Había
conseguido llevar la enorme roca a su taller con la ayuda de dos amigos y un
gran esfuerzo. La miraba embelesado desde todos los ángulos posibles, sabedor
de que escondía algo en su interior, pero sin estar seguro de lo que era. Hacía
años que le pasaba lo mismo. Desde entonces intentaba luchar contra lo que
parecía un absurdo ritual, pero una y otra vez terminaba sucumbiendo. Rodeó el
enorme bloque de piedra respirando profundamente y levantando la cabeza. No
tenía marcas ni fisuras, no tenía ninguna forma que le insinuase por donde
comenzar ni ningún color o marca que le inspirase. Se acercó a olerla. Nada.
Decidió coger el martillo y la escarpa para intentar que las herramientas que
debían darle la forma definitiva le mostrasen el camino a seguir, pero después
de un rato parado, comprendió que lo más sensato sería esperar dos días y que
la visita de su musa le llevase a esa situación en la que de forma automática
comenzaba a picar piedra sin pensar por donde iba ni lo que hacía. Solo su
breve presencia le inducía a aquel estado de éxtasis que le hacía trabajar
hasta que la obra quedaba casi terminada. Después, pulía cada centímetro
cuadrado como si fuese el que la gente más iba a admirar, pero la idea, la
escultura en si, surgía cuando su hija correteaba alrededor de la piedra.
Lo dejó
todo preparado para comenzar en cuanto Clara se marchase. No la pasarían por el
taller hasta el último momento. Alguna vez había cometido el error de entrar
allí con ella al poco de llegar y había comenzado a esculpir de forma
compulsiva hasta perder el fin de semana sin disfrutar de su compañía. No se lo
podía permitir. Las visitas desde que se trasladó a la montaña eran cada vez
más cortas y quería vivirlas con toda la intensidad que aquel pequeño ángel se
merecía.
Se escuchó
el motor de un automóvil aproximándose y los ladridos de Choclo le hicieron
salir a recibirla. Tenía los rizos rubios de su madre. La verdad es que, por
suerte para ella, tenía toda la cara de su madre, pero era inquieta y risueña
como él. Corrió y saltó a su cuello rompiendo a reír cuando la empezó a hacer
girar en el aire para disgusto del abuelo materno, que esperaba con la pequeña
maleta junto al coche.
Pasaron así
toda la semana. Entre risas, películas de dibujos y paseos por la montaña que
solían acabar con un baño en el río al que Choclo siempre se sumaba. Al caer la
noche, rendida por todo lo vivido, se dormía en el sofá mientras Dori seguía
buscando a Nemo en la pantalla. La llevaba en brazos a su cuarto y, tras
arroparla, se sentaba a observar su cara iluminada por la escasa luz que la
Luna hacía llegar a través de la ventana entreabierta.
La tarde
que su abuelo venía a buscarla, dejaron la maleta en el porche y, poco antes de
la hora acordada, entraron en el taller. Clara correteó de un lado a otro
admirando las figuras terminadas que adornaban las cuatro esquinas. Cuando sonó
el claxon, dio un enorme abrazo a su padre a modo de despedida y antes de
salir, tocó el bloque de piedra deforme que esperaba en el centro de la sala.
Ese simple
gesto fue suficiente para él.
Cincel y
martillo en mano, comenzó a golpear y a liberar la escultura de los trozos que la
mantenían oculta. Cascotes grandes al principio pero cada vez más pequeños
después fueron cubriendo el suelo. No sabía cuánto tiempo llevaba picando sin
descanso cuando le pareció adivinar la cara de un niño, pero siguió sin pararse
a pensar. Exhausto, se sorprendió dando forma a un ángel con la cara del suyo.
Sus piernas colgaban, pero no volaba, reposaba sobre algo parecido a una rama.
Y siguió picando, y cambió de cincel y
descubrió que no era una rama, sino el travesero de una cruz. Pocas veces había
hecho figuras religiosas, pero siguió sin pensar en ello y se dedicó a perfilar
los detalles. Se centró en los tirabuzones, las arrugas de su sonrisa, las
plumas de unas alas que parecían dispuestas a batir en cualquier momento. Bajó
a los pies descalzos y, sin darse cuenta, se sorprendió grabando su propio nombre
en la base. No solía firmar así sus obras. ¿Por qué seguía grabando la piedra?
Su rostro se torció al ver la fecha de su nacimiento bajo su nombre y justo al
lado, otra demasiado cercana.