lunes, 22 de noviembre de 2021

LA ÚLTIMA FUNCIÓN

 

 

                Recuerdo a la perfección cuando comenzó todo. Acabábamos de volver a nuestra segunda residencia a las afueras de Londres tras un breve paréntesis para acudir a los Oscars y cumplir con algunos compromisos publicitarios en Los Ángeles y Nueva York. Antes del viaje, ya había decidido aparcar el cine y volver, por una temporada, a mis inicios.

 

     Comencé mi carrera de actor en el teatro. En aquella época llevaba varios años con el mismo agente, un pelirrojo irlandés sin apenas contactos, pero que había conseguido introducirme en el mundillo. Nunca despunté, pero la constancia hizo que no me faltaran papelitos hasta que después de una obra, un joven arreglado de sobremanera para el barrio en el que se me acercó, me aseguró que estaba desaprovechando mi talento. Le prometí, entre cervezas y bromas, que si me conseguía un par de buenas audiciones, firmaría contrato con él. Cuando dos días después volvió a ponerse en contacto conmigo, traía en una carpeta dos contratos a mi nombre. Uno era con su agencia de representación, el otro, para un papel secundario en una película que, bajo la dirección de Martin Scorsese, se comenzaría a rodar en Manchester al mes siguiente.

 

-Les envié unas grabaciones y no necesitaron nada más. Firma conmigo y le daremos a tu carrera el giro que se merece.

 

     Lo hice y lo hicieron. Una sucesión de papeles, cada vez más importantes fueron apareciendo en mi vida durante los siguientes quince años. Años felices en los que me acompañó Sara, mi novia desde la adolescencia, y poco después, James y Beth, los dos pequeños que dormían en el asiento de atrás después del largo trayecto.

 

 

 

     Mi vida, nuestra vida, necesitaba un parón de viajes, así que le comuniqué a mi agente que quería volver a hacer teatro en casa. No tardó en presentarme a Roger, director que buscaba protagonista para su próxima obra. Me convertiría en Hércules Poirot. “Asesinato en el Orient Express” estaría como mínimo durante una temporada en el Prince of Walles Theatre, por lo que de momento se acabarían los viajes.

 

     Al entrar a casa encontré varios sobres en el buzón. Me sorprendió uno sin sello, dirección ni remitente, tan solo con mi nombre sobre el fondo blanco. Al abrirlo, una cuartilla amarillenta en la que se podía leer en letras recortadas de revistas: “Se acerca tu última función. Acabaré con tu vida.”

 

     No era el primer anónimo que recibía. Normalmente llegaban a la agencia y ellos los filtraban. Alguna vez a la casa del centro de Londres, pero pocos conocían la existencia de esa casa, heredada hace años al morir la abuela de Sara, a la que acudíamos a descansar de forma muy esporádica. La policía no encontró ninguna pista, pero decidieron que una patrulla hiciese ronda por el barrio cada dos horas hasta ver como evolucionaban los acontecimientos.

 

     Me centré en los ensayos. Me encantaba el papel y la caracterización. Me metí tanto en él, que olvidé la amenaza hasta que el día antes del estreno llegó una nueva nota, esta vez al camerino, acompañando un ramo de flores.

 


 

 

“La primera función será la última de tu feliz vida”

 

     Me costó dormir. La seguridad del teatro se multiplicaría, habría agentes de paisano infiltrados en el público, pero entre los nervios del estreno y la tensión por las amenazas, conciliar el sueño resultaba imposible. Mantuve mis rutinas. Desayuné temprano, hice algo de deporte y repasé el guión por última vez. Sin apenas comer, me despedí de mi familia (los chicos de producción los llevarían justo antes de comenzar la obra) y me dirigí al teatro acompañado por dos escoltas que vigilaban atentamente cualquier movimiento extraño.

 

     Vestuario, maquillaje… todo ese ajetreo me ayudó a abstraerme de las amenazas y centrarme en el personaje. En el momento de aparecer en escena, vi a un hombre correr hacia el escenario con una pistola en la mano y una detonación sonó justo antes de que lo placaran. Casi se me para el corazón, pero enseguida comprendí que había fallado. Reconocía a mi primer agente, muy castigado por el paso de los años o quizás por una vida con demasiados excesos. Respiré al ser consciente que no había podido cumplir su promesa hasta que su risa y su voz me hicieron estremecer…

 

-¡Te advertí! ¡Se acabó tu vida! ¡Tan solo he fallado el cuarto disparo!

 

     Levanté la cabeza y me derrumbé al ver que el palco vacío en el que debería estar mi familia le daba la razón. 

 

 

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