La
tormenta arreciaba complicando los accesos que llevaban a aquella casa de las
afueras.
El
subinspector Cazorla observaba la escena del crimen con ojos expertos. La joven
yacía en el suelo del salón sobre un enorme charco de sangre que hacía poco había
dejado de brotar de su cuerpo inerte. Presentaba cortes en las manos, sin duda
había intentado defenderse pero su esfuerzo no pudo contener la ira del agresor
que se cebó con ella.
Sandra
apenas contaría con veinticinco años cuando la conoció. No tardó en darse
cuenta de que era una chica especial y la enorme tensión sexual que surgió
entre ellos en seguida dio paso a un tórrido romance. Su novio pasaba largas
temporadas fuera de casa y cuando se encontraba en la ciudad, prefería pasar
tiempo con sus amigos que disfrutar de la compañía de su pareja. El
subinspector, recién salido de una dura ruptura, encontró en sus brazos todo lo
que necesitaba para seguir adelante.
Pasó
por el resto de estancias para revisar toda la casa. La habitación, en las que
tantas noches se había dejado llevar por la pasión, estaba desordenada, como
siempre. La cama sin hacer y ropa por todas partes, pero nada fuera de lo
normal dentro de la desorganización habitual que imperaba en la vida de Sandra.
El cuarto de baño, lleno de botes abiertos, se notaba que había sido limpiado
hacía poco. Nada llamaba la atención salvo un predictor teñido de rosa que
descansaba en el lavamanos.
Recordaba
perfectamente la conversación que habían tenido el día anterior. Le dijo que
estaba embarazada y que tenían que poner fin a su relación. Según ella, ese
niño le daría la estabilidad que necesitaba. Su novio, ilusionado, ya había
hablado en su empresa para que le limitasen los viajes de trabajo para poder
pasar más tiempo con su familia y dedicarles todas las atenciones que se
merecían. Estaba seria, pero se le notaba convencida de lo que decía y feliz
por el giro que había dado su vida.
Volvió
a observar la estancia en la que se había cometido el asesinato buscando alguna
pista que pudiera señalar al autor del crimen y tan solo vio el cuchillo que
continuaba clavado en el pecho de la chica. Lo cogió y se dispuso a caminar
bajo la tormenta el centenar de metros que le separaban de su casa. Nadie vería
como la lluvia limpiaba sus manos ensangrentadas…