Era un
jueves primaveral cuando entró en un bar de la zona de oficinas, esos
“afterworks” que tan de moda se han puesto en las grandes ciudades. La gente
suele parar después del trabajo, sobre todo los jueves, para tomar una cerveza
y desconectar haciéndose a la idea de que el fin de semana ya está cerca. Ya
había estado otras veces en el local, con ambiente pero sin llegar a ser
ruidoso, era ideal para crear personajes, absorber ideas y tomar cuatro notas
en papel de lo que después se podría convertir en un buen relato.
Se
sentó en la barra y cuando le sirvieron la copa de vino blanco que había
pedido, dejó su bloc de notas junto a él y miró a su alrededor. No parecía
haber nada interesante, así que tomó un sorbo y se dispuso a abrir sus oídos intentando
que ellos le mostrasen lo que sus ojos no eran capaces de ver: una conversación
sobre el partido de anoche en una mesa cercana, dos compañeros retándose a
ligar con la camarera a su izquierda y una taburete que se movió junto a él
provocándole un sobresalto y rompiendo su concentración.
-Perdona, no quería asustarte.
Procuraré no molestar- dijo al ver el bloc abierto y lleno de anotaciones
tachadas.
Marco
no sabría decir su edad. Morena, ojos verdes rasgados, piel oscura que
contrastaba con una blusa blanca. La falda negra, como la americana que llevaba
al brazo, le cubría unas piernas trabajadas en gimnasio justo por encima de la
rodilla.
-No molestas. La verdad es que
llevo una semana tonta y prefiero algo de conversación que perderme entre mis
propias palabras. ¿Puedo invitarte a un vino?
Se
presentó como Nely. Trabajaba en un bufete de abogados en Madrid y llevaba toda
la semana preparando un juicio con un cliente en Barcelona. Solía ir de las
reuniones al hotel y del hotel a las reuniones pero la, según sus propias
palabras, “semana de mierda que llevo” le había convencido de hacer una parada
y tomarse una copa de vino antes de volver a la habitación.
-Tienes rasgos que no consigo
ubicar. ¿De dónde proviene tu familia?
Sonrió.
Resultó una sonrisa extraña, entre melancólica, pícara y enigmática, una
sonrisa que parecía esconder grandes secretos y a la vez resultaba
terriblemente sensual.
-Egipto. Los primeros antepasados
de los que tengo constancia vivieron hace muchos años, en el antiguo Egipto.
-¿Constructores de pirámides?
–Soltó una carcajada que reprimió en cuanto percibió la seriedad de su rostro-
Perdona, a veces no tengo mucho tacto, las pirámides las levantaron con
esclavos…
-No te preocupes. Si es cierta la
historia que me contaron, mi gente colaboró en su construcción sin llegar a ser
esclavizados. De hecho me temo que estaban al otro lado del látigo…
Continuaron
hablando aunque cambió el tema hacia su cuaderno, era evidente que no le
apetecía hablar de ella. Le explicó que le gustaba escribir. Exageró diciendo
que estaba a punto de publicar una novela y que estaba buscando ideas para la
segunda cuando lo más que había logrado era colaborar, con algún relato breve,
en modestas antologías. No sabía si el vino tenía algo que ver, pero cada
momento que pasaba a su lado notaba mayor atracción, sus ojos parecían de un
verde más intenso, sus piernas más largas y el escote que mostraba su blusa,
más pronunciado.
Seguía
divagando sobre sus planes a corto plazo cuando ella se acercó y le calló con
un beso. Fue un beso breve, se podría decir que tímido, como el primero que das
en una cita que va bien pero que temes estropear. Acercó los labios a su oreja
y tras susurrar unas palabras, salieron de allí cogidos de la mano.
Desde
la ventana de su habitación se podía ver la fuente de Montjuic y el espectáculo
pirotécnico comenzó a medida que la ropa iba cayendo al suelo. Marco jamás
había acariciado una piel tan suave. El reflejo de los fuegos artificiales y
los neones cercanos hacían que cambiase de color con cada roce. Los pechos de
Nely parecían agrandarse entre sus manos mientras las de ella arañaban el
cristal con sus gemidos rompiendo el silencio.
Le
pareció verla entre niebla cuando comenzó a cabalgar sobre él, parecía otra…
¿persona? La cabeza, sin apenas pelo y unas orejas puntiagudas, casi felinas
acompañaban a esos ojos verdes que habrían conseguido que hiciese cualquier
cosa. Se movía a un ritmo frenético, encadenando orgasmo tras orgasmo mientras
Marco, extasiado observaba la danza desde su posición de privilegio. Arqueó su
cuerpo con un gemido y se dejó caer sobre el pecho del aprendiz de escritor,
que seguía extasiado sin ser consciente de lo que pasaba.
-Duerme y olvídalo todo- le susurró
al oído.
Despertó
en una cama extraña. La luz entraba a raudales por la ventana y a sus pies,
Barcelona hervía en su actividad matutina.
-Te pasaste con el vino, Neruda.
Sorprendido,
la vio salir del baño con un vestido veraniego. La recordaba de la noche
anterior, pero su mente tenía muchos vacíos que no se veía capaz de llenar.
-¿Qué no te acuerdas? Pues es una
pena –dijo justo antes de obsequiarle con un tórrido beso – ¡Si no tuviera que subir
a un avión dentro de una hora te refrescaría la memoria! Puedes quedarte hasta
las doce, a mí me espera el taxi. Ha sido un auténtico placer, bueno, uno no,
muchos.