. Grandes árboles centenarios se amontonaban a ambos lados del camino y lo cubrían con sus ramas hasta el punto de que las recientes lluvias tan solo habían conseguido humedecer la tierra que pisaba. El rumor del río, que me acompañaba a medida que me adentraba en aquel túnel verde, y el aleteo de algún que otro pájaro que echaba a volar, eran los únicos sonidos que por mucho que afinaba el oído conseguía apreciar.


 

            Respiré hondo y recordé las historias que contaba mi abuela. Historias con las que había crecido y que me habían hecho (todavía lo hacían) estremecer. Niños que desaparecieron hace cientos de años y que aún hoy se podían escuchar entre la maleza gritando y riendo cuando el sol se ocultaba. Brujas que para mantenerse vivas, bebían la sangre de humanos que se adentraban en la oscuridad atraídos por visiones de bellas mujeres. Duendes traviesos que transformaban la carne en madera y las personas en árboles que arraigaban en el bosque haciéndolo crecer más y más… Jamás imaginé que pudiera llegar a luchar contra eso y adentrarme en la espesura para cumplir mi misión. Tenía que capturarla. Sólo quedaba ella y cuando lo consiguiese, por fin podría caminar tranquilo por esos parajes. Podría descansar.





            Oí un ruido entre los arbustos de mi izquierda y arranqué a correr por donde había venido, pero al girarme no había nadie. Se escuchó la risa de una niña más arriba del recodo que hacía el camino al llegar a un meandro del río. Jugaba conmigo. Me vigilaba y controlaba mis pasos llevándome a su terreno. Haciendo que me adentrase más y más en el corredor verde que se alejaba del claro en el que yo me sentía seguro. Los dos sabíamos que en esta zona difícilmente podría detenerla y que sí superaba mi posición, nada se interpondría entre ella y la liberación del resto. Todo mi sacrificio no habría podido evitar la tragedia…



            Un grito me sobresaltó cuando me disponía a seguir mi camino. Salió de la nada. Estaba oculta en algún lugar en la arboleda cercana al agua y antes de poder reaccionar, ya la tenía a apenas  diez metros. Me giré y corrí. Tenía que llegar a la luz antes que ella para conseguir completar mi trabajo. Escuchaba sus pasos detrás de mí. Su ritmo era frenético, como el de los latidos que notaba en mi sien a medida que mi corazón se aceleraba. Salté un tronco y a punto estuve de perder el equilibrio. Me faltaba el aire. Las piernas comenzaban a fallarme y justo cuando llegaba al claro, resbalé en un pequeño charco cayendo de bruces sobre el barro del camino.



            No se paró. Escuché como pisaba el charco junto a mi cabeza salpicándome la cara y siguiendo con su carrera. Volví a escuchar su risa justo antes de oír el grito de mi prima:



-         ¡Por mí y por todos mis compañeros!

6 comentarios:

  1. Un final con sorpresa para que podamos relajarnos después de la tensión. Muy bueno, David, has recreado a la perfección la angustia y el nerviosismo del protagonista contagiando a tus lectores.

    ¡Saludos!

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    1. Espero que los próximos te gusten lo mismo o más que este!! :)

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  2. Muy bueno David. Me ha gustado mucho la forma en que has jugado con el miedo de los lectores y el suspense para pegar el giro final que alivia nuestra tensión.
    ¡Un abrazo!

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  3. Jugar al escondite me trae recuerdos imborrables, no de sombríos bosques repletos de misterio como en tu relato, pero sí de maleza y cañaveral junto a la playa en la que veraneaba... Gracias por haberlos evocado con tu narración, en la que se palpa la adrenalina que nos recorre el cuerpo en un juego con el que aprendimos a dejar atrás la inocencia. Enhorabuena y un abrazo, David

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    1. El escondite y las vacaciones de verano van de la mano.
      Gracias a ti por pasar por aquí. Un abrazo.

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