Solo
escucho un pitido que se repite secuencialmente. No veo nada, mis párpados no
obedecen mis órdenes, el resto del cuerpo apenas lo siento. Noto una ligera
tela cubriéndome desde los pies hasta mitad del pecho y algo que entra
lentamente en mí a través del brazo izquierdo. No tengo ni idea de donde estoy
ni de quien soy, solo recuerdo las luces de un camión abalanzándose sobre mi
pequeño utilitario, desde entonces, oscuridad, dolor de cabeza y ese pitido.
Estoy cansado, me dejaré ir otro rato…
Huele
a desinfectante. Es un olor inconfundible, de esos fáciles de identificar y que
tan poco me gustan: huele a hospital. El pitido sigue marcando el mismo ritmo.
Imagino la máquina que lo produce y espero que el pitido no se convierta en un
sonido continuo, he visto muchas series de médicos y se lo que eso
significaría. Empiezo a recordar partes de mi vida pero tengo enormes lagunas.
Eso es lo que menos me preocupa, aquí pocas cosas puedo hacer aparte de luchar
por mantener ese pitido y hacer que mi mente trabaje y descanse.
Escucho
la puerta abrirse y cerrarse. Me noto observado durante un instante, justo lo
que tardan en sonar unos pasos que se acercan lentamente hacia mí. Los
reconozco. Imagino a mi padre caminando cansado, con la preocupación en su rostro
recién afeitado. El olor a aftersave invade mi nariz cuando sus labios se posan
en mi frente antes de darme los buenos días. Arrastra algo, supongo que alguna silla
para estar más cerca de mí. No sé cada cuanto me visita, la noción del tiempo
sí que está completamente perdida, pero tiene que realizar un largo trayecto si
después del accidente me trasladaron al hospital más cercano. Me habla de mi
madre. Dice que el fin de semana intentará dejar a mi hermano pequeño con los
vecinos para escaparse un rato a verme. Me cuenta como el pequeño hace los
deberes cada día y lo contento que está su profesor de guitarra con su
evolución. Que mi prima ya ha fijado fecha para la boda… en Diciembre!!! ¿Cómo
se le puede ocurrir casarse en diciembre? Sin saber que a mí me lo contaron
hace más de un mes. Supongo que entre visita y visita no pasa mucho tiempo
porque no me cuenta nada nuevo, pero el contacto de su mano con la mía me da
energía para seguir luchando. Dice que los médicos son optimistas y que están
seguros que despertaré pronto. Yo no estoy tan seguro; mi memoria mejora pero cada
vez me noto más cansado...
Me
duele la cabeza. Pediría un calmante si me pudiera comunicar con el exterior
pero, ¿realmente me puede doler la cabeza estando sedado? He revivido el accidente
una y otra vez. Bajé la mirada para cambiar la emisora de radio y al volver a
levantarla, los focos del camión que se abalanzaba sobre mí me deslumbraron.
Después del impacto, rodé por la ladera y oscuridad. ¿Qué habrá sido del
conductor del camión? Parece que me han inyectado algo, me vuelvo a hundir en
la oscuridad.
Se
llama Silvia. Aparece por aquí de vez en cuando llenándolo todo de alegría con
su sola presencia. No es como el resto de enfermeras. No para de hablarme y
canturrear mientras hace su trabajo. ¡Cómo si yo pudiera contestarle! La verdad
es que sus visitas alegran, dentro de lo posible, mi triste existencia. Cuando
tiene algo de tiempo libre, o eso supongo, pasa un ratito contándome historias
de sus hijos, dos gotas de agua de siete añitos que arrasan todo a su paso.
Siempre termina sus visitas arropándome hasta el cuello mientras me desea que
acabe de pasar un buen día.
Noto
unos labios en mi cara y una gota cae sobre mi rostro. Los sollozos de mi madre
sacan del pozo a mi mente. Me acaricia la mejilla mientras los dedos de su otra mano se entrelazan con los mios. Siento su calor, su olor. Me transporto a una tarde de
otoño, tumbado en el sofá de casa y con la manta hasta el cuello. Fiebre,
tiritones, todo quedaba en nada cuando ella me acariciaba. Todo está bien
cuando es su cariño el que me abriga.
El
pitido cambia de ritmo. Abro los ojos y le sonrío.
Muchos se preguntan si los enfermos en estado de coma nos pueden oír. Algunos creen que sí y que les hace bien oír una voz amiga, querida. En este caso, el contacto y la voz materna hizo el milagro. Las ganas de volver con los seres queridos es un potente revitalizador.
ResponderEliminarUn abrazo.
El amor siempre es un buen remedio!!
EliminarMe ha encantado.Abrazo.
ResponderEliminarLa vida cambia en un segundo, ese que transcurre entre cambiar la emisora y levantar de nuevo la vista, da escalofríos ver lo frágiles que somos. Tocas un tema que genera muchas preguntas y que como dice Josep Ma no está claro, ese saber si las personas en coma se dan cuenta de lo que pasa a su alrededor y en el caso de tu protagonista sí lo es, aunque pierde la noción del tiempo que pasa.
ResponderEliminarY es justo la fuerza del amor la que lo ayuda a volver, la fuerza más poderosa.Muy tierno.
Besos
La verdad es que nunca he hablado con nadie que se haya encontrado en esa tesitura, pero gusta pensar que algunos sentidos siguen en marcha.
EliminarPetonets!
La verdad, mucho se ha hablado de éste tema tanto en la literatura como en el cine. Conocí a alguien que estuvo en coma, y salió de él. (Según esta persona escuchaba todo lo que se decía a su alrededor, y en su despertar se abrió "el tercer ojo". El de la clarividencia.
ResponderEliminarSi la mente se mantiene activa es un momento total de reflexión. No conozco a nadie que haya estado y lo haya superado, pero creo que hay cosas que sí que se sienten.
EliminarUn abrazo.
Lo que no consiga el amor, poco o nada puede hacerlo.
ResponderEliminarUn relato que produce congoja hasta el final. Y demuestra lo frágil que es la vida, y como en un segundo todo puede desaparecer. Pero esa sonrisa final, y el cariño cercano es con lo que me quedo al leerte.
Un beso.
En los momentos difíciles es cuando más se agradecen las muestras de cariño.
EliminarGracias por la visita.
Un beso.
Por un momento pensé que el pitido sería continuo,... uf!
ResponderEliminarBuen fin de semana!
A veces lo es!! Aunque esta vez hubo suerte...
EliminarUn abrazo