Otoño había llegado al pueblo cambiando
su fisonomía de forma evidente. El mal tiempo se había instaurado en la zona y
a la vez que comenzaba a notarse el cambio de temperaturas, raro era el día en
que la lluvia no hacía acto de presencia. No eran grandes tormentas, por lo que
la aceituna seguía doblando las ramas de los olivos, engordando y madurando a
la espera de su recogida. La gente que se reunía en los bares, comentaba que la
cosecha sería buena si el tiempo seguía así y no se producían heladas o caían
granizos. Lo cierto era que exceptuando un ratito de una a tres, los habitantes
que quedaban en el pueblo estaban prácticamente desaparecidos. Los que
trabajaban fuera, regresaban de noche, y la gente que vivía del campo tenía que
madrugar mucho para poder aprovechar la luz del sol que a primera hora bañaba
las huertas y los olivares. Río arriba, los frondosos y verdes bosques habían
quedado manchados de marrón: los árboles de hoja caduca comenzaban a perder
color y follaje mientras que los grupos de pinos se resistían y brillaban bajo
la influencia de la luz sobre las gotas de rocío. La presa causante de la playa
artificial, tenía sus compuertas abiertas y una pequeña lengua plateada
recorría el cauce del río. Al terminar el verano, la playa perdía sus visitantes,
así que dejaban al agua seguir su curso natural, algo que unido al acopio que
efectuaban los pantanos de la sierra para prevenir las épocas de sequía, hacían
que su imagen distara mucho del gran charco de agua del que se podía disfrutar
los meses estivales.
Un cielo gris ceniza auguraba que ese
domingo iba a ser igual que el sábado anterior. David miraba a través de la
ventana, todavía estirado sobre la cama, y le daba vueltas a su última
conversación con Ana. Esa semana había sido el cumpleaños de Víctor, su padre,
y aunque lo conocía del bar y se llevaba bien con él, cuando Ana le insinuó la
opción de ir a comer a su casa al día siguiente para celebrarlo, se dio cuenta
que las expectativas que se estaba formando respecto a su relación estaban muy
lejos de lo que él estaba dispuesto a ofrecerle. Ana era buena chica, de
eso no había duda, pero no podía dejar que se ilusionase en ser algo más que
una aventura para él. Si estuviesen en la ciudad, habría desaparecido y punto.
Con no contestar a sus llamadas el problema estaría resuelto, pero en el pueblo
estaba condenado a cruzarse con ella casi a diario, por lo que lo mejor sería
no jugar con sus sentimientos. Cuando le invitó a la comida, le puso como
escusa el partido de la tarde. Era su primera convocatoria, y aunque sabía que
tenía pocas posibilidades de debutar, achacó que quería comer pronto para
descansar y concentrarse antes de ir al Jamargal. Sin embargo era consciente de
que los encuentros con Ana debían terminarse. Esa noche volvería a hablar con
ella, y aunque posiblemente terminaría haciéndole daño, le aclararía las cosas
para bien o para mal.
-Mejor ahora que más adelante, al fin y
al cabo, yo nunca le he ocultado lo que buscaba…
Se levantó de la cama y se estiró.
Había descansado bien. El encuentro con Ana le quitó las ganas de salir, así
que la noche anterior se fue pronto a dormir. Cogió una toalla y se dirigió a
la ducha. Almorzaría fuerte y comería suave, aunque no iba a jugar, algo le
empujaba a hacer las cosas de forma razonable.
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