El bolígrafo me pesaba en la mano. Hacía semanas que no era capaz de enlazar más de tres frases con sentido y cada vez sentía más presión. Mi editor llevaba tiempo insistiendo y ni siquiera tenía una idea con la que taparle la boca y mantenerlo entretenido.
-Puto contrato…
Me
obcecaba en echar la culpa a eso, en convencerme a mí mismo de que todo era más
sencillo antes de firmar ese maldito contrato. La primera novela tubo algo de
éxito y una editorial decidió apostar por mi obra. Lo que antes era un simple
entretenimiento se convirtió en una tortura constante. La obligación me atenazaba y la maldita hoja en blanco hacía que mi bloqueo mental fuera a más cada día. Aquella imaginación desbordante, aquella inspiración abrumadora que veía historias a la vuelta de cada esquina y creaba personajes interesantes incluso a partir del ser más aburrido, se había marchado sin dejar rastro. Ni tan solo un relato corto que subir a ese blog que hacía semanas que vivía sumido en el más profundo ostracismo. Leí el último relato, escrito a cuatro manos entre risas y sábanas en una pequeña cabaña perdida en el Pirineo, justo antes de que ella saliera de mi vida. Respiré. Pensé en el origen del bloqueo y me di cuenta de que no venía de la presión que me infligía. La ausencia de mi musa, todo se limitaba a eso, siempre se había limitado a eso...
Reconocí que tal vez tenía poco que contar pero sí tenía mucho que debería sacar fuera. Cogí una libreta en blanco y las palabras surgieron solas. Vomité pensamientos y sentimientos; encadené palabras, frases y párrafos h
asta mojar cinco caras de la libreta con tinta y lágrimas. Ahí estaba el bloqueo, en el post más sincero y emotivo que jamás había escrito y que nunca saldría de aquella pequeña libreta.
Me levanté todavía emocionado a servirme un poco de ese escocés ahumado que tanto me gusta decidido a que todo iba a cambiar. Me senté de nuevo ante el ordenador, abrí un Word y comencé a teclear el principio de mi nueva historia.
Los bloquesos suelen ser por no estar bien por dentro. Cuántas veces ese bolografo y un papel que no verá la luz, son la terapia perfecta para ponerse en pie, y seguir escribiendo.
ResponderEliminarMuy bien planteado. Las exigencias de editoriales son castradoras. Un abrazo.