miércoles, 14 de mayo de 2025

¿El principio de algo?


 


No había pasado ni un verano sin que alguien me hablara de ella con una sonrisa... ¡cómo si yo necesitara que me la recordasen!

 

-Es que es la única vez que te he visto tan interesado en alguien.

 

Tal vez la afirmación no era cierta, pero si es verdad que aquel verano decidí no disimular. Ella me gustaba, me gustaba mucho, pero como casi siempre me suele pasar, llegué tarde. Aunque en algún momento creí que dudaba, ella tenía pareja y no iba a arriesgarse a perder algo así por alguien que en un par de semanas pondría mil kilómetros entre nosotros. Y después de ese agosto nada... Hasta hoy.

 

- ¿Esa es quien yo creo es?

 

               Me lo preguntó sonriendo, consciente de que era ella. No diré que no había cambiado nada, pero de lejos parecía la misma adolescente que me aceleraba el corazón muchos años atrás. Morena, con el pelo recogido, ojos azules como ellos solos y una sonrisa que competía con los rayos del sol por iluminar el pueblo. En el momento que comprobé que mi corazón seguía acelerándose cuando se acercaba, tuve claro quien ganaba ese concurso. Se paró con sus primos, a la entrada del bar. Era un lugar estrecho, con una larga barra y nosotros solíamos ocupar el fondo. Intenté disimular, pero no pude evitar que las piernas me temblaran un poco. "No seas tonto David, que ya no eres un adolescente, cojones", intenté autoconvencerme, y para mí sorpresa, todos esos nervios se calmaron cuando me miró. Al ver que me sonreía terminé de tranquilizarme "por lo menos parece que me ha reconocido".

 

Todavía tardó un rato en acercarse. No sé si fue casualidad, pero lo hizo en el momento en que el resto de mi grupo había salido a fumar.

- Que agradable sorpresa! - dijo mientras nos dábamos dos besos y un abrazo- Me alegro de verte.

Noté el aroma de su pelo, hay cosas que no cambian con el paso de los años. No era el champú, ni el perfume, eso puede cambiar. Era su olor...

- Y supongo que ahora tengo que soltarte...- lo dije sin pensar, alargando el abrazo más de lo habitual… ¡y quien conoce mis abrazos sabe que eso es mucho decir!

               Soltó una carcajada mientras nos dejamos ir medio metro, sin dejar que se perdiera el contacto del todo. Tengo que reconocer que seguía siendo preciosa...

 

Vi como mis amigos, que ya volvían, se detenían en la otra esquina de la barra sin quitarnos ojo de encima. Luego tendría interrogatorio, pero por lo menos me dejaban este "ratito de intimidad"

 

- Cuántos años… Joder, cabrona, ¿estás todavía mejor que con 19! ¿Cómo coño lo haces?

- No has cambiado nada -me espetó riendo.

- Si no te das cuenta de que estoy más viejo, más gordo y más calvo, es que de vista estás jodida.

- ¡No seas burro! Estás genial, y me refiero a que sigues siendo tú. No hay duda.

 

Hablamos de sus primos y hermanos. Vi movimiento al otro lado de la barra y supe que no tardarían en acercarse.

 

-¿Hasta cuándo te quedas?

-Hasta el lunes.

-¿Tres días?

-Te parece poco...

-Depende. Si te vienes a cenar conmigo está noche, en cuatro días estarás echándome de menos...

 

No llegó a contestar. Los gritos y abrazos se multiplicaron a medida que el grupo crecía y poco después volvió con sus primos. Vi que salía fuera con uno de ellos

 

-¿Cómo ha ido el reencuentro con tu amor platónico?

 

Sabía que ella sería la primera en preguntar, le encantaba el salseo y me disponía a contestar cuando note una vibración en mi bolsillo. Un nuevo mensaje de número que no conocía:

"Reservas tú en algún sitio fuera de la marabunta"

Levanté la mirada y volvía a estar allí, sonriéndome desde la otra punta del bar.





miércoles, 30 de abril de 2025

CONFLICTOS LABORALES

 

Tuve que excusarme y salir de la habitación en el mismo momento en que le reconocí en aquella fotografía. Despeinado, con barba de cuatro días y esa mirada intensa que había conseguido conquistarme. Sin duda, era él.




