Antes
de abrir la puerta respiré profundamente y recordé sus últimas palabras.
-¿Qué te vas? Por mí como si te
pudres en la puta calle, pero no tardarás ni una semana en volver suplicando
que te perdone. Tu vida es una mierda. Sin mí no eres nadie, no eres nada, solo
otra zorra que no tiene derecho ni a consumir el aire que respira. Recuérdalo.
En menos de siete días estarás ante esa puerta implorando volver a mi lado, a
tu lugar, ocupándote de que tu hombre, yo, sea feliz y cuidando de que todo sea
de mi agrado. Porque al fin y al cabo, es para lo único que sirves.
Habían
pasado seis días y me encontraba ante la misma puerta. Me lo imaginé al otro
lado, con la casa hecha una pocilga y apestando a cerveza. La sonrisa de
autosuficiencia que se debía dibujar en su rostro al escuchar la llave en la
cerradura, me hizo comprender que parte de aquel discurso era cierto.
Mi
vida era una mierda.
Dejé
las llaves colgando y giré en busca de mi nueva vida mientras la sonrisa
cambiaba de cara con el repicar de mis tacones alejándose de aquel infierno.