Mi ropa estaba empapada. Tal vez era un náufrago que la tormenta del día anterior había sumergido en el mar y éste, piadoso, me había mecido hasta esta playa, paradisíaca, todo hay que decirlo. El dolor de mi cabeza comenzaba a remitir. Una hinchazón en la parte superior me insinuaba que durante el naufragio algo golpeó con fuerza mi cráneo. Tal vez eso provocase mi caída al mar y la pérdida de memoria.
Tenía que buscar una zona elevada para ver si había zonas habitadas cerca, pero comenzaba a anochecer y no sabía lo que podía deparar la noche, así que aproveché las hojas que pude arrancar a un cocotero doblado por el temporal para construir un techo bajo el que dormir. Encontré el lugar ideal en el saliente de una roca cercana al bosque. Un par de ramas de un árbol cercano apenas lo cubrían, pero al colocar encima las largas hojas del cocotero, me quedó un refugio más o menos decente. La arena de la playa allí estaba seca y el viento parecía no castigar en exceso la zona. Encontré una piedra afilada y con la ayuda de otra más grande, conseguí perforar la cáscara de uno de los cocos. El agua de su interior me recompuso como si de una sopa caliente en mitad de una ventisca de nieve se tratara. Terminé de partir el coco y lo devoré poco antes de que la noche terminara de cerrarse.
Encendí un pequeño fuego de forma mecánica. Dos palos, fricción y algunas hierbas secas. Al empezar a arder, unas cuantas ramitas pequeñas y después algún tronco más grande. No durarían toda la noche, pero me ayudarían a conciliar el sueño y espantarían las posibles fieras que podían estar acechándome desde el bosque. El cansancio me venció todavía sorprendido por mi dominio de las técnicas de supervivencia.
Abrí los ojos sobresaltado. El sol comenzaba a aparecer cuando los gritos de cuatro hombres que corrían hacia mí rompieron un feliz descanso. Una lancha se acercaba por el mar a gran velocidad con más personas a bordo que parecían haber hallado un valioso botín al descubrir mi presencia.
−Tras varios días de búsqueda, ha sido hallado Roberto Muñoz, el torero y participante de Supervivencia Extrema que había desaparecido. Roberto salió del campamento en busca de comida y no volvió a dormir. Los miembros del equipo le han estado buscando este tiempo hasta localizarlo cobijado en un playa a casi veinte kilómetros de donde se está rodando el reality. Poco puede contar de su desaparición, ya que sufre amnesia tras haber sufrido un fuerte golpe en la cabeza, al parecer causado por la caída de un coco en un golpe de viento. Sigue siendo una incógnita como recorrió esa distancia, ya que la zona en la que se mueven los concursantes está firmemente delimitada.