Despertó entre los gritos de Mario cómodamente tumbada en la cama de su habitación, otra vez en casa de su yaya.
-Teno tenientes tata, teno tenientes!!!
-¡Calla Mario! Estoy intentando dormir. Todavía tengo sueño.
-Me como mis tenientes de tabubus…
Al escucharle, su hermana abrió los ojos de par en par y levantó la cabeza con el tiempo justo de ver al pequeño echarse a la boca una cereza. Una gran y redonda cereza… ¡de color azul!
-¡Tete! ¿De dónde has sacado los pendientes?
-Me los ha tato Pucha
-¿Pucha?¿Quién es Pucha?
Ante la sorpresa de Andrea, Mario salió corriendo y cantando:
-“los tabubus son los tuentes de colores…”.
-No puede ser –dijo Pablo- Los trabubus no existen.
-Ti, Pucha e un tabuubuuuu –gritó Mario antes de tararear- “son los tabuuuubuuuuus, y viven en tabubulandia”.
Después de eso tomo carrerilla y saltó al río salpicando a todo el mundo. Tras los salpicones, David, el primo de Andrea, guiñó un ojo a Pablo y cada uno empujó a su hermana al agua. Cuando se giraron a por Andrea, ella se lanzaba de cabeza al pequeño embalse, y los dos niños fueron detrás. Estuvieron jugando y haciéndose ahogadillas hasta que el sol comenzó a esconderse y el agua se puso demasiado fría para seguir bañándose. El camino hasta el barrio era bastante corto: una carretera mal asfaltada con huertas a un lado y un montón de zarzas al otro. Todos los años aprovechaban este camino para recoger moras silvestres, que a esas alturas del verano ya estaban dulces y maduras. A medida que anochecía, unas enormes nubes negras cubrían el cielo, y cuando llegaban a su calle, un relámpago lo iluminó todo mientras una multitud de enormes gotas de agua caían sobre ellos. Llegaron a casa completamente empapados y chapoteando sobre los charcos que se habían formado en pocos segundos.
Durante la cena la tormenta fue arreciando, así que esa noche sería imposible salir a jugar a la calle. Cansada después de estar todo el día corriendo de un lado para otro, Andrea decidió irse a dormir temprano.
Se despertó escuchando a Mario cantar y sin abrir los ojos pensó en lo bonito que hubiera sido volver a despertar en Trabubulandia y poder seguir explorando ese precioso país con su amigo Monty. Escuchó ruido de agua y pensó que seguía lloviendo, pero algo le hizo cosquillas en la oreja obligándole a girarse y mirar hacia arriba. En un cielo rosado se podían ver tres lunas iluminando la cascada que había en el centro del bosque. Vio a un trabubu junto a ella y se dio cuenta de que estaba flotando en una pequeña colchoneta justo en medio del lago.
-¡Niña al agua!- gritó mientras saltaba haciendo volcar la colchoneta.
Andrea se hundió un momento en las cálidas aguas para volver a la superficie en pocos segundos. Al asomar la cabeza, multitud de risas a su alrededor le confirmaban que en este nuevo viaje tendría más compañía que en el anterior. Miró a su alrededor y vio a su hermano con el trabubu y con Monty bañándose junto a ella. Sobre las rocas, David, Ariadna, Pablo y Nuria veían toda la escena divertidos.
-Ya era hora dormilona- gritó Pablo- ¡Bomba vaaaaaaaaa!- saltó desde donde estaba y salpicó a todos. Tres bombas más cayeron al río cuando el resto de niños volaron hacia el agua.
Andrea salió del agua y los dos trabubus salieron con ella. Monty le presentó a Pucha, un trabubu un poco más bajito que él y que vestía un color rosado parecido a la luz de las lunas que les iluminaban.
-Tenía ganas de conocerte –le dijo Pucha- Mario no paraba de hablar de ti el otro día, y cuando Montrarius me dijo que había estado contigo, me dio mucha rabia no haberos visto, así que cuando os hemos visto esta tarde jugando en el río, decidimos intentar traeros a todos para poder pasar juntos un ratito.
-¿Podéis traer aquí a quien queráis?- preguntó Andrea sorprendida
- Aquí puede pasar todo lo que queráis que pase. Estás en Trabubulandia, todo es posible en la tierra de los sueños.
-¡¡¡¡Cuidado!!!!! –gritó Monty- ¡¡¡¡¡Escondeos!!!!!!
-Cada vez se adentran más –le dijo Monty a Pucha- Nunca se habían alejado tanto del otro lado.
-¿Qué ha sido eso? - preguntó David, para el que todo esto era completamente nuevo.
-Un pájaro malo –contestó Mario- Se lleva a la gente al Bosque Negro.
-El otro día, cuando estuvo jugando conmigo, vimos uno volando sobre el precipicio y se lo conté.
-¿Qué le contaste? - quiso saber Andrea.
-Venid, vamos a refugiarnos en el bosque por si vuelve y os contaré nuestro problema.
-¿No hay forma de acabar con ellos? - preguntaron a la vez Nuria y Ariadna entre asustadas y preocupadas.
-Sí, dicen que hay una forma. –explicó Monty- Una persona inocente y sin miedo tiene que saltar el precipicio y entrar en el Bosque Negro. El problema es que no tiene que hacerlo con intención de destruir la tierra de las pesadillas, si fuese con esa intención, ya no sería inocente y caería en el precipicio. La gente que raptan llega demasiado asustada, y si entras con miedo, te conviertes en uno de ellos.
-¿Quiénes son ellos? – preguntó Pablo.
-Trolls del Bosque Negro. Alguna vez pasean por el borde del precipicio y son realmente horribles. Su mal olor llega hasta nosotros aunque estemos muy lejos de allí. Pero tranquilos, aquí, en el interior del bosque, estamos a salvo.
Decidieron jugar al escondite durante un rato. Un bosque era un sitio ideal para esconderse: rocas, árboles y arbustos proporcionaban un montón de escondites al grupo de amigos. A los trabubus era prácticamente imposible descubrirlos: los cambios de color y su facilidad para subir a los árboles les daba una gran ventaja. Mario también estaba extrañamente veloz y ágil, casi como si fuese un trabubu más. Monty explicó a David que en Trabubulandia todo es posible si alguien cree que lo es y lo intenta con confianza. Acabaron quedándose dormidos bajos los árboles y con el sabor dulce de las manzanas lilas en su boca.
Mágico e imaginativo. Un cuento precioso, David.
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