Silvia estaba en la orilla de la
playa pisando la arena mojada con sus pies desnudos. Nunca le habían gustado
las despedidas en el muelle. Cuando conoció a Sergio y se dio cuenta que
querían pasar juntos el resto de su días, pensó que se acostumbraría, pero por mucho
que lo había intentado le resultaba imposible. Prefería un beso tierno después
de desayunar, escucharle susurrar “te llevo conmigo” y decirle adiós desde la playa cuando su pequeño barco de pesca salía por la bocana del puerto. Cada
vez que se adentraba a faenar en el océano su corazón se encogía y durante las
noches que estaba sola, cerraba los ojos y sentía sus cálidos abrazos. A veces,
cuando el abrazo era real, no abría los ojos por miedo a que fuese un sueño y
él no estuviese a su lado. Había salido de casa hacía apenas una hora, pero
mientras agitaba la mano hacia el barco que se alejaba, notaba lágrimas saladas
resbalando por sus mejillas: ya lo echaba de menos.
Desde su
posición, escondida entre las afiladas rocas cercanas a los arrecifes de coral, Leucosia observaba la despedida con una sensación que viajaba de los celos a la tristeza.
Había visto crecer a Sergio jugando en esa playa y desde muy pronta edad, los
sentimientos que le hizo albergar le hacían diferente al resto de los mortales.
Con los años el duro trabajo había ido moldeando
su hermoso cuerpo, pero sobretodo una eterna sonrisa y el cariño que mostraba
hacia todo ser vivo hicieron una necesidad el verle día tras días. Le dolía que estuviese con ella, pero al mismo tiempo, se alegraba de verlo feliz. Precisamente por
eso su decisión resultó tan complicada….
Sergio
dirigió su mirada a la playa en la que todavía podía vislumbrar a Silvia
despidiéndole con la mirada. La echaba de menos. Acababa de salir de puerto y
ya estaba echándola de menos. Su mente le decía que sólo serían cuatro días,
pero una sensación de desasosiego inundaba todo su ser cada vez que la dejaba
atrás. Desde que se conocieron siendo dos adolescentes supo que sería ella. Su amiga,
su amante, su vida… Se concentró en mirar hacia delante. Comenzaba a soplar el
viento y las gotas de lluvia que caían del cielo hacían presagiar tormenta mar
adentro. Sabiendo que los arrecifes estaban cercanos, no quería sorpresas. Al
acercarse le extrañó ver una melena rubia entre las rocas, y cuando quiso darse
cuenta supo que era demasiado tarde: la sirena ya había comenzado a cantar…
Leucosia entonó su
canto con lágrimas en los ojos. La noche anterior había tenido una visión: una violenta
tormenta acababa con la embarcación y todos sus tripulantes en la profundidad del
océano. Aunque no tenía permitido alterar los tiempos de la muerte, tampoco podía
permitir que su cuerpo se alejase tanto de su playa, así que decidió atraer el barco hacía las rocas antes de que el temporal los hiciese naufragar lejos de la costa. Lo mantendría entre sus brazos como tantas veces había soñado
mientras las últimas burbujas de aire surgiesen de esos labios que tanto
anhelaba. Al acabar la tormenta, dejaría su cuerpo cerca de la playa para que Silvia
pudiera volver a despedirse de él.
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