 

Lo había conocido hacía más de medio año. La primera vez que lo vi íbamos trotando en la playa de Riazor y mis ojos se tropezaron con los suyos antes de seguir mi ruta, deseando cumplir con ese refrán que tan bien describe al ser humano. Y lo cumplí pocas horas después, con un vino en la mano y una ración de zamburiñas apoyadas en un barril, en la puerta de uno de los bares del casco antiguo. Volví a tropezar con él.

 

- ¿Has hecho muchos kilómetros?- su voz trataba de sonar alegre, pero denotaba cansancio- Llevabas un buen ritmo...

- ¡Que va! Unos 8 en algo menos de una hora. A más de 6 minutos, pero con el día que llevo tenía que salir o me ahogaba en el hotel.

 

No solía hablar con desconocidos, pero estaba fuera de mi zona de confort, así que, ¿por qué no conversar un rato con alguien interesante? Cuando me preguntó qué hacía en A Coruña le contesté la verdad: “trabajo, pero prefiero no hablar de ello.” No puso muchos reparos en eso.

 

- ¿Te parece bien si compartimos barril? Sin hablar de trabajo, ni del tuyo ni del mío. Yo soy gallego, pero también estoy fuera de lugar y necesito una copa de vino y una conversación interesante.

-Con el barril y la copa de vino te puedo ayudar. Lo de la conversación interesante ya es otra cosa. Eso no te lo garantizo…

 

Y comenzamos a hablar. La primera copa de vino nos llevó a la segunda, la segunda, entre risas, a la tercera. La tercera a una cuarta antes de salir de allí y caminar con destino a mi hotel "que mañana el avión sale temprano y nos estamos liando más de la cuenta". Y nos liamos más de la cuenta.

 

Cinco horas después, y sin haber pegado ojo, nos estábamos duchando juntos utilizando nuestros cuerpos como esponjas. Intercambiamos los teléfonos antes de que me subiera al taxi. Yo tendría que volver a Galicia, él también viajaba a Madrid y, aunque nos habíamos dejado claro que entre nosotros solo podía pasar lo que había pasado, coincidíamos en que sería genial que pasara alguna vez más.

 

Y así sucedió.

 

Pocas semanas después me llegó un mensaje. Estaba hospedado en un hotel del centro en el que volvimos a amarnos como locos. Fue la primera vez de muchas a lo largo de los últimos meses, a veces en Madrid, otras en A Coruña, incluso llegamos a pasar un fin de semana juntos en Sevilla. “Terreno neutral” dijo él, y no supe (ni quise) decirle que no. Era fácil estar a su lado. Hablábamos de todo: historia, deporte, literatura, cine… pero como habíamos pactado desde el principio, el trabajo era tabú. Se había criado en un pequeño pueblo de la Costa da Morte y estudiado unos años en Santiago. No acabó la carrera, pero allí fijó su residencia… o eso me había explicado. La última vez que lo vi, hacía apenas unas horas, estaba desnudo en la cama de un hotel de las afueras.

 

-Creo que voy a cambiar de trabajo, pequeña –dijo mientras me apretaba contra su cuerpo- Los horarios, los viajes, el… estoy cansado. Tengo dinero ahorrado, tal vez lo deje todo y me traslade a Madrid. ¿Qué te parecería?

 

          Se me aceleró el corazón en el mismo momento en que mi teléfono vibro sobre la mesilla de noche.

 

-Tengo que irme, pero no huyo de ti –le besé levemente los labios- Cuando acabe te llamo y seguimos con esta conversación.

 

          Conduje a toda velocidad, excitada y nerviosa por lo que pensaba podía ser un cambio radical en mi vida. Tendríamos que aclarar muchas cosas, pero estaba convencida de que podríamos ser muy felices juntos. Noté que me faltaba la respiración en el momento que entré en la sala de reuniones. Había llegado el momento. La Unidad Antidroga llevaba tiempo detrás de un grupo de traficantes y hoy era el día elegido para detener a todos los miembros de la organización.




