martes, 20 de noviembre de 2018

RENACER



     Solo escucho un pitido que se repite secuencialmente. No veo nada, mis párpados no obedecen mis órdenes, el resto del cuerpo apenas lo siento. Noto una ligera tela cubriéndome desde los pies hasta mitad del pecho y algo que entra lentamente en mí a través del brazo izquierdo. No tengo ni idea de donde estoy ni de quien soy, solo recuerdo las luces de un camión abalanzándose sobre mi pequeño utilitario, desde entonces, oscuridad, dolor de cabeza y ese pitido. Estoy cansado, me dejaré ir otro rato…




     Huele a desinfectante. Es un olor inconfundible, de esos fáciles de identificar y que tan poco me gustan: huele a hospital. El pitido sigue marcando el mismo ritmo. Imagino la máquina que lo produce y espero que el pitido no se convierta en un sonido continuo, he visto muchas series de médicos y se lo que eso significaría. Empiezo a recordar partes de mi vida pero tengo enormes lagunas. Eso es lo que menos me preocupa, aquí pocas cosas puedo hacer aparte de luchar por mantener ese pitido y hacer que mi mente trabaje y descanse.




     Escucho la puerta abrirse y cerrarse. Me noto observado durante un instante, justo lo que tardan en sonar unos pasos que se acercan lentamente hacia mí. Los reconozco. Imagino a mi padre caminando cansado, con la preocupación en su rostro recién afeitado. El olor a aftersave invade mi nariz cuando sus labios se posan en mi frente antes de darme los buenos días. Arrastra algo, supongo que alguna silla para estar más cerca de mí. No sé cada cuanto me visita, la noción del tiempo sí que está completamente perdida, pero tiene que realizar un largo trayecto si después del accidente me trasladaron al hospital más cercano. Me habla de mi madre. Dice que el fin de semana intentará dejar a mi hermano pequeño con los vecinos para escaparse un rato a verme. Me cuenta como el pequeño hace los deberes cada día y lo contento que está su profesor de guitarra con su evolución. Que mi prima ya ha fijado fecha para la boda… en Diciembre!!! ¿Cómo se le puede ocurrir casarse en diciembre? Sin saber que a mí me lo contaron hace más de un mes. Supongo que entre visita y visita no pasa mucho tiempo porque no me cuenta nada nuevo, pero el contacto de su mano con la mía me da energía para seguir luchando. Dice que los médicos son optimistas y que están seguros que despertaré pronto. Yo no estoy tan seguro; mi memoria mejora pero cada vez me noto más cansado...






     Me duele la cabeza. Pediría un calmante si me pudiera comunicar con el exterior pero, ¿realmente me puede doler la cabeza estando sedado? He revivido el accidente una y otra vez. Bajé la mirada para cambiar la emisora de radio y al volver a levantarla, los focos del camión que se abalanzaba sobre mí me deslumbraron. Después del impacto, rodé por la ladera y oscuridad. ¿Qué habrá sido del conductor del camión? Parece que me han inyectado algo, me vuelvo a hundir en la oscuridad.






     Se llama Silvia. Aparece por aquí de vez en cuando llenándolo todo de alegría con su sola presencia. No es como el resto de enfermeras. No para de hablarme y canturrear mientras hace su trabajo. ¡Cómo si yo pudiera contestarle! La verdad es que sus visitas alegran, dentro de lo posible, mi triste existencia. Cuando tiene algo de tiempo libre, o eso supongo, pasa un ratito contándome historias de sus hijos, dos gotas de agua de siete añitos que arrasan todo a su paso. Siempre termina sus visitas arropándome hasta el cuello mientras me desea que acabe de pasar un buen día.






     Noto unos labios en mi cara y una gota cae sobre mi rostro. Los sollozos de mi madre sacan del pozo a mi mente. Me acaricia la mejilla mientras los dedos de su otra mano se entrelazan con los mios. Siento su calor, su olor. Me transporto a una tarde de otoño, tumbado en el sofá de casa y con la manta hasta el cuello. Fiebre, tiritones, todo quedaba en nada cuando ella me acariciaba. Todo está bien cuando es su cariño el que me abriga.



     El pitido cambia de ritmo. Abro los ojos y le sonrío.


lunes, 12 de noviembre de 2018

Atardece en las montañas



                   Aprovecho la entrada de esta semana para presentaros un proyecto de cara a fin de año. En el enlace adjunto encontraréis información sobre el proceso de financiación de un libro de relatos que, sin duda alguna, sería un buen regalo de cada a la navidades que tenemos a la vuelta de la esquina.

https://es.ulule.com/relatos-compulsivos/

                   
                     





 
               Atardece en las montañas. Sentado en el porche inspiro profundamente el aroma de la taza de café que sostengo con una mano. Doy una calada a un cigarro y expulso con fuerza el humo que se diluye en el frío aire que me rodea. Es una bonita tarde de principios de noviembre en la que las laderas se pintan de mil colores. Entre los bosque de abetos aparecen, tiñendo de rojo el verde manto, árboles repletos de castañas. Pronto estarán cubiertos de blanco. En las zonas más elevadas, las primeras nieves ya brillan bajo los últimos rayos de un sol anaranjado que comienza a ocultarse tras los picos más altos. El cielo, despejado, anuncia una bonita y gélida noche. Hice bien en bajar el ganado un par de semanas atrás, ahora que comienzan las nevadas y el hielo empieza a hacerse dueño de parte del camino, el descenso habría sido más complicado.







