Era
una calurosa noche de fiestas del mes de agosto. El estruendo de algún petardo
esporádico retumbaba por encima del regueton que sonaba animando a una
conducción agresiva en los autos de choque. El olor a caramelo daba paso al de
carne asada o pescaito frito, dependiendo de la parte de la feria que
visitaras. Los churros harían acto de presencia a medida que el alba estuviera
más cerca.
La
niña contaría con apenas cuatro años y vestía el traje típico de flamenca. Desde
que habían llegado no había parado de mover los volantes y coger el bajo del
vestido para taconear, con esa gracia innata, y enseñar orgullosa los zapatos
de niña grande que le permitían hacer aquel ruido. No iba disfrazada, ese era
el comentario que solía hacer la gente de ciudad y que tanto dolía a los
lugareños, iba vestida para la ocasión. La gente no paraba de mirar a esa
pequeña, que sin apenas saber hablar, bailaba como si llevase años sobre los
escenarios.
Sonreía de
oreja a oreja. Mientras con la mano derecha sujetaba un globo con forma de
elefante que su tío le había regalado, usaba la izquierda para dar cuenta de una enorme nube de algodón de
azúcar que amenazaba con pegarse a su cabello. Su madre no paraba de advertirle
que tuviera cuidado, que si se le enganchaba el algodón al pelo tendrían que
cortar para quitárselo, pero a pesar de las advertencias ella seguía
correteando con sus primos.
De
repente, tropezó. El algodón cayó al suelo, pero lo que fue todavía peor es que
el globo comenzó a elevarse a volar cada vez más alto. Al momento de soltarlo
su padre ya lo dio por perdido, pero ella no podía dejar de mirar entre llantos
como aquel pequeño elefante rosa se elevaba hacia el cielo y se alejaba de ella
cada vez más.
Dos
horas más tarde, ya de vuelta a casa, la pequeña seguía gimoteando y mirando
hacia el cielo. Las lágrimas habían esparcido por toda su cara el suave
maquillaje con el que su madre le había adornado los ojos al principio de la
noche.
Todavía
contrariada, espetó a sus padres antes de entrar en casa:
-
No lo entiendo. ¿Cómo puede llegar tan alto un
elefante? ¡Si no saben volar!
Qué penita, :(
ResponderEliminarUn texto muy tierno David, la infancia que bonita es, con esa ingenuidad que no comprende de algunas cosas.
Un abrazo.
Gracias Irene!!!
EliminarBonito relato que nos retrotrae a la infancia en la que damos importancia a esas cosas que a los mayores les parecen tonterías y a los niños todo un mundo que todavía no comprenden.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un abrazo, David.
Gracias Ziortza!!! Cada uno tiene sus prioridades...
EliminarUn abrazo
¡Qué hermoso relato, David! La gracia de la infancia, y su plenitud en la alegría y en los contratiempos. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Beba!!! Seguro que al dia siguiente se levantó sonriendo. :)
Eliminar