 


miércoles, 17 de julio de 2024

Efectos secundarios

 
 

 

Cada vez era más complicado encontrar un momento para reunirnos. El paso de los años había trazado diferentes caminos para nuestras vidas y aquel grupo de amigos que en la adolescencia parecía imposible de separar, había terminado por diseminarse por medio mundo. Hacía casi un lustro que gran parte de nosotros había cogido como costumbre juntarse en una casa rural, perdida en la montaña, una vez al año. Este año, en el que la mayoría de nosotros cumpliríamos los cuarenta, incluso los que vivían más lejos hicieron un esfuerzo por asistir.


Llegué el último (el trabajo va a terminar conmigo) así que el recibimiento fue una copa de vino, un alud de besos y abrazos y la mesa dispuesta para la cena. No pude evitar aspirar su olor cuando se acercó a saludarme. Llevaba media vida sin coincidir con ella pero habría reconocido ese olor aunque hubiese pasado la otra media.

 

-¡Ya era hora! Me estaba muriendo de hambre…

-Yo también te he echado mucho de menos, simpática.

 

Comenzamos a cenar y a reír, a beber y a reír, a recordar y a seguir riendo.  A través de la ventana se veía una bonita puesta de sol que bañaba una pradera de alta hierba mecida por la suave brisa. Con los cafés aparecieron los licores y un par de enormes bizcochos de chocolate.



 


 

-¡Cuidado con el postre que tiene premio!

 

                Una afirmación que, viniendo de quien venía, invitaba a probar un pedacito pequeño para no sufrir en exceso los efectos secundarios.

 

Salí buscando tranquilidad y aire fresco. Noté como mis pulmones se llenaban y aumentaban de tamaño como si de dos globos se tratasen. Me mire las manos. Dedos largos, muy largos, demasiado largos para ser míos. Las piernas me aguantaban, pero parecían laxas y los brazos, elásticos, se estiraban bajo el peso delas manos hasta llegar prácticamente al suelo. Escuche una voz y, al girarme, un pequeño duende me señaló lo que hacía unos minutos era un enorme prado.

 

-Has visto el mar. Cuando la luna sale, las olas se esconden,  pero la brisa sigue meciendo el agua...

 

El agua bailaba al son que el viento marcaba. Un mar verdoso, sin espuma, sin peces pero lleno de vida. Desde el cielo una luna redonda me sonrió y me guiñó un ojo.

 

-Te echaba de menos… ¡Y tu sirena también!

 

Me giré siguiendo la mirada de la luna y la vi aproximarse. Caminaba lenta, calmada, con la media melena meciéndose al mismo ritmo que las olas sin espuma de aquel mar verde que nos rodeaba. Su mirada brillaba por encima de las estrellas que se intuían tras ella. Una calló. Miró el suelo contrariada mientras se llevaba la mano al cuello. Apenas tuve que agacharme para alcanzarla. Mis brazos se alargaron una vez más para recoger la minúscula estrella que había aterrizado a sus pies. Me miró agradecida cuando se la di.

 

-Solo es una estrella. Te bajaría hasta la luna si decidieses no volver al mar y quedarte a mi lado.

 

Se acercó a mí y un olor familiar y el roce de sus labios me hizo perder la consciencia.

 

Despierto desorientado, desnudo en la cama de una habitación que me resulta familiar. Al abrir la ventana una ráfaga de aire fresco golpea mi rostro, el mismo aire que hace bailar los campos de trigo verde que hay al otro lado del muro. Inhalo con fuerza y mi mente parece empezar a despejarse. Me pongo el bañador, seguro que un paso por la piscina y un buen desayuno consiguen traerme de vuelta al mundo de los vivos.

 

-¡Buenos días! - me saluda sonriente, creo (o quiero) apreciar un ligero rubor en sus mejillas- ¿Qué tal has dormido?

 

-Pues no lo tengo muy claro... Creo que el bizcochito de tu amiga me hizo delirar. Pero ya bastante mejor, un café y acabo de arreglarme.

 

Ríe y noto que el corazón se me acelera. Me cruzo con ella al acercarme a la cafetera y un olor dulce, entre miel y canela, vuelve a inundar mi mundo. Sobre su pecho brilla una estrella de David colgada de un fino cordón de cuero. Se da cuenta que la miro y ahora sí se sonroja.

 

-Me llevas pegado a tu pecho...

 

-Pues me la colgué cuando me fui, pero ahora que he vuelto tal vez me la quite.

 

-¿Te vas a quedar?

 

Se acerca a mí y coloca su boca junto a mi oído para susurrarme.

 

-Solo si me bajas la luna...

lunes, 8 de julio de 2024

Entre palabras y cimas (Ocho años de Bajo mi embarcadero)

 

 

La semana que viene este rinconcito cumple 8 años y, con la de hoy, 240 entradas. Las visitas (casi 80.000) y los comentarios se agradecen, pero la paz que consigo cuando me pierdo buscando la palabra adecuada es difícil de encontrar fuera de aquí. Difícil, pero no imposible. Estos últimos años han sido testigos de muchos cambios en el mundo, tanto en el de ahí fuera como en el que llevo conmigo, haciendo que sea capaz de hacer cosas que tiempo atrás eran impensables para mí.

 

 

 
 

Mi último cumpleaños trajo consigo el tatuaje de una declaración de intenciones (aunque me prometí durante 46 años que nunca me tatuaría) y el aniversario de "Bajo mi embarcadero", otra celebración especial. Parte de esos cambios me han llevado a una afición que nada tiene que ver con juntar letras y que me proporciona la misma paz: perderme en la montaña. El fin de semana pasado un grupo de lo que el viernes eran desconocidos, me acompañó a pisar muy alto, más alto de lo había logrado pisar antes. Tal vez ellos no supieran en ese momento hasta qué punto era especial para mí llegar allí arriba porque para la mayoría era una cima más, pero os aseguro que tanto el momento que viví con ellos, como la cima, también los llevo tatuados (aunque no haya tinta que lo desmuestre). 

 

 

 

A ellos, a los que os soléis dejar caer por aquí, a los que habéis pasado hoy y posibleme no volveréis a asomaros: GRACIAS.

 

P.D.: la semana intentaré no daros el tostón y volver a contar relatos o sueños, reales o ficticios, al fin y al cabo, eso es lo que hay bajo mi embarcadero.

 

lunes, 15 de abril de 2024

El cielo puede esperar

 

 


 

Los vivos dicen que los fantasmas son el alma de seres atormentados. Personas que dejaron cosas sin resolver en el mundo que habitaban y que se aferran a él con la única misión de solventarlos para poder descansar en paz. 

 

El último día que latió mi corazón fue un domingo de diciembre. Hacía años que estaba enfermo y aunque nunca hablé de ello con mi gente, tenía claro que no había vuelta atrás. No sé si fue un penúltimo guiño del destino o la dosis de morfina, pero aquel día me encontraba extrañamente bien. Como cada domingo desde que comenzaron a independizarse, vinieron todos a comer a casa. Fue una comida amena: mi hijo y yo nos metimos con el marido de mi hija hablando de fútbol, nos contaron las batallitas de la semana con los niños y cuando después del café me senté en el sillón, dejaron al pequeño en mi regazo. Apenas tenía seis meses y la misma cara que su hermana mayor, que no le soltaba la mano en ningún momento. 

 

Pero llegó la noche y se acabó la tregua. El dolor se convirtió en algo insoportable hasta el punto que cuando escuché la ambulancia fui consciente de que allí terminaba todo. Me dejé ir en una camilla del hospital. Me habían sedado y tan solo abrí los ojos un instante para ver a la mujer de mi vida junto a mis hijos agarrando mis manos.

 

Y si tenía alguna duda, ahí desapareció: “yo me quedo aquí” me dije mientras algo intentaba alejarme de mi cuerpo.

 

Desde aquel día han pasado muchos años y he disfrutado y sufrido a partes iguales. He estado al lado de mis hijos en muy buenos momento y algunos malos, que estar solo en los buenos es fácil, y aunque supongo que la mayoría creerán que su vida es normal, para mí han logrado cosas excepcionales. Se han tropezado, han caído, se han levantdo y se han vuelto a tropezar (a veces con la misma piedra, ellos siguen siendo humanos) pero han seguido avanzando y poco a poco, y con mucho trabajo, han conseguido la mayoría de sus metas. Son muy tozudos, no sé a quién habrán salido.

 

 Mis nietos ya son mayores de edad. Los he visto crecer poco a poco y me han hecho sentir orgulloso de cada uno de sus pasos. Chicos inteligentes y cariñosos, todo un logro en el mundo que les ha tocado vivir.

 

Hoy es domingo y, como siempre desde que se independizaron, han venido a comer a casa. Ella sigue cocinando más de la cuenta, como siempre que la visitan. Han hablado de todo un poco, trabajo, el pueblo, médicos y mi hijo ha discutido de fútbol con sus sobrinos (no conseguimos que fueran seguidores de nuestro equipo, nadie es perfecto). Han reído. Sobre todo han reído y la han hecho reír.

 

Cuando se ha quedado sola, se ha sentado en el sofá mirando una serie y dormitando. Me he sentado a su lado y al posar mi mano sobre la suya, ha sonreído levemente y aunque sé que es imposible, he notado latir mi corazón. Estoy seguro de que nota mi presencia, o tal vez sean imaginaciones mías, pero hasta que dentro de muchos años volvamos a reunirnos, yo seguiré cuidándola como cuando éramos críos y jugábamos en las calles del pueblo.

 

Los vivos dicen que los fantasmas somos el alma de seres atormentados. Personas que dejamos cosas sin resolver en el mundo que habitábamos y que nos aferramos a él con la única misión de solventarlos para poder descansar en paz. En muchos casos es así y tal vez yo sea un bicho raro, único en mi especie, pero mi motivo es otro. Si sigo aquí es porque creo que es imposible imaginar un lugar en el que pueda encontrar más paz y ser más feliz que rodeado de los míos. El cielo puede esperar.

 

sábado, 30 de marzo de 2024

CUANDO SE MIRAN

 


 

 

 ÉL

El atardecer es tibio y despejado, ideal para trotar un rato a la orilla del mar. El largo paseo marítimo que conduce hasta el puerto y las canciones que suenan en mis auriculares me motivan a continuar con un ritmo vivo, quizás demasiado para mi actual estado de forma. A medida que me acerco al puerto deportivo, las montañas del Garraf, que se pegan al Mediterráneo formando indescriptibles acantilados, sirven de refugio a un sol que, cansado tras un largo día de trabajo, comienza a ocultarse. Sigo hasta la pequeña cala que hay al final del puerto y paro un momento para recuperar el aliento antes de la vuelta. En el cielo comienza a vislumbrarse la silueta perfecta de lo que en breve será una preciosa luna llena que me acompañará durante mi regreso a casa.

 

ELLA

Trota grácilmente por la orilla del mar. No me preguntéis por qué, pero encanta observarlo desde lejos. Para ser sinceros, me encanta, en general, y verlo de lejos es mi única opción viable. El mismo sudor que moja su camiseta, perla su rostro mientras sus labios parecen tatarear una canción luchando contra la respiración regular que debería hacer más provechoso su esfuerzo. De vez en cuando parece mirarme y un gélido escalofrío me zarandea. Se detiene y parece trastear con su teléfono hasta que lo enfoca en mi dirección para tomar una fotografía. Me estremezco y comienzo a temblar como una adolescente enamorada, estoy segura de que me sonrojaría si pudiera hacerlo.

 

ÉL

Miro decepcionado la fotografía y vuelvo a levantar la mirada hacia esa luna perfecta que baña el mar con su luz. No hay manera de que salga bien. Siempre que intento captar una imagen  que haga justicia a la realidad la pantalla me devuelve una luna borrosa, como si se moviera cada vez que intento inmortalizarla y esa quietud que transmite desde su atalaya no fuese más que un espejismo.