     Me levanto y camino despacio hacia el establo. Hace tiempo que las flores desaparecieron y solo hierba húmeda rodea el camino que me lleva hasta él. Al otro lado del cercado de madera que protege la entrada del viejo edificio, un montón de paja seca junto al pequeño abrevadero espera la compañía de alguna de las reses que aguarda en el interior. La puerta chirría al abrirse pero los animales, acostumbrados a mi presencia, siguen con lo que hacían. Alguna vaca muge a modo de saludo. Rosita está en la parte más alejada. Le acaricio la cabeza mientras abro la portezuela metálica que la mantiene encerrada. Lleva años conmigo y su salud está muy deteriorada últimamente. Después del parto del año pasado le cuesta moverse y parece que no tenga ganas de seguir con el resto del rebaño. Atravieso la puerta caminando a su lado, hablándole como siempre hice, como a un amigo fiel, a pesar de ser consciente de mi traición. Le acompaño hasta el abrevadero y le dejo bebiendo antes de ver como se dirige a la pared para intentar guarecerse ante la llegada de la noche.





     Apenas queda luz solar.





     Vuelvo al porche con una enorme sensación de culpa. Desde la primera aparición del monstruo no he encontrado otro modo de tenerlo controlado. Recuerdo aquella vez. Aquella mañana de septiembre en la que descubrí la mitad de mi ganado malherido en el prado. La sensación de impotencia ante la crueldad mostrada por esa bestia.







     Empieza a aparecer la luna. Esta noche brillará con fuerza.  Debo irme; él está cerca.





     Se me empieza a erizar la piel, mi visión se desenfoca levemente y mi olfato se agudiza. Desde aquí noto el olor a miedo de la ternera que, tranquila hasta hace un momento, empieza a removerse inquieta sabedora de que la bestia no tardará en llegar. Puedo escuchar cómo se acelera su respiración, cómo late su corazón. Una lengua áspera relame mi hocico y unos colmillos que no dejan de crecer. Lentamente me acerco a Rosita que, paralizada por el terror, fija su mirada en mis ojos sanguinolientos pidiendo clemencia.




martes, 6 de noviembre de 2018

El descanso de la guerrera


            Estamos completamente solos en una pequeña cascada perdida en una zona montañosa de difícil acceso. El agua está helada, pero todo el frío que siento, desaparece al ver cómo me observa desde la orilla. Acaba de meter los pies en el río y me mira desafiante como una princesa guerrera preparada para la batalla. Camina con sus ojos verdes fijos en mí, el pelo revuelto y entre la excitación y el frío del agua, empieza a marcar esos dos botones que me vuelven loco y hacen que ella también lo haga.





            Se pega a mí, y cuando creo que va a susurrarme algo, mordisquea mi oreja, mi cuello… su lengua recorre mis labios sin llegar a besarlos y no puedo hacer otra cosa que dejarme llevar. Me mira a los ojos y se sumerge lentamente tomando aire. El agua cristalina me deja ver a la perfección como se apodera de parte de mí, saboreándome durante breves segundos antes de volver a salir para rodear mi cintura con sus piernas. Nos comemos a besos y se le escapa un suspiro cuando, lentamente, entro en ella. Le dejo hacer. Sube y baja lentamente, con los ojos cerrados, sintiendo cada roce de sus pechos contra el mío, de su piel con mi piel. Los peces que nadan a nuestro alrededor son los únicos que escuchan su gemido cuando mi boca juguetea con sus pezones, pero es solo un momento. Paso mis brazos bajo sus piernas y el movimiento se vuelve frenético. Galopamos en medio de la batalla como si no hubiera un mañana, como si nuestra vida dependiera de llegar pronto a ese lugar tan ansiado, hasta que nuestros cuerpos se tensan a la vez. Arquea la espalda y echa atrás la cabeza antes de soltar un grito callado y terminar de fundirse conmigo en un abrazo con la respiración entrecortada.





            Ahora estoy tumbado en una parte poco profunda. Mi cabeza reposa en una piedra fuera del agua y la suya yace sobre mi pecho. Exhausta, preciosa, como una princesa guerrera descansando antes de la siguiente batalla…