martes, 20 de junio de 2017

Noche de feria



     Era una calurosa noche de fiestas del mes de agosto. El estruendo de algún petardo esporádico retumbaba por encima del regueton que sonaba animando a una conducción agresiva en los autos de choque. El olor a caramelo daba paso al de carne asada o pescaito frito, dependiendo de la parte de la feria que visitaras. Los churros harían acto de presencia a medida que el alba estuviera más cerca.

     La niña contaría con apenas cuatro años y vestía el traje típico de flamenca. Desde que habían llegado no había parado de mover los volantes y coger el bajo del vestido para taconear, con esa gracia innata, y enseñar orgullosa los zapatos de niña grande que le permitían hacer aquel ruido. No iba disfrazada, ese era el comentario que solía hacer la gente de ciudad y que tanto dolía a los lugareños, iba vestida para la ocasión. La gente no paraba de mirar a esa pequeña, que sin apenas saber hablar, bailaba como si llevase años sobre los escenarios.

Sonreía de oreja a oreja. Mientras con la mano derecha sujetaba un globo con forma de elefante que su tío le había regalado, usaba la izquierda para dar  cuenta de una enorme nube de algodón de azúcar que amenazaba con pegarse a su cabello. Su madre no paraba de advertirle que tuviera cuidado, que si se le enganchaba el algodón al pelo tendrían que cortar para quitárselo, pero a pesar de las advertencias ella seguía correteando con sus primos.

     De repente, tropezó. El algodón cayó al suelo, pero lo que fue todavía peor es que el globo comenzó a elevarse a volar cada vez más alto. Al momento de soltarlo su padre ya lo dio por perdido, pero ella no podía dejar de mirar entre llantos como aquel pequeño elefante rosa se elevaba hacia el cielo y se alejaba de ella cada vez más.

     Dos horas más tarde, ya de vuelta a casa, la pequeña seguía gimoteando y mirando hacia el cielo. Las lágrimas habían esparcido por toda su cara el suave maquillaje con el que su madre le había adornado los ojos al principio de la noche.

     Todavía contrariada, espetó a sus padres antes de entrar en casa:

        - No lo entiendo. ¿Cómo puede llegar tan alto un elefante? ¡Si no saben volar!

6 comentarios:

  1. Qué penita, :(
    Un texto muy tierno David, la infancia que bonita es, con esa ingenuidad que no comprende de algunas cosas.

    Un abrazo.

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  2. Bonito relato que nos retrotrae a la infancia en la que damos importancia a esas cosas que a los mayores les parecen tonterías y a los niños todo un mundo que todavía no comprenden.
    Me ha gustado mucho.
    Un abrazo, David.

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    1. Gracias Ziortza!!! Cada uno tiene sus prioridades...

      Un abrazo

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  3. ¡Qué hermoso relato, David! La gracia de la infancia, y su plenitud en la alegría y en los contratiempos. Un abrazo.

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    1. Gracias Beba!!! Seguro que al dia siguiente se levantó sonriendo. :)

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