martes, 1 de octubre de 2019

NADA MAS IMPORTA (NOTHING ELSE MATTERS)




     Miré el reloj de la estación central de Amsterdam y comprobé que todavía faltaba casi media hora para que saliera nuestro tren. La mayoría de compañeros de clase se encontraban repartidos entre las dos cafeterías, lejos de mi posición. Elena, sujetando un capuccino, reía alegremente con sus dos trenzas sobresaliendo bajo un gorro de lana de colores. Estaba preciosa. Junto a mi, un piano con su banco vacío invitándome a ocupar ese lugar que tan bien conocía.






     Nadie me miraba. Nadie me hacía caso. Nada había cambiado durante el último curso de bachiller.






     Nunca fui un chico popular, tampoco quería serlo, pero de ahí a resultar transparente había todo un mundo difícil de asimilar. Sí, vale que mi estilo no era habitual para mi edad, que a veces pensaba que había nacido años más tarde de cuando me tocaba. El regeeton y el trap que solía sonar cuando mis compañeros se reunían, contrastaba con el rock que reventaba mis tímpanos a través de los auriculares.





 





     “Nothing else matters” pensé. Me recordó aquella versión de Lucie Silvas que, a pesar de no ser mi favorita, era ideal para tocar al piano. Mis manos cobraron vida propia. Los dedos acariciaban el marfil bicolor provocando que los primeros acordes de la canción resonasen en el vestíbulo. Era la primera vez que tocaba en público, pero no me importó. Estábamos solos el piano, la música y yo. Abstraído como me encontraba, no me di cuenta de que alguien se
había apoyado en una columna, justo detrás de mí, hasta que su voz me trajo de nuevo a la realidad. Una voz dulce entonaba la letra del que para mí era un himno con la solemnidad que se merecía. No me giré, volví a concentrarme y a disfrutar de aquel estado cercano al éxtasis. Mis dedos bailaban guiados por algo que surgía de mi interior mientras música y letra giraban sobre si mismas en una especie de baile que, muy a mi pesar, se acercaba a su fin.






     Cuando las últimas notas sonaron, la chica pecosa, ya sentada a mi lado, me besó levemente en los labios y me susurró al oído: “Por siempre, confía en quien eres. Nada más importa”. Se levantó y desapareció por uno de los pasillos mientras mis compañeros de clase aplaudían entre la sorpresa y la admiración. Elena me sonreía desde la distancia. Me pareció ver un atisbo de celos en su mirada.






     Desde aquel día, no es que pueda llamarme popular, pero ya no soy transparente. Aunque no he sido yo quien ha cambiado…




6 comentarios:

  1. Bonita historia. A veces hay que echarle valor para dejar de ser invisible a ojos de quien quieres que se fije en tí. Me ha recordado un poco mis años de adolescente. Pero yo no sabía tocar el piano. De haber sabido, quizá las cosas me habrían ido de otro modo, jeje.
    Un abrazo.

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    1. Yo también he estado toda mi vida en un segundo plano pero no he cambiado mi forma de ser por lo que la gente pudiera pensar. Ni piano, ni guitarra, ni violín, ni na de na.
      Gracias por pasarte.
      Un abrazo

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  2. Muy buen relato. Juzgamos a la gente por la apariencia externa y por cosas que no tienen ninguna importancia y, a veces, nos llevamos sorpresas enormes cuando nos muestran algo de lo que tienen en su interior. Y todo eso, para bien y para mal.
    Un beso.

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    1. Cada uno tiene que ser como es, sin aparentar, para bien y para mal. Tu lo has dicho :)
      Un beso.

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  3. Bonita historia David y me ha gustado la manera en que ha decidido dejar de ser invisible. Quedarse solo con el exterior es un gran error pero por desgracia pasa con mucha frecuencia.
    Besos

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    1. A día de hoy la fachada es lo que vende!! La gente original no está muy bien vista.
      Petonets!